Los tesoros botánico medicinales de la América española

Los tesoros botánico medicinales de la América española

Entre los siglos XVI y XIX los científicos europeos fueron descubriendo una fabulosa biodiversidad en el Nuevo Mundo que permitiría desarrollar muchos fármacos

 

José Pichel Andrés/DICYT El descubrimiento de América reveló a los científicos europeos una biodiversidad insospechada que en los siglos siguientes se iba a convertir en una formidable fuente de fármacos, algunos de los cuales han llegado hasta nuestros días. El papel que tuvieron los botánicos españoles y de otros países en la exploración de las nuevas tierras y el hallazgo de exóticas plantas y remedios es bastante desconocido.

 

Enrique Raviña, catedrático de la Universidad de Santiago de Compostela, aborda esta cuestión en el libro ‘Las Medicinas de la Historia Española en América’. En general, la mayoría de estos remedios encontrados por los europeos en América “se han empleado como anestesia, pero también algunos como antimaláricos, especialmente hasta la II Guerra Mundial”, afirma en declaraciones a DiCYT.

 

Su obra se centra en las denominadas “drogas crudas”, es decir, sustancias naturales que se emplean como terapia sin pasar por ningún tipo de elaboración salvo la recolección y el secado. Por su importancia y sus aplicaciones destacan sobre todo tres, junto con innumerables derivados: la hoja de coca, empleada en anestesias locales; la corteza de quina, contra la malaria; y el veneno de las flechas llamado curare, en relajantes.


La hoja de coca


En muchas ocasiones, los europeos solo tuvieron que fijarse en el uso que hacían los pueblos precolombinos. Mascar la hoja de coca era un remedio natural de los incas para combatir los efectos de la altitud de los Andes. Tras ser sometida a tratamientos químicos, uno de sus derivados, la cocaína, tiene muy mala fama porque es una droga recreativa ilegal extremadamente tóxica y adictiva, que generalmente se consume en forma de polvo blanco, pero también tiene un uso médico como anestésico local y antihemorrágico.


El primero que describió la planta de la coca fue Nicolás Monardes, médico y botánico español del siglo XVI conocido por su obra ‘Historia medicinal de las cosas que se traen de nuestras Indias Occidentales’. Su Sevilla natal era el puerto al que llegaban las novedades del Nuevo Mundo y él aprovechó esta circunstancia para cultivar en su huerto todo tipo de plantas exóticas, experimentar con ellas y ver si tenían alguna aplicación farmacológica. Entre esos usos medicinales que describió hay que contar el bálsamo de Tolú, derivado de la secreción resinosa del árbol sudamericano Myroxylon toluifera, empleado como antiséptico, entre otros usos.


De veneno a relajante


En otros casos, los productos que prehispánicos eran mucho más complejos. “Los indígenas usaban las flechas para la caza, a veces también para la guerra, y estaban impregnadas con una pasta venenosa realizada a partir de muchos extractos de plantas que variaba según los distintos lugares y tribus”, explica Raviña. Analizados sus principios activos y convertidos en medicina, se han transformado en relajantes musculares que en muchos casos se emplean como coadyuvantes en cirugías.


Al francés Charles-Marie de La Condamine le corresponde el honor de haber descrito la composición de ese veneno, el curare, y también el de haber determinado la especie de quino que contenía más quinina para utilizarla contra la malaria, el único remedio para esta enfermedad que se conoció durante dos siglos.


Enrique Raviña recoge en su libro el caso de muchos otros aventureros que se adentraron en tierras inexploradas en busca del conocimiento. “Es la historia heroica de botánicos españoles que llevaron a cabo exploraciones y probaron plantas entre los siglos XVI y XVIII llevando a cabo una labor increíble, con meticulosidad y descripciones pormenorizadas”, afirma.


Primera expedición científica


Entre ellos hay que contar a Francisco Hernández de Toledo, que protagonizó la que está considerada como primera expedición científica americana, entre 1570 y 1577 a lo que entonces era Nueva España. Su trabajo fue impresionante y quedó plasmado en 24 libros sobre plantas, descubriendo algunas tan conocidas como la piña y el cacao y describiendo algunos usos medicinales.


Fue solo el principio, porque realmente el siglo más fructífero en cuanto a investigación científica en la América española fue el XVIII, con expediciones impulsadas por el espíritu conocedor de la Ilustración. Jorge Juan, Antonio de Ulloa, Hipólito Ruiz López y José Pavón fueron algunos de los grandes científicos españoles que exploraron las tierras americanas en esta centuria, realizando aportaciones extraordinarias junto a otros europeos que vivieron en esa misma época y años posteriores, como Alexander von Humboldt, Aimé Bonpland, los hermanos Schomburgk y Eduard Poeppig.


Esfuerzo sin continuidad


¿Qué ocurrió con todos esos conocimientos? “Ese trabajo no tuvo continuidad, el siglo XIX fue un desastre para España, perdió sus territorios, llegó tarde a la Revolución Industrial y dejó escapar la gran labor que habían realizado los botánicos”, comenta el catedrático de la Universidad de Santiago de Compostela. Con el desarrollo de la química orgánica serían los científicos de otros países quienes aislarían los principios activos, dando paso a la industria farmacéutica, que habría de desarrollarse sobre todo en Alemania. No obstante, como testimonio de la riqueza de la aportación española al conocimiento botánico está el “impresionante” Real Jardín Botánico de Madrid.


La Amazonía sigue siendo un tesoro


Hoy en día América sigue teniendo un enorme potencial para la farmacología, especialmente la Amazonía. “Muchos equipos científicos siguen explorando, estudiando la botánica y preguntándose si los nativos utilizan las plantas con alguna finalidad”, señala Raviña, describiendo lo que se conoce como etnobotánica. “En la actualidad, la Amazonía y el mar son los dos lugares que nos ofrecen un mayor campo de investigación en busca de nuevos compuestos”, agrega.

 

Enrique Raviña. Foto: Fundación Lilly.

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