Sepulcros blanqueados

Con frecuencia la comunidad vasca en Venezuela – sus dirigentes – se rasgan las vestiduras cuando  se habla de los etarras que viven en el país como refugiados,  a sabiendas de que ellos han hecho y hacen de esa condición un fructífero negocio, pues embelesan a  incautos con gestos heroicos inexistentes, a no ser  recordar cuando  colocaban carros-bombas  o disparar a  la nuca de un inocente.

 Normalmente siempre vienen con la misma cantaleta:  los eterras son personas ya incorporadas al desarrollo de la nación y la mayoría de ellas han asumido la nacionalidad venezolana. Ahora bien, nunca mencionan sus asesinatos y  la  permanente militancia en las filas del terror. Más bien, pareciera ser eso pecata minuta, algo sin importancia alguna.

 

 Otra cualidad es la asombrosa capacidad para  no condenar jamás los crímenes de la organización  por  más espeluznantes que éstos sean. Cuando se indaga, sólo afloran eufemismos,   palabras sueltas, mucha ambivalencia retórica, pero ni una sola acusación explícita y directa a la sangre  derramada.

 

 Con los eterras enconchados sucede lo mismo. Si  una autoridad española pide su extradición con razón o sin ella, pues ésa es potestad de la Corte Suprema de Venezuela, arman una algarabía mediática, un popurrí de lamentos y regresan a los consabidos y manoseados conceptos: “Los vascos somos un pueblo trabajador, honrado, y los emigrados a estas tierras  ayudaron a levantar con  su esfuerzo el progreso del país”.

 

  Esos hechos no están en duda pero,  si a ver  vamos, el resto de la colonia española, formada en su mayoría de canarios, gallegos y asturianos, también trabajan, son nobles y dieron y dan por Venezuela lo mejor de ellos mismos. ¿O no?

 

 Aquí de lo que se trata es llana y claramente de terrorismo, no de las cualidades humanísticas, sociales o migratorias del pueblo vasco; tampoco, ni  tan siquiera  del anhelo histórico – legítimo por lo demás -  de la añorada independencia de Euskal Herria, territorio histórico formado por varias localidades francesas y españolas.

 

 Un día  dijo un ex etarra hastiado  de tanta podredumbre moral dentro de la organización: “Ser fiel  a un ideal y por él asesinar  a un semejante solamente por no pensar igual, no arregla  nada, pues para ver resultados en la lejanía del tiempo, se debería  matar prácticamente a toda la humanidad”.

 

 El dicho popular: “Quien calla otorga” es de una aplastante simplicidad,  ahora bien, como todo sentido venido del pueblo, encierra una verdad diáfana. Ver cometer un asesinato a sangre fría contra un ciudadano indefenso, y guardar sepulcral silencio, es también un crimen moral, una aberración del alma y una cobardía incalificable, y esas personas forman, por actitud propia, parte de la lacra de la sociedad donde viven.

 

 El terrorismo debe ser condenado sin ningún tipo de atenuante, pues  no existe ideal por encima de la dignidad y la vida de un ser humano.

 

 Euskalerria ta Askatasuna (País Vasco y Libertad) es una organización  mafiosa y desde 1968, año del primer asesinato, ha dejado un extenso rastro de sangre. Hasta la fecha, 773 personas han sido víctimas de su macabra locura.

 

  Por esa causa, el pueblo vascuence vive aterrorizado tanto dentro como fuera de sus fronteras, y si el miedo no lo impidiera, gritarían con rabia a esa marabunta de lacra putrefacta:

 

 “Carajo, dejen ya de matar. Deseamos vivir”.



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