Javier Fernández: "Crisis y corrupción componen un potente ácido antidemocrático"

Javier Fernández: "Crisis y corrupción componen un potente ácido antidemocrático"

 Oviedo.-El presidente del Principado se refirió en la apertura del Congreso de CC.OO de Asturias a la cifra de parados, "nunca alcanzada antes en la democracia" española, que "enciende todas las alarmas" y tuvo también una reflexión acerca de que "nunca hubo una sensación tan espesa de impotencia -de fracaso, al cabo- de la política y de las instituciones para gobernar la economía, de dependencia absoluta de los vientos de los mercados, de sumisión lacayuna de un Estado, genuflexo ante los dictados de la inmisericorde disciplina alemana."

 

 

Intervención del presidente del Principado

 

Empiezo sin preámbulos ni medias tintas. España se despeña hacia los seis millones de parados y Asturias tiene 103.700 desempleados registrados.

Seis millones de parados. Éste es el horizonte que enfrentamos; la realidad que quienes estáis aquí, representantes de los trabajadores, conocéis bien. Como vosotros, los ciudadanos perciben que las instituciones son incapaces de taponar tamaña hemorragia. Pese a la sucesión de recortes, a la aplicación de una austeridad corrosiva que se justifica como un sacrificio necesario, la recesión continúa su castigo con toda crudeza.  

Lo que acabo de decir sobra para encender todas las alarmas. Nunca en España hubo tal número de parados. En la historia democrática, jamás se destruyeron tantos puestos de trabajo. Nunca hubo una sensación tan espesa de impotencia -de fracaso, al cabo- de la política y de las instituciones para gobernar la economía, de dependencia absoluta de los vientos de los mercados, de sumisión lacayuna de un Estado, genuflexo ante los dictados de la inmisericorde disciplina alemana.

Esto, por sí solo, basta para explicar la desafección hacia la política. Cuando escuchamos o leemos que los asturianos y los españoles desconfían de la política y de los gobernantes, sepamos que estamos hablando de esto. Cuando los ciudadanos perciben que sus instituciones y quienes las dirigen son incapaces de enderezar el rumbo, de ofrecer un horizonte menos sombrío, cunden el desánimo y un escepticismo nihilista.

Ése es uno de los dos factores principales de descrédito de la política. Digo esto porque hay otro importantísimo. La extensión de la sospecha de corrupción generalizada, la idea creciente de que los políticos buscamos el provecho propio  y no el bien general, de que todos compartimos la ideología común del pancismo, de que todos practicamos el estilo sobrecogedor que se ha hecho famoso estos últimos días.  

La mezcla de ambas sustancias, crisis y corrupción, compone un potente ácido antidemocrático. Vosotros lo podéis comprobar también, porque os incumbe. Desde la muerte en la cama del dictador hasta ahora, nunca se cuestionó tanto y tan brutalmente a los sindicatos. Se cuestiona vuestra financiación, vuestra representatividad, vuestras capacidades legales, vuestro derecho a la movilización y, por añadidura, vuestra función social, vuestra razón de ser.

Insisto: la mezcla de crisis y corrupción es un corrosivo poderoso. Erosiona la democracia rápidamente; tan rápido como, a la inversa, fomenta el populismo. Por eso la situación es seria económica, social y políticamente.

Y encima hay políticos que siguen el juego y contribuyen gratuitamente al descrédito de las instituciones, con una irresponsabilidad manifiesta. Hablan del parlamento del que forman parte con desprecio, como si fuese una institución superflua, un adorno cosmético caro y prescindible.

Tengo mis años. Como muchos de vosotros, recuerdo que en 1981 nuestra democracia estuvo secuestrada durante unas horas por un grupo de militares golpistas. Durante ese tiempo, fue posible el infierno de la involución. Ahora, en 2013, no hay ruido de sables; hoy existe el riesgo del descrédito, de la desconfianza generalizada en la democracia y en sus instituciones. No estoy haciendo tremendismo ni comparanzas, porque son coyunturas incomparables. En 1981, la democracia era querida por la inmensa mayoría, que estaba dispuesta a defenderla. El problema de 2013 es que se extienda la desafección, la indiferencia ante la democracia en Asturias, en España y en otros países europeos, y que al calor de ese desinterés se incube y desarrolle el huevo de la serpiente del populismo más descarnado. Por favor, no olvidemos qué sucedió en Europa en el siglo XX cuando prendieron el populismo y sus soluciones salvadoras.

Claro, me preguntaréis qué hace el gobierno de Asturias para frenar lo que denuncio. No intervengo aquí para hacer propaganda de mi Ejecutivo. Sé de sobra que algunos o muchos de vosotros discrepáis de nuestras decisiones. Por lo tanto, os ahorro los detalles.

Sin embargo, creo que compartimos un objetivo común. Mi gobierno pretende, al igual que vosotros, demostrar que existe otra manera de hacer las cosas.

Os pongo tres ejemplos sencillos.

El presupuesto del Principado para este año destina el 67% a gasto social. Dos de cada tres euros se dedican a políticas sociales porque rechazamos que la crisis sea un pretexto para acabar con el Estado del bienestar. Y acabar con el Estado social es acabar con el Estado de Derecho. Porque un Estado, si no es social, no puede ser de derecho.

El segundo ejemplo es el diálogo social. En las próximas semanas, si la negociación no se tuerce, firmaremos un acuerdo hasta 2015 con los sindicatos y la patronal que movilizará 2.300 millones, 1.500 de ellos para inversión pública. Negociamos y acordamos con los sindicatos y con la patronal porque los consideramos interlocutores solventes y necesarios. Aprovecho para repetir lo que llevo predicando con escaso éxito desde el verano. España necesita también un gran acuerdo que involucre al Gobierno, las centrales sindicales y el empresariado en un propósito común, y el presidente del Ejecutivo debe liderarlo.

El tercer ejemplo es la búsqueda de la calidad democrática, con la disposición a la transparencia y la rendición de cuentas. Este gobierno de Asturias debe tener bolsillos de cristal y queremos que los ciudadanos sepan qué llevamos dentro. Por eso presentaremos este semestre una ley de Transparencia y Buen Gobierno, una norma que nos obligue legalmente a un funcionamiento transparente y a la rendición de cuentas continua. El gran riesgo que tenemos quienes protagonizamos la vida pública –e, insisto, eso os afecta también a vosotros- es quedarnos cortos, anclados en un viejo paisaje de sombras. La modernización de los partidos, de los sindicatos, de la patronal; la agilidad y la transparencia de las instituciones son requisitos ineludibles para avanzar hacia la calidad democrática. Ay del gobierno, del partido o de la organización que no comprenda esta urgencia, que juegue al regate corto y sólo piense en salvar los muebles para seguir tirando. Puede quedar arrasado. Y esto, advierto, nada tiene que ver con las frívolas concesiones al populismo que tantas veces escuchamos.

Os invito, sinceramente, a compartir estos objetivos. También quiero contar con vosotros para combatir el desempleo. Por supuesto, a través de las medidas incluidas en la concertación, pero también con todas las iniciativas que queráis plantear y negociar. No lo digo para halagaros, es que contar con las propuestas de los sindicatos y de la patronal es un ejercicio de responsabilidad. En la Asturias que remontará la crisis –porque, sin duda, acabaremos saliendo-, los sindicatos no serán un recuerdo, sino agentes principales de la victoria sobre la recesión. Comparto con vosotros la idea de que hemos de preservar la industria –toda la industria, incluida la industria básica-, de que hemos de pelear por el futuro de todo nuestro tejido industrial y económico. Os aseguro que lo estamos haciendo. Y lo vamos a seguir haciendo, y espero que el Ministerio de Industria lo haga también, que recupere el diálogo y que llame de inmediato a los sindicatos para pactar un nuevo plan minero.

Os deseo un buen congreso. Y sólo os hago un último ruego. Que extreméis, también vosotros, la vigilancia frente a quienes hacen del descrédito de la democracia su programa político. Y, por favor, cuando se juzguen los comportamientos, no lo volquéis todo en un saco común. Distinguid, diferenciad, analizad cada actitud por separado. Estoy convencido de que llegaréis a la conclusión de que no todos somos iguales.

 


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