Trapecistas (o teólogos) y Equilibristas ( o canonistas)

Jesús les dijo:

-En la cátedra de Moisés se han sentado los maestros de la ley y los fariseos. Obedecedles y haced lo que os digan, pero no imitéis su ejemplo, porque no hacen lo que dicen. Atan cargas pesadas e insoportables, y las ponen a las espaldas de los hombres, pero ellos no mueven ni un dedo para llevarlas.

Del Evangelio de San Mateo

 

 

Hay consenso general de que Benedicto XVI es un Papa teólogo, y hay consenso entre especialistas de que Pío XII fue un Papa jurista (del Derecho canónico). Tales afirmaciones no son sólo enunciados teóricos sino que determinan una manera de ser, estar y actuar; teólogo y jurista adjetivos que, más que de acompañamiento, son de sustancia propia. A los juristas, que son conservadores, les obsesiona el equilibrium (igualdad en los pesos de los dos platos de la balanza) y se apoyan en sostenes y pértigas cuando andan sobre cuerdas y alambres. A los teólogos, que son menos conservadores, les obsesiona el vacío, el salto y las piruetas, con las manos agarradas al trapecio. Los juristas, cuando pierden el equilibrum, su desequilibrio es total; los teólogos, cuando saltan mal o tropiezan, dañan los corazones de los espectadores, que quedan en vilo.

 

Pío XII, gran jurista, se desequilibró, acaso por exceso de equilibrio, al silenciar urbi et orbi lo que estaba ocurriendo en los Campos de Concentración –creo falso total atribuir al Papa Pacelli simpatías nazis, empero su silencio público desde la radio, los balcones del Vaticano y desde sus escritos es un hecho (the fact is, no un juicio de valor; juicios de valor son las pretendidas explicaciones). Benedicto XVI, gran teólogo (diga lo que diga Umberto Eco), es mesurado como una sonata de Mozart, pero, de repente, da unos saltos o hace unas piruetas, en lo más alto, de asustar. Seguramente su carrera eclesiástica es un conjunto de piruetas, algunas espectaculares.   

 

Vayamos con algunas, de las más recientes: 1º.- Dio un gran salto de acróbata el Viernes Santo de 2005, al anunciar en el Via Crucis del Colisseo, lo de la “sporcizia, Señor en tu Iglesia”, al tiempo que en el Palacio Apostólico agonizaba Juan Pablo II, y los enemigos de Ratzinger, allí instalados, estaban vivos, vivísimos. 2º.- Otra pirueta fue su predicación u oración fúnebre, majestuosa, con ocasión del funeral de monseñor Giussani, días antes (en febrero, habiendo ya escrito en este mismo serial que, más que una predicación, aquello fue una proclamación de candidatura). 3º.- El siguiente gran salto fue la Carta Apostólica dirigida a los Obispos sobre la remisión de la pena de excomunión a cuatro  lefevbrianos, en la que se escribieron cosas jamás leídas a un Papa, ni siquiera a Pablo VI, de muchos tremendismos. 4º.- El último, por ahora, acrobático salto tuvo lugar en la tarde del 25 de septiembre de 2011, al leer en el Konzertehaus de Friburgo (Alemania) un discurso, en el que, entre otras cosas, dijo: “…Las secularizaciones –sea que consistan en expropiaciones de bienes de la Iglesia o en supresión de privilegios o cosas similares- han significado siempre una profunda liberación de la Iglesia de formas mundanas: se despoja, por decirlo así, de su riqueza terrena  y vuelve a abrazar plenamente su pobreza terrena”.  Nueve líneas a continuación, continuó: “Liberada de fardos y privilegios materiales y políticos,  la Iglesia puede dedicarse mejor  y de manera verdaderamente cristiana al mundo entero; puede estar verdaderamente abierta al mundo”.

 

Jamás, jamás, un Papa jurista, como Pio XII, hubiese escrito lo que escribió (trascrito) Benedicto XVI, Papa teólogo, luego trapecista, que “suena” a músicas varias, incluida la de la Teología de la Liberación ¡Qué cosa tan singular! (añado ahora incidentalmente lo siguiente: al escribir sobre abusos en las inmatriculaciones de bienes eclesiásticos el año pasado aquí en España, los “fariseos del templo o del cortijo”, ignorantes, e ignorantes del discurso papal en el Konzerthaus de Friburgo, llevaron las manos a sus cabezas, unas mitradas y otras sin mitra). Item más: el tratar de comprender otra característica de mi bendito Benedicto, ser “tozudo y terco”, de “estar” eso con modales suaves y dulces, y mandar, me llevó lejos, muy lejos, para entender su mente germánica, aunque de Baviera: tuve que releer el De bello Gallico de Julio Cesar y luego la Germania de Tácito –las citas de ambos clásicos a este propósito son múltiples y sustanciosas-. Y eso lo escribimos antes, antes, de que santificados vaticanistas italianos (“dado que el Papa toca el piano y escribe sobre el Niño Jesús…”, según escribimos en partes anteriores) cambiaran de opinión.

 

Sería atrevido aplicar a Benedicto, teólogo, la frase de su coterráneo Goethe: “Prefiero tolerar una injusticia a soportar un desorden”, pero, algo de ello ha de haber, como repetidamente lo repite Hans Küng después de “lo de Tubinga”. Prueba de que no soporta los ruidos ni los ruidos de las organizaciones y cordate dentro de la Iglesia, fue y es su soledad e independencia. Y aquí surge la terrible palabra anticristiana: Mafia. Mafia, con mayúscula, la genuina, que es de Italia, donde está el Vaticano, y mafias, con minúscula y plural, también sumergidas, que son las organizaciones dentro de la Iglesia que estructuran las llamadas cordate o grupos poderosos de influencia y de presión dentro del Poder vaticano y eclesiástico. Por ello, algunos, para descrédito, siguen recordando lo de Roma omnia venalia.

 

El más ingenuo intuye que, para lo bueno y para lo malo, incluido el delito, formar parte de un grupo organizado u organización, en la sociedad civil o eclesiástica, facilita las cosas; intuye que sus posibilidades aumentan; no hay que ser inteligente para concluir esto, que es evidente. Más complicado, por cierto y perdóneseme por entrar en sociologías, es el concepto de hombre como ser genérico de Marx (Gattungwesen). --Aclaro con inmediatez que al escribir, negativamente, de organizaciones y mafias, de ningún modo se hace referencia a Órdenes y Congregaciones, canónicamente establecidas, a las que declaro mi admiración, aprecio y respeto, como los S.J. o los .O.P.--.

 

Eso, también marxista, de criterio de las organizaciones “  de cada uno según su capacidad”, no suele ser frecuente en las cordate eclesiásticas; al contrario, los más valientes e inteligentes suelen llevar las de perder, pues la solidaridad grupal reclama de obediencias ciegas, teniéndolo más fácil los ya tuertos, que sólo tienen un ojo y no dos. Toda organización requiere normas, escalafón y un “jefe”, que se impone por el miedo, con potestad para saltarse las normas y el escalafón; de ahí su poder, poder de encordar y mangonear, para enviar allí por castigo y traer aquí de premio a quien desee y le convenga; “jefes” a los que ninguna lisonja les resulta excesiva. Ejemplos de ello en nombramientos, hay cientos en la Iglesia universal y en las iglesias particulares. Esto, que es un asunto de Poder y de su “lógica”, como denunciara Benedicto XVI, es de lo poco que resulta muy visible y transparente, especialmente, al acumularse las sedes episcopales vacantes.

 

Los conflitti tra cordate son inevitables y muy dañinos, como ahora estamos comprobando y padeciendo. Y el espectáculo que se escenifica no puede resultar más deslegitimador y anti-pastoral: pastores con miedo, con mucho miedo, que los del rebaño lo sienten y notan, lo sentimos y lo notamos ¡Qué vergüenza! Y pregunto: ¿los de la Nueva Evangelización se estarán también preocupando de esto, tan escandaloso y antievangélico? Y en relación con nombramientos pregunto: ¿No es el mismo Papa, Vicario de Jesucristo, soberano pontífice de la Iglesia universal, soberano del Estado de la ciudad del Vaticano, el que firma los nombramientos bajo su responsabilidad, sucesor de Pedro?

 

 Pio XII, canonista, fue firme en lo de poner a cada uno en su sitio; a monseñor Montini, por mucho caciqueo y alguna rojez política, no nombró cardenal y lo trasladó a Milán, con lujo permitido de quedarse el Papa Pio sin Secretario de Estado a la muerte del cardenal Maglione; únicamente ayudado por el inteligentísimo y de gran humor monseñor Tardini, que, por contraste con su apellido Tardini, tomó como lema episcopal el Me festina lente oapresúrame”. Benedicto XVI, teólogo, ahora que ya puede, hará algo parecido, pero al modo teológico, es decir, con nubes y algún claro. Tampoco se precisa ser como Pio XI, del que se dijo que dormía con la tiara puesta.  

 

De la peculiaridad del Cursus Honorum eclesiástico, Carl Scmitt, tan silenciado, católico (y no protestante como su oponente, el ahora tan recordado, Eric Peterson), nada escribió, lo que parece esencial para entender la teoría schmittiana de la complexio oppositorum. Si hoy escribiera el alemán, tal vez no lo haría en singular sino en plural: complexiones oppositorum, o siempre lo uno y siempre lo contrario, también en singular, que, peligrosamente, va, como la nave de Felline, y a más.  

 



Dejar un comentario

captcha