50 años de cura

Me acerco al periódico pensando lo que voy a contar del padre Ángel, este cura que ha llegado ya a las bodas de oro sacerdotales. Todavía recuerdo cuando, a mediados del año 2000, fue protagonista periodístico por su ejemplar trayectoria en servicio de los más desfavorecidos. En un almuerzo en Madrid, me senté con él a la mesa, y un cazurro de Busdongo, José Luis Gutiérrez, ex director de «Diario 16», le preguntó a bocajarro: «¿Por qué habiendo como hay tanta buena gente en el mundo el nivel de felicidad en nuestro planeta no pasa de mediocre?». En aquella ocasión el padre Ángel se encogió de hombros, y le dijo: «José Luis, lo más importante de la vida es querer a la gente, todo lo demás no tiene importancia». Y ahí se acabó toda la discusión.

Los hombres de nuestra época somos estupendos para las excepciones, pero se nos olvida cumplir con la regla de todos los días. Ahora nos estamos acordando de Japón, un pueblo que está sufriendo muchísimo, pero se nos olvida atender al pobre que todos los días pide en nuestra acera. Como somos unos egoístas totales, no hay manera de que descubramos que el amor produce mucho más gozo que jugar a la lotería, que el consumo loco y tonto, que el afán de figurar. Pero como no lo ponemos en práctica pensamos que no es rentable.

En tu 50.º cumpleaños de cura, me conformo con que nos recuerdes que el amor se demuestra amando. También te pido que sigas repartiendo panecillos de esperanza por el mundo entero. ¿Sabes? Me gustan mucho esas fotos que te sacan con los niños que lo pasan mal, porque veo en ellos esa esperanza que multiplicará sus ganas de vivir. Como dices tú: «Tenemos que querer y dejarnos querer». Para eso basta tener tres cosas: un poco de tiempo, un poco de corazón y haber leído alguna vez el evangelio.



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