Esos grandes misterios del vivir

De la muerte y el más allá, conozco sin más lo que he podido ir leyendo.  

Nunca miro el horóscopo –aunque los escribí   en un pequeño diario de provincia para sobrevivir- ni he participado en juegos de mano y de mente, ignorando completamente del arte y la pasión del ajedrez.  

Carl Sagan repetía: “La vida busca a la vida, y eso no podemos evitarlo”. Y en eso estamos, como un pechirrojo asustado al borde de los misterios del Cosmos. 

 Las sempiternas interrogaciones que nos incomodan o dan miedo: ¿De dónde venimos? ¿Qué somos? ¿Por qué estamos aquí? ¿Adónde vamos?  

Mutismo total.  Quizás exista un atino para explicar parte de la gran cosmología, pero seguimos en tinieblas. Algunos se agarran a la fe y sus arcanos y caminan menos tambaleantes sobre la vida. 

En medio, hay algo certero: de los espacios galácticos hemos venido y hacia allí vamos. Es un regreso anunciado, y no tenemos otra aventura más colosal que esa. En la tumba de un faraón egipcio se puede leer: “La escalera del cielo ha sido desplegada para él, para que pueda ascender por ella hasta el cielo. Oh dioses, colocad vuestros brazos bajo el rey: levantadle, izadle hacia el cielo. ¡Hacia el cielo! ¡Hacia el cielo!”. 

Y es que no estamos solos. Es más: no lo podemos estar. Sería cruel. Un espanto. El absurdo total tras haber gozado y sufrido la incógnita de la existencia 

 Metrodoro de Lámpsaco (llamado el viejo), filósofo griego del siglo IV antes de nuestra Era, negaba considerar la Tierra como el único mundo poblado en el espacio infinito: “Es tan absurdo como afirmar que en todo un campo sembrado de mijo, sólo crecerá un grano.” 

Volviendo a Sagan.  Uno no deja de asombrarse por la inmensidad del espacio. En su obra “Cosmos”, señala que sobre nuestro pequeño planeta azul se esparcen trillones de galaxias formadas por miles de millones de estrellas, un infinito inalcanzable para la mente humana.  

   En una galaxia, quizás en mundos como el nuestro, se expande prodigio de la creación o la soledad plena. Descansemos nuestros temores en que Dios escribe con renglones torcidos que no sabemos descifrar.   

Afirma el budismo, que   el ser humano o su espíritu son eternos, no existe la muerte.  Morir no es más que el acto de nacer en otro plano de la existencia. 

 Y eso no deja de ser esperanzador. De la luz procedemos y hacia ella vamos. Seremos, hasta la consumación de la perpetuidad, luminosidad de estrellas.  

 

rnaranco@hotmail.com 



Dejar un comentario

captcha