Infamia a la venezolana

 

El gobierno de Nicolás Maduro en Venezuela ha creado un “carnet del patriota” como si la nación fuera una talega  en la cual los valores de la lealtad pudieran ser entregados a recuento de un acatamiento convertido en un grillete.  

Nadie, en ningún tiempo,  debería necesitar  un “certificado” que manifieste el apego a la   tierra de su  nacencia primogénita.

La querencia  al hogar reverdecido  no se asigna: nace en las propias raíces, siendo cicatero que el poder establecido haya comenzando a imponer   un juramento de lealtad revolucionaria para recibir lo que en justicia a cada venezolano  le pertenece

Con tan actitud, se obliga a obediencias ineludibles ante el proceso bolivariano. En los regímenes absolutos se comienza imponiendo un carné y se termina acatando a juro  la manipulación mental. Se planifica  la propia existencia hasta el más mínimo detalle, y cada mujer u  hombre se habrán convertido “voluntariamente”  en masa amorfa. No es una alucinación, sino la realidad cierta que llega para quedarse en aquel hermoso país caribeño.

La lealtad es una  adhesión a la nación que forma su  estructura sin  monopolización, ya que lo contrario conduce a la deslegitimación e incluso al totalitarismo. Una forma es  respetar a la República y otra distinta exigir a los ciudadanos  una obligación que se termina convirtiendo en  una  pleitesía autócrata. 

Con demasiada frecuencia ha sido utilizada la palabra Patria – con mayúscula - en los cenáculos de  los politiqueros  iluminados  hacia la prioridad de convencer a los electores  de ofrecer, si necesario fuera,  su existencia plena al poder imperante. 

Recordemos que Hugo Chávez,  hacedor del actual sistema político, solía decir que su revolución era armada  y que el pueblo – su pueblo en sentido de posesión -  derramaría hasta el último aliento por ella.

La exaltación política  intransigente   es un  nacionalismo exacerbado aprovechado a favor de  su propia mitomanía. En él siempre imperan las emociones sobre la razón y sirve de comodín al momento de manejar a las muchedumbres.

El pueblo, en el sentido honorable, representa el espíritu de una sociedad,  y aunque se haya debilitado su significación en países como Venezuela, es obligante mantener en  alto el concepto humanístico que le engrandecer.

De condición afectiva la nación es un estremecimiento interior  que hacemos nuestro; es el camino a la escuela entre  labrantíos, afluentes, florestas y nublados del lar; la lluvia, la nieve y ventisca; las sombras de la noche, el sonido de una campana; el abrazo de dos enamorados; los niños y  jovencitas de piel suavizada y los veteranos con años y arrugas; la flor del durazno, el mango, los relatos de las ánimas; las colinas cubiertas de musgo, el salitre del mar y el mismo inmenso piélago embravecido; los muñecos de trapo; la comunión con nuestros antepasados y el recuerdo hacia  los seres  que nos han forjado tal como somos y deseamos seguir siendo.

Toda actitud  denigrante lleva a los servilismos que abren rondas al despotismo.  Una acción es  respetar al  Régimen establecido  y otra muy distinta exigir un compromiso que se termina convirtiendo en un obligado  sometimiento  pavoroso.

La  libertad es un don natural de todo ser humano y por ende nadie, ni los dioses del Olimpo, pueden doblegar con un llamado “Carnet de la Patria”  para poder recibir una bolsa de comida y con ella,  la obligación de estar aprestos a cumplir las ordenes de los mandamases  bolivarianos.



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