Palabras, palabras, palabras...

Asunto de cinco, con tres al rececho. Eso fue la noche televisiva de ayer, que uno, muestra de vejez, se perdió anteyer el mentalista, serie que lo entretiene habitualmente, con su banalidad salpicada por unas sorprendentes dotes del exageradamente cobarde mentalista, amorosamente protegido por la encantadora ternura de su jefa.

Tres de acuerdo, pero con el acuerdo imposible, un añorante y el que trata de recoger los pedazos. Los tres de acuerdo son los del pepé y los dos nacionalistas, de acuerdo repito en casi todo, pero con el al parecer imposible acuerdo respecto de si somos uno o somos varios pendiente. Tal ven el maligno hechizo del hada madrina del país del Véspero sea éste que no sé si llamar del nacionalismo o del separatismo. Una pena y una tragedia. Por su parte, el pesoe rebusca en sus gastadas fórmulas ingredientes para sobrevivir y en el fondo, iú procura endilgar a tirios y troyanos la responsabilidad de lo ocurrido y de lo que está ocurriendo y así cosechar entre arrepentidos, indignados y escépticos rebeldes. Esos son los cinco.

Los otros tres, con sus evidentes razones a cuestas, fueron condenados a permanecer en sus puestos, enlatar sus ideas y dejarlas entrever como complementarias y supuestamente marginales.

Nada nuevo bajo la luz del sol. Considero evidente que nos hallamos ante un hecho histórico de importante trascendencia para la sociedad humana que puebla la tierra y no tenemos herramental político adecuado para tratar de resolver la porción, parte o parcela que nos incumbe.

Nos hace falta tomar clara conciencia de que necesitamos resolver el asunto pendiente de si existimos o no como estado unitario y único, por muchos y muy diversos que sean nuestros componentes.

Precisamos de unidades económicas suficientes para competir en el mercado global, a partir de una capacidad de investigación adecuada.

Sólo cuando esas unidades económicas de producción diversificada existan, será posible crear, consolidar y mantener la indispensable red de pequeñas y medianas empresas complementarias y suplementarias de aquéllas y de atender los mercados internos.

Nos hace falta adelgazar la administración y hacerla más ágil, eficaz y más responsable de sus actividades.

Para todo lo cual, parece más procedente bajar impuestos que subirlos y agravar la situación.

Y, para mientras todo eso se logra, como principio de arranque, es necesario atraer factorías de empresas propias o foráneas que remedien progresiva y urgentemente la dolorosa herida social del paro.

Sin olvidar que la administración no puede, es probable que no pueda llegar nunca, a pagar sus deudas pendientes. De lo que habrá que sacar las oportunas deducciones.

¿Qué si todo esto puede hacerse? ¡Pues naturalmente que sí! Sin la menor duda. Pero habría que ponerse denodadamente a ello.

Todo lo demás, como Hamlet repetiría, son palabras, palabras, palabras …



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