Ésto no era jauja

Correr como el viento, volar, disfrutar de la telepatía unidireccional, ser, no inmensa, sino inagotablemente ricos.
Luego, se regresa a la vida de cada día, a estudiar las lecciones, aprender las mañas, que te infundan la vieja gramática parda, que nunca, más tarde, sabes quién te enseñó, pero estábamos enterados, después de los estudios primarios, medios y superiores o del aprendizaje de cualquier oficio o de una artesanía, desde el primer desorientado día hasta saber cómo y por qué se han de colocar así o asao los ladrillos, las tuberías o el barro en el alfar.
Nada es seguro, te informa la experiencia, y la realidad, cuando estás más descuidado, te abofetea con desprecio, sin contemplaciones. ¿Qué habíamos pensado? ¿Qué esto era Jauja?
Alguien me recuerda que durante la noche, a una hora indeterminada en que se supone que estábamos dormidos, acaba de llegar el verano, el carro del sol, los sudores y hasta hay quien dice que brotarán los lirios del jardín y hasta madurarán los membrillos, allá por el sur. Una vez, cuando las cámaras fotográficas todavía eran del siglo pasado, hice un viaje por el sur y la cámara, ajustada a las luces del norte, me quemó los recuerdos. Andan todavía por ahí, por algún curioso álbum en que sólo yo puedo adivinar un paisaje que no es sino humo blanquecino con algo como ectoplasmas, que somos nosotros bañándonos por primera vez en agua tibia de soles agobiantes. Fotografías como la paleta de Sorolla, una confusa luminosidad gris, como el probable interior de una perla.
Aclaro. Ser inagotablemente rico consiste en no tener nunca demasiado dinero, pero siempre el necesario. Disfrutar de telepatía unidireccional es saber, si quieres, lo que piensa tu interlocutor, pero que él, o ella, no lo sepa más que cuando y si tú quieres. Volar … bueno, si no se ha soñado que se volaba, no podréis comprenderlo. Algo así como cuando se bucea y flota entre dos aguas, mientras dura el aire y con un gesto es posible cambiar de altura, dirección, sentido.
Sueños todos limitados, banales, siendo como sin duda es posible imaginar vertientes de la inimaginable eternidad.

Se advierte en el aire la inminencia de la noche y la alborada del señor San Juan, la noche más corta, la alborada llena de magias y misterios de cada año. ¿Por qué las hogueras? ¿Por qué y para qué saltarlas? ¿Por qué y para que correr sobre las brasas? De tanto recorrer sus vericuetos, los hombres hemos olvidado el meollo de nuestros misterios. Se pierden en el tránsito desde el claustro materno a la primera llantina en manos de unos desconocidos y es posible, digo yo, que se recuperen durante el paso por el túnel sofocante de la muerte.



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