Derecho de rogativa

Toda huelga general es una huelga política, por definición, pero cómo desconocer que en esta última existen, además, componentes partidarios, de bando o facción. Porque los convocantes, en primer lugar, se encontrarían más «cómodos» con un gobierno de los suyos. En ese «cómodos», es evidente, se incluyen elementos de pane lucrando, que la moneda y el favor fluyen más fácilmente si entre origen y destino existe afinidad. Pero también por razones de índole psicológico-metafísica que afectan a gran parte de la izquierda. Porque para ella (y aquí entran tanto los convocantes a huelga y a manifestación como los convocados) los períodos en que gobierna la derecha constituyen una especie de edad oscura, una época ominosa en que la malignidad absoluta se apodera de la sociedad y la tierra (no lo tomen ustedes a broma: es esa la razón de que Pere Navarro acabe de afirmar que nunca pactará con el PP en Cataluña; la por qué el PSOE no puede llegar a acuerdos con el PP; la de que muchos socialistas de Euskadi hayan castigado a su partido por gobernar, ¡absolutamente gratis! , con el apoyo de la derecha), y, ante ello, las gentes de izquierdas sienten en sus carnes reacciones casi idénticas a las que en sor Patrocinio provocaba la presencia del Maligno. Que eso sea un déficit democrático es evidente, y, aunque es cierto que esa patología es universal (y, en gran medida, ocurre al revés en el ámbito de la derecha), lo específico de España es su intensidad y su extensión.

                Pero vayamos a las razones explícitas por las que se ha convocado esta última huelga general, la del 14-N. La idea rectora es la de que cabe hacer otra política, que entrañe menos recortes y sacrificios para la mayoría de la población, y que las decisiones que toma el gobierno español (con el apoyo o el estímulo de la Bruja Piruja) lo son solo por una mezcla de maldad (evidente, puesto que son la derecha) e incompetencia. Pero, sin embargo, basta con escuchar los mismos eslóganes de los convocantes para saber que ellos saben que no «hay soluciones», pese a que lo proclamen. Y quiero creer que lo saben, y que, si agitan y gritan lo contrario, es únicamente por entretener a la muchachada y sacarla a la calle. Lo quiero creer. Porque si pensase que lo dicen en serio y que las soluciones serían aquellas con las que ellos, Keynes-Cándido y Krugman-Toxo, iluminaron el pensamiento económico de Zapatero hasta llevarnos al desastre, mi confianza en la condición racional del hombre descendería unos cuantos escalones más.

                Lo saben de sobra, por otro lado, desde que el primer ministro de China, Weng Jiabao,  y el presidente de EEUU, míster Obama, llamaron a Zapatero el 9 de mayo del 2010 para exigirle recortes inmediatos («you must reduce dramatically the deficit, and right now») y desde que, por esos días, doña Elena Salgado, la del chollo en Endesa-Chile, volvió llorando tras su entrevista con los mandamases europeos. Pero no se trata solo de que nos exijan esa política desde fuera o desde las instituciones europeas. La gran cuestión es que tenemos que salir todas las semanas al exterior a fin de cubrir el dinero que necesitamos para pensiones, sueldos, parados, medicina, etc. Y que ese dinero, al margen de lo que decidan la UE o el BCE, o no nos lo prestan o nos lo prestan a intereses muy onerosos. Y mientras sigamos teniendo la diferencia que tenemos entre ingresos y gastos eso no cambiará. Ese es, de momento, «el problema», al margen de nuestra estructura productiva y de las dificultades de los bancos.

                Así las cosas, el ejercicio de huelga y manifestación no es más que el derecho de rogativa: se pasean banderas y eslóganes como se pasean los santos para impetrar del Cielo la lluvia o su cese. Es verdad que puede ser un ejercicio catártico, de purga de humores, pero su virtud es puramente rogativesca.

                En cuanto a nuestro comportamiento con respecto a la huelga general (a las huelgas, más propiamente, pero ya hablaremos otro día de ello), en Asturies estamos siempre a la cabeza de huelguistas y manifestantes. Es uno de los rasgos de nuestra identidad: constituimos «la reserva espiritual de occidente», al modo que en que la FSA la constituye del socialismo español. No es progresismo, aunque lo crean quienes lo practican, es simplemente conservadurismo, la supervivencia de una concepción del mundo que, si nunca tuvo una relación de especial eficiencia con la realidad, la tiene cada día menos. Una especie de diagnóstico equivocado sobre la realidad a partir de una visión alucinatoria del mundo.

                Y en ello, como siempre, destacamos varios codos por encima de los demás.  He aquí las palabras del oficiante máximo de la UGT en la diócesis sindical asturiana: «Si la situación no cambia, habrá que plantear una huelga en Asturias» (La Nueva España, 05/11/12). ¿Contra quién? ¿Para qué? ¿Con qué objetivo alcanzable? ¿Ante qué dioses? ¿Contra qué trasgos?

¿Eso qué importa? ¿Que la peral no da peras? Saquemos los santos en manifestación. Porque ¿cuál es el objetivo, en realidad? Lo patentizaba el concilio de Gangra al heresiarca Eustacio de Sebastes, allá por el siglo IV: «No encerramos a Dios en el templo, sino a los fieles».

PS. Foro Asturias ha protagonizado un episodio bufo en la Xunta Xeneral pidiendo «amparo» porque doña Mercedes Fernández había llamado «niña» a doña Cristina Coto. Quienes hayan seguido la NUEVA ESPAÑA en la semana del 12 al 18 se habrán reído y avergonzado, a la par, de forma intensa. No se descalabacen preguntándose si merecemos estos políticos. La respuesta es obvia: Sí, puesto que los votamos.



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