Una sociedad en descomposición

Se atribuye a François-Marie Arouet, filósofo francés más conocido como Voltaire, la frase «No estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé con mi vida tu derecho a expresarlo», aunque, en honor a la verdad, su autora es Evelyn Beatrice Hall. Es, quizá, la expresión más feliz y completa sobre el derecho a la libertad de expresión, que suscribo y asumo en primer grado. 

Pero los graves incidentes de orden público que está soportando una parte importante de la sociedad española, aunque revestidos bajo el ropaje de la libertad de expresión, nada tienen que ver con este derecho reconocido por la Constitución. 

La encarcelación de Pablo Rivadulla, de nombre (¿artístico?) Hasél, es ajena a este sacrosanto principio.

Este sujeto es un delincuente reincidente que fue condenado por una serie de delitos, y no solo por enaltecimiento del terrorismo, e injurias y calumnias a la Corona: ofensa a la autoridad, allanamiento de una sede del Banco de Santander, obstrucción a la justicia, amenazas y maltrato de obra a un testigo, lesiones a un periodista, asalto a la Subdelegación del Gobierno de Lérida, entre otros.

En fin, un sujeto de cuidado, un peligro para la sociedad. 

¿Es razonable, entendible y justificable que en una sociedad civilizada se produzcan graves altercados de orden público en defensa de este transgresor?

Más aún, ¿es legítimo que estos episodios los ampare el Gobierno?

Pero, ¡qué fácil es animar a la masa! El elemento más fogoso de la sociedad es la ignorancia, y es propio de mentes estrechas embestir contra todo aquello que no les cabe en la cabeza. 

Ahora que hemos llegado a Marte, me imagino a las criaturas del exterior (seguro que las hay) alternar la mirada de los animales al hombre y del hombre a los animales e incapaces de discernir cuál es cuál.

Porque los manifestantes se han desenmascarado y han sacado a relucir su verdadera personalidad de delincuentes: se convocan para defender la libertad de expresión, pero roban sujetadores de La Perla y zapatillas Nike, y saquean e incendian cuanto encuentran a su paso, y todo seguirá igual en tanto las fuerzas del orden no se empleen con contundencia, sobre todo en esa Cataluña más decadente que independiente.  

Qué gran ejemplo nos ofrecen las autoridades extranjeras, en especial las canadienses, para quienes la intervención policial no debe ser proporcional, sino contundente, como único medio para mantener el orden público. La debilidad genera en los antisociales una sensación de empate, cuando no de victoria, que engendra más violencia. 

Estamos viviendo tiempos convulsos y contradictorios: hasta ahora pedíamos la protección del Gobierno ante cualquier contingencia; ahora, lo urgente es protegernos del Gobierno.

La política es un pudridero en el que lo único que cuenta es la resistencia que podamos ofrecer a la casi inevitable descomposición.



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