El virus de la corona

Los españoles deberíamos estar contentos al saber, con toda seguridad, que la familia Real –por lo menos la emérita- nada en la abundancia patrimonial y posee una liquidez admirable que se mantuvo sin merma aún en época de crisis.
No podemos saber ni por aproximación el saldo positivo de las cuentas que Juan Carlos I pueda mantener en diversos paraísos fiscales. Presuntamente, tal saldo tiene que ser tan cuantioso como dudosa es su procedencia. Pero reflexionemos: si a una de sus íntimas fulanas de tal, la alemana Corinna Larsen, le transfirió, por los servicios prestados, diez mil millones de pesetas (60 millones de euros), ¿en cuánto se puede cuantificar su fortuna? Aun considerando que Juan Carlos I es hombre de bragueta espléndida ¿alguien puede pensar que su regalo puede haber superado un diez por ciento del total de sus cuentas?
En vista de lo visto –que hasta ahora fue poco gracias al blindaje de la corte-, Juan Carlos I tuvo un reinado feliz y provechoso que mantuvo una trayectoria de menos a más en todos los sentidos. Su reinado, para su patrimonio –que no para el patrimonio nacional-, ha sido sumamente beneficioso. Ahora, su hijo, el actual monarca, Felipe VI, que no sabía nada de los chanchullos de su padre, tiene que gestionar su envenenada herencia.

Asunto difícil en plena pandemia.



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