Esas páginas llamadas periódico

Nuestra entelequia personal cree necesario exteriorizar alguna  experiencia  sobre  nuestro convivir diario, pero en esa acción de  garrapatear artículos, la tentación  de encumbrar un andamiaje de palabras  sobre una  cuartilla y media, nos empuja a pretender - tras años en esa  tarea – que ya nos hemos  convertido en  rastreadores del mensaje  y el bramido, aún a sabiendas de que al final, difícilmente se llega a poseer el rótulo campanudo de  comentarista del  acostumbrado vivir.

Es celebrada esa historia de Paul Johnson, historiador y sabueso reportero, en la cual se expresa que en  esos tiempos del dramaturgo, poeta y actor inglés William Shakespeare, había caballeros  escribiendo  de forma regular sobre la vida en Londres, con la principal misión de mantener informada a la nobleza rural sobre lo que sucedía en la metrópoli, con aquel río Támesis  ofreciendo en sus aguas un cadáver  por día.  

No obstante, hubo que esperar  al siglo dieciocho para ver  llegar en su excelsitud  la columna periodística de ideas  tal como hoy la conocemos.

 Hay algo cierto digno de tenerse en cuenta por el autor de “Tiempos Modernos”: “Ningún columnista sobrevivirá mucho sin ser hasta cierto  punto un hombre o una mujer de mundo”.

 Y ahí parece encontrarse el quid de la cuestión. Se pueden poseer sobrados conocimientos de las más diversas materias mundanas, ser un erudito de  marca mayor, un ratón de biblioteca como vulgarmente se dice, un “cráneo”, vamos,  pero si falta el tacto humano, el conocimiento cotidiano de la tierra que pisoteamos cada día con sus grandes y pequeñas menudencias, nuestros escritos, ensayos  o artículos serán  floridos, estarán abarrotados de grandilocuentes citas, pero les faltará  el lado humano,  ese nido  que contiene el áspero y prolífero oficio de coexistir al alba de cada día.

Los columnistas de periódicos son narradores tenaces de los acontecimientos   diarios, unos  redactores subidos a las ideas más dispares, en  el que el saber escribir, para conjugar las ideas,  y que éstas se amolden a un objetivo preciso y concreto - el espacio opresivo marcado por el editor del medio - es la madre coraje de ese trabajo tan apasionado y vivencial.

 

rnaranco@hotmail.com



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