Reflexionando

Es un principio básico de la democracia y del Estado de derecho el cumplimiento de la ley. Y como creo que reúno la primera condición (demócrata), y soy extremadamente respetuoso con la segunda, me encuentro reflexionando. Pero no reflexiono sobre el partido al que debo votar. Hace ya tiempo que leí los programas electorales y mi opción está claramente decidida.

No, no reflexiono sobre lo que la ley me incita a reflexionar. En este concreto aspecto la incumplo. Reflexiono sobre la incongruencia que supone que en el siglo XXI siga vigente una disposición obsoleta que nos coloca en la jornada preelectoral en el rincón de pensar.

El origen de esta ridícula exigencia se sitúa –como ya recordé en anteriores ocasiones- en los albores de la transición. El Real Decreto-Ley 20/1977, sobre normas electorales, fue dictado en virtud de la habilitación que la Ley de Reforma Política otorgaba al Gobierno para regular las primeras elecciones democráticas al objeto de constituir un Congreso de trescientos cincuenta Diputados y elegir doscientos siete Senadores. Este Real Decreto-Ley, en el contenido dedicado a la campaña electoral, establecía que esta debía finalizar a las cero horas del día inmediatamente anterior a las elecciones, institucionalizando así la popularmente conocida como «jornada de reflexión».

Su finalidad no era otra que la de evitar enfrentamientos entre los simpatizantes de los distintos partidos políticos horas antes de la cita electoral. El tránsito de la dictadura a la democracia no era fácil y todas las medidas que contribuyeran a mitigar los problemas eran bien recibidas. Fue, por tanto, una medida fruto del miedo, no de la razón.

Hoy en día, lamentablemente, estos enfrentamientos han adquirido carta de naturaleza y los altercados violentos se producen durante toda la campaña electoral. Harían falta leyes más severas que castigaran estas conductas.

Como también dije en otras ocasiones, mantener esta cómica medida es similar a la situación que se produciría si una persona pretendiera acudir a su acto de graduación universitaria vistiendo el traje de primera comunión.

Además, ¿sobre qué debemos reflexionar? ¿Quizá sobre el mensaje fariseo que nos han proporcionado los debates televisivos? ¿Quizá sobre el papel de la mujer tan reivindicado por el colectivo femenino pero que nos ha presentado a cuatro aspirantes del sexo masculino con un número indeterminado de asesores del mismo sexo y la irrupción en el plató de una mujer en el digno, pero secundario, papel de limpiadora? ¿Es eso sobre lo que debemos reflexionar?

Tan peripatética como la «jornada de reflexión» es la prohibición de publicar encuestas electorales cinco días antes de las elecciones. ¿Se pueden poner puertas al campo? ¿Se puede evitar que circulen por internet las encuestas confeccionadas y publicadas por periódicos extranjeros? ¿Somos tan idiotas los electores como para que el legislador nos mantenga secuestrados informativamente hablando? ¿Por qué el legislador, tan dado a complicarnos la vida con leyes absurdas, sancionadoras y prohibitivas, no centra su atención en sanear el ordenamiento jurídico de disposiciones caducas y trasnochadas?

A pesar del elevado número de indecisos que las encuestas dicen que hay, el voto está muy polarizado y las dudas solo se plantean en el seno de los dos bloques existentes. El voto antropológico heredado de padres y abuelos está claro; el de las simpatías y el pesebre, también. Pero, ya se sabe, se usan las encuestas como un borracho utiliza las farolas: para el apoyo, no para la iluminación.



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