Ruidos y trompetas

Ruidos y trompetas

La ciudad en verano se da respiros extraños. Oviedo, como en los no tan viejos tiempos, suena a truenos en julio. El centro más centro es un juego de la oca de valla en valla, de trituradora en trituradora. A pocos metros de los agujeros y las trincheras para renovar asfalto, cañerías y cables, se dan cita los músicos callejeros eventuales, que esconden las deficiencias de los instrumentos y de quienes los portan. Hay un tipo en la Escandalera que toca flamenco, o algo parecido, con una guitarra eléctrica y un ‘leslie’ de juguete. No mucho más allá un acordeonista aturde las terrazas de Milicias. Muchos echan de menos al guitarrista de doctor Casal (el peor guitarrista del mundo) y a su perro. Pero en esta ciudad donde los decibelios han dado muchos quebraderos de cabeza (pregúntenselo a los bomberos) la banda sonora veraniega vuelve a ser un año más la música infernal de las obras reponedoras. No es como en los tiempos de bonanza total cuando la ciudad se levantaba un día sí y otro también incluso por la noche. La crisis también ha afectado a las molestias. Cierto que existen necesidades incómodas y que es preciso que la ciudad esté viva, cuanto más mejor, pero habría que plantearse realizar estos parches en período laboral habitual, en otras estaciones en las que la presencia de foráneos es menor. Aunque se moleste igual, parece más razonable soportar los ruidos cuando llueve o cuando hay más prisa. Ni el más malpensado puede creer  que la actividad en las zanjas se ha inventado para paliar la impericia de los músicos de verano

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