La carta del Arzobispo

Hay, me dicen, una máquina que incrustada en el dedo gordo del pie, con mando a distancia del tamaño de una tarjeta de crédito, enamora o desenamora a voluntad del usuario. Muy adecuado para épocas de crisis, cuando el gasto debe tratar contenerse y el ingreso tratar de multiplicarse para sobrevivir, y, si posible fuera, medrar como las habichuelas mágicas del cuento.

Pero no hablemos ni de máquinas ni de crisis. Hoy es dieciséis de febrero y estamos cosechando, como quien dice, las proverbiales margaritas, que está linda la mar y en el aire flota perfume, lo dijo Rubén Darío en su tiempo, que de azahar.

La delicada satisfacción de permitirse cursilear, margaritas en flor, si, no, si, no y cuando te canses, pondremos la mano para permitir que se pose una cochinilla, cogollín del rey, rabiquín de escoba, ¿cuántos años faltan para la mi boda? La tarde se ha llenado de sol, rebullen, presiento, los osos en sus oseras, y las marmotas, a pesar de que el año viene bisiesto y zorro.

Dejadme, sin embargo que exprese mi admiración por la bellísima carta pastoral de nuestro Arzobispo que apoya una en mi opinión acertada pastoral en la muerte de una mujer recién llegada a la madurez, que nos ha dejado tan tristes al enmudecer aquella voz.

Y que añada mi convicción de que sólo la mayoría del centro derecha asturiano, que es la suma de FORO y PP, con mayoría de FORO para que gobierne Paco Cascos, mitigado por Mercedes y tal vez con la adición interesante de un representante de los regionalistas, podría, hermoso sueño, recomponer para encarar el furo a las Asturias.

Atardece y en seguida, anochece, la núbil y yo recorremos nuestro periplo habitual, hoy sin novedad que altere el adecuado ritmo de las cosas, seguidos de cerca por un inesperado anuncio de orbayu. Nos acompaña el río, con la frescura cantarina que entrecortan, nerviosos, los coches que buscan dónde dormir al raso. En un remanso, se ha caído la luz de una farola y tiembla, hecha pedazos, en el agua oscura.

Volvemos a casa, compro y bajo unas canciones de Whitney Houston en el almacén de iTunes y releo, mientras las escucho, la carta pastoral del señor Arzobispo. Ambas cosas merecen la pena.



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