El grito del batracio

“El Grito”, escalofriante cuadro de  Edvard Munich, es la angustia escapada de un  lienzo  entre la ansiedad y  la incomunicación del ser humano.

En ningún tiempo ha existido en el planeta tanta información y menos diálogo, ese gran sostén social concebido por los griegos.

 El escritor nacido en Polonia y nacionalizado alemán, Gunter Grass, escribió un libro titulado “El grito del sapo”. Ignoramos si la pintura  del pintor noruego ha tenido alguna influencia, no obstante en esas páginas se narra una historia lúgubre y melancólica, como el bramido del anfibio o, en  el caso concreto, la relación polaco-alemana.

  No es la primera vez que escribimos de esa obra al contener considerable incertidumbre. El autor  tomó ese batracio porque  el sapo emite un  sonido melodioso; no croa como las ranas. Se trata de una bella eufonía con un eco melancólico y,  con ello, la superstición popular hizo un código de tribulaciones. 

El romanticismo y los soñadores del amor idílico incluyeron  el grito del sapo entre sus metáforas literarias, y ahí quedo,  sobre las temibles interioridades  del alma.

 En el vademécum se narra la historia de dos personajes, Alexandra y Alexander.  Una mujer  polaca y un alemán representando la historia de las relaciones entre las dos naciones, siempre tirantes, siempre abatidas.

Cuenta Gunter Grass que la correlación polaco - alemán no siempre fue una historia apacigua   al haber   existido demasiados altibajos.  

“Antes de la oleada nacionalista del siglo XIX – comenta - tanto los alemanes como los judíos, junto a otras minorías, contribuyeron de manera esencial a formar lo que hoy en día se conoce como Polonia. Posteriormente, con la llegada del nacionalismo, se dio inicio a aquella desgracia historia que conocemos y que culminó con la ocupación nacionalsocialista del país”.

 Ante esta descripción brota una pregunta lógica: ¿Qué representa para él la patria cuando se ha tenido dos madres: Polonia y Alemania?

  Y Grass mismo se responde: “Para mí la patria es sólo algo que se perdió. Asimismo, creo que aquellos que todavía tienen una,   en realidad no la sienten como tal. Si ahora tratara de imaginar que Gdansk, mi pueblo, sigue siendo alemana, creo que tal Gdansk me sería bastante indiferente. Sólo a través de su pérdida esa ciudad adquirió una verdadera dimensión para mí”.

 Cuando leí por última vez  “El grito del sapo”, estaba realizando un viaje dentro de Alemania invitado por el gobierno de Berlín. Fueron  sin duda esas páginas  una gran compañía al ayudarnos, entre soplos y brumas, a comprender un poco la vivencia europea y su futuro inmediato, aunque hoy se halle dando algunos tumbos a razón del repuntar del nacionalismo.

 Uno pudiera señalar que todas las historias de las naciones son acaecimientos  repetidos. Las luchas y los valores patrios siempre han partido de un mismo tronco con varias ramas repartidas  sobre utopías, anhelos, dudas, enguerrillamiento, pasiones desbocadas y afanes simultáneos.

Asimismo raza y creencias.

Tanto  “El Grito” de  Edvard Munich como  “El grito del sapo” de  Gunter Grass, enclaustran  la esencia emblemática de nuestro tiempo, un periodo confuso y desgarrado que, al no poder arrinconarse,  cada uno de nosotros está obligado a   establecer su propia forma de coexistir, y en ese talante van incluidas, aunque lastimen,  las incertidumbres y querencias que pesan  sobre la Europa comunitaria.

 

 

 



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