Espíritu abierto

El pensador George Steiner, dijo un día en la ciudad de Oviedo al recibir el Premio Príncipe de Asturias en Comunicación y Humanidades:

“Bajo las circunstancias actuales, quiero decir que algunos problemas son más grandes que nuestros cerebros. ”

 

 Parece haber sido así desde siempre de una forma u otra, pero en la actualidad, cuando la raza humana está tocando el borde de la concepción universal y tenemos preguntas vagas, pero bien encaminadas para rebuscar las razones de la preexistencia y las leyes físicas que nos sostienen en el Cosmos, es de suma urgencia la potencialidad de nuestra  fuerza interior.

 

 Cuando el vienés Erwin Schrödinger, Premio Nobel por los primeros conceptos de la mecánica cuántica, nos ofreció un pequeño libro titulado “¿Qué es la vida?”, cuestión a primera vista sencilla y sin complejidad, creó un reguero de interminables pregu

 

ntas tanto científicas como filosóficas que hoy, a 59 años de esos dictados, sigue manteniendo  juiciosas polémicas en  paraninfos universitarios.

 

 No es cierto, como hemos apuntalado alguna vez,  que desde los tiempos de las cavernas no hemos aprendido nada, solamente a enterrar a nuestros muertos.

 

Partiendo de los asombrosos dibujos en la cueva de Altamira, al "El arte de la guerra" del maestro Sun Tzu, hasta llegar a la revolución del lenguaje y el sentido de la literatura tal como hoy la conocemos, parece haber pasado una eternidad, pero solamente el tiempo necesario para ir de la quijada de asno a desmembrar el átomo.

 

En “El desfile de la vida”, John Hodgdon Bradley, un paleontólogo con alma de poeta, nos toma de la mano como si fuéramos niños indefensos, y nos lleva por los infinitos senderos de los evos de la vida.

 

 Al comienzo de la lectura se nos recuerda que debemos prepararnos en conciencia y con el espíritu abierto, pues vamos a realizar un viaje,  acompañados de un nuevo Dante, por un pasado medido por millones de años hacia los mares de las rocas y los fósiles, para escucharlos hablar en un lenguaje conmovedor, pues es el eco del renacer humano.

 

 Estamos asustados. Somos bultos en las sombras. Ignoramos cómo empezó la vida, ni dónde, ni exactamente cuándo.

 

Hicimos poesía, música, prosa  excelsa, alabamos al Creador, levantamos cohetes a la oscuridad del espacio y clonamos seres vivos; glorificamos  las Pirámides, el Partenón y el Faro de Alejandría; moldeamos en mármol“La Venus de Milo” y, en un toque de inspiración sublime, nació   el “El Paraíso perdido”,  los poemas de Petrarca, “Hojas de hierba” y la partitura de  “El himno a la alegría".

 

 Y aunque aún no hemos aprendido del todo  a formar una humanidad donde imperase el respeto supremo a la existencia, no cabe duda: todo se andará.

 

Somos sutiles, pero ¿ sabemos usar  ese don? La inteligencia es un fuego fatuo que se escapa de las barreras de la definición.  Y ahí entra Steiner al reconocer que  ciertos problemas son más grandes que nuestros cerebros.

 

Con todo, seguimos creyendo  en la potencialidad del ser humano. Su permanente lucha, ese pretérito enfrentamiento contra los elementos y los quebrantamientos del espíritu,  recordándonos persistentemente, aún en las peores circunstancias, los valores eternos, esos que nos hacen levantarnos sobre nuestros propios  errores y mirar el horizonte reparador con romántica ilusión.



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