Graciano García en la presentación de su autobiografía

Aunque el libro habla de mí, y tangencialmente de otros muchos asuntos, este libro es de Juan. Hice todo lo que pude para que no lo escribiera pero, evidentemente, no tuve ningún éxito. Tuvo cómplices de alto vuelo, como Rubén Suárez y Evaristo Arce, amigos entrañables, periodistas de reconocido y muy merecido prestigio, personas de muy amplia cultura, con los que Juan (de Lillo) y yo compartimos durante años trabajo y esperanzas, y riesgos no pequeños por defender nuestra independencia, la dignidad de nuestra profesión y la libertad para todos. También colaboraron en rescatar la memoria de mí otros amigos inolvidables de nuestra infancia en Moreda, como Manuel González, Lito, Paco Embil y Jesús Manuel Martínez. Y otros amigos, que no son de aquí, como Víctor García de la Concha, Diego Carcedo, Ignacio Martínez, Faustino Fernández Álvarez, Melchor Fernández Díaz, José Luis Marrón, Pilar Rubiera, José Luis García Martín y los inolvidables Juan Ramón Pérez Las Clotas, José Vélez.

 

A lo largo de los años, que ya no son pocos, me han sucedido, como a todos, cosas muy diversas, buenas y no tan buenas, dificultades que parecían insalvables, acontecimientos nunca imaginados, como el ver a la Fundación Príncipe de Asturias y a sus Premios, tras duros sacrificios y una lucha sin tregua, alcanzar el prestigio y el reconocimiento que gozan en todo el mundo, hasta llegar a ser reconocidos como una competencia clara de los Premios Nobel. No menos sorprendente es ser entrevistado por una periodista de Televisión Española en el escenario del Teatro Campoamor, en la víspera de una entrega de los premios, y que esa misma periodista, al año siguiente, entrase, en el mismo teatro, del brazo del Príncipe, convertida en Princesa de Asturias, tras haber asistido a su boda mi mujer y yo. Para más perplejidad, aquella periodista y hoy Princesa es nieta de una gran amiga y compañera de profesión, Menchu Álvarez del Valle.

 

Este libro entra también dentro del capítulo de lo sorprendente. No me esperaba tampoco que mi vida mereciese un libro y que viniésemos a enseñarlo a nuestro pueblo, a nuestra gente. Le agradezco mucho a Juan su decisión, que ha sido impulsada por la fuerza de la amistad y el cariño que nos une desde que en la niñez jugábamos en las calles, praos y caleyes de por aquí. Hoy, en nuestro pueblo, en este momento tan especial, se lo agradezco con el corazón del alma, como diría Unamuno.

 

Por eso hoy es un día distinto. Hoy estoy, estamos, en Moreda, y Moreda es el lugar en el que nací, en el que viví mi infancia y una gran parte de mi adolescencia. Todo lo que soy  aquí fue plantado, entre estos montes que nos protegen, entre gentes maravillosas que me enseñaron principios y valores que han sido el norte de mi vida, pues es muy cierto que en tiempos oscuros nos guían quienes han sabido andar en la noche.

 

 En esta tierra de Aller vivieron todas aquellas personas de las que tanto aprendí siendo niño y a las que siempre he recordado con gratitud y emoción. Aquí he sido testigo de actos de compasión, de generosidad y de bondad extremas, de heroísmo supremo, como el de arriesgar la vida por salvar la de un compañero en el trabajo. Estas lecciones no han caído en terreno baldío, forman parte de nuestro patrimonio moral.

 

 Escribió el gran filósofo Ortega y Gasset que vivir es ir hacia una meta, y que ese caminar debe tener raíz y peso, deber estar al servicio de una causa, sea humilde o grandiosa, pero que si esa vida sólo a mi me importa, caminará desvencijada, será una vida perdida. He procurado ser fiel a esta idea hasta donde humanamente pude. Por ello me ilusiona pensar que este libro sirva para enaltecerla y, al mismo tiempo, para que, si algún chico o alguna chica lo lee, nunca renuncie a luchar para conseguir que sus sueños se hagan realidad, pues no hay sueños imposibles.

 

Vivimos tiempos de gran incertidumbre, de temores y de dificultades generalizadas. Nos encontramos en el umbral de lo desconocido, ante un tiempo nuevo, por primera vez en un escenario global que todo lo cambia de manera acelerada. Quizá por ello sea más cierto que nunca que necesitamos una fe clara y una esperanza bien fundada. En Moreda aprendí a tener ambas. Me lo enseñaron mis padres y mis abuelos, que vinieron, desde los valles de Langreo, siendo muy jóvenes, a trabajar en la mina.

 

De su ejemplo y del ejemplo, tantas veces heroico, de tantos mineros y de sus familias,  aprendí que nunca hay que tener miedo, que sin él hay que enfrentarse a la adversidad; que es preciso compartir lo que se tiene, que la austeridad es un bien mayor, y que el estudio y el ansia de conocimiento son imprescindibles para alcanzar una vida digna en libertad.

 

Me inculcaron también a hacer honor a la palabra dada, que hay que rebelarse ante la injusticia, ser insumisos ante la falsedad y el engaño. Y que nadie es más que nadie si no hace más que nadie. En definitiva, me enseñaron a defender en paz y en concordia la libertad y la justicia, y a encontrar la unión para hacer frente a las dificultades, pues como dice un precioso verso, hay que hacer de los muros peldaños.

 

La salida de esta crisis tan grave es incierta, pero es seguro que nada será igual a como hemos vivido. Tendremos que sacrificarnos, emprender, imaginar y crear nuevas formas de trabajo. Pero en ese nuevo camino no debemos perder lo fundamental, todos esos ideales y valores que nos identifican y engrandecen. Si todos estos valores e ideales de las cuencas mineras se pierden, Asturias será otra Asturias, será una Asturias que habrá perdido lo mejor de sí, lo más profundo de su alma.

 

Pasan los años, pero he procurado siempre que no fueran años perdidos. Por eso este libro no indica un punto final. Quiero, como don Quijote, seguir madrugando y saliendo al campo abierto cuando ría el alba, para emprender nuevas y apasionantes aventuras. Porque, como él decía, hay que preferir siempre el camino a la posada.

 



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