Mizaru, Kikazaru e Iwazaru

Mizaru, Kikazaru, Iwazaru. Hasta hace bien poco, abundaban en llaveros y adornos. Un senegalés amigo mío, Bibi, los vende por separado junto al atrio de la iglesia de Santa Eulalia, de Luarca. Son los tres monos japoneses, que uno se tapa las orejas, otro la boca y el tercero los ojos. Los no eruditos de su Japón original dicen que recomiendan que no denuncies, no escuches, no veas lo que ocurre a tu alrededor, no sea que de un modo u otro te linchen las masas rebeldes, que siempre habrá, de los que piensen diferente de lo que tú piensas.

Ni hablaré de ese periódico desnortado, ni de ese entrenador desenfocado, ni de las manifestaciones anti Papa.

Desgraciado país donde pueden darse especímenes tales, ganarse sustento y sobrevivir, sin duda para equilibrio de un mundo donde cada vez estoy convencido de que se necesita una parte, una fuerza oscura susceptible de devolvernos la apacible delicia de recuperar, después de sus tarascadas, la apariencia de cordura y la sensación de bienestar que suelen acompañar a la luz, la razón, el sentido común y cada ilusionada esperanza.

Mis tres monos, tallados en madera no sé si exótica, pero al menos de apariencia noble y desde luego hábil factura artesanal, calla el uno, desoye el otro y el tercero se tapa los ojos. Hasta en eso aparentan sabiduría, mediante la prudencia de ejercer y ejercitar por turno el arte del consejo. El que no habla, mira y escucha, el que no mira, asimismo procura oír y musita palabras sin duda oportunas, y el que se guarda las orejas para mejor ocasión, sigue mirando y añade su consejo probablemente admirable.

Un filósofo ético proclamó hace siglos que el consejo de estos tres es cerrar por lo menos alternativamente los sentidos al mal. Lo que pasa es que la experiencia nos dice que cuando te cierras a ,lo que hay afuera, te aíslas a la vez de lo bueno y lo malo, que no hay nadie capaz de seleccionar y acertar siempre. Por eso es tan peligrosa, a la vez que deslumbrante y aconsejable, la sabiduría. Se aprende con la misma presurosa abundancia de lo bueno y de lo malo, en muchas ocasiones sin tiempo para cultivar conciencia y criterio.

 



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