Peña de Candamo: La última frontera

Peña de Candamo: La última frontera

Javier Fernández: "proteger, estudiar y divulgar nuestro patrimonio tiene el rango de obligación moral"

 

 

Candamo.-El presidente del Principado, Javier Fernández,inauguró este sábado la exposición El arte de la frontera organizada para conmemorar el centenario del descubrimiento científico de la Cueva de la Peña, que se celebra en Candamo.

 

Intervención del presidente

 

Todo el arte rupestre provoca el mismo punto de fascinación. Sea el caballo de la caverna de La Peña, aquí, en Candamo; el de Tito Bustillo en Ribadesella; el bisonte de Altamira; las figuras de Lascaux y Chauvet… El poder evocador de esa imaginería abruma a quien la contempla.

 

Hace décadas que los arqueólogos buscan una explicación al arte rupestre. Han ido acopiando sucesivas interpretaciones que se apilan como estratos. Cuando yo era niño, mandaba con diferencia la hipótesis mágica: los artistas rupestres pintaban los animales que querían cazar, como si al dibujarlos pudieran invocarlos y dominarlos en una suerte de ritual de hechicería cinegética. Después surgieron otras también fascinantes, como la chamánica, popularizada en novelas y películas. Ni qué decir tiene que ninguna de estas explicaciones es concluyente.

 

¿Por qué, me pregunto, por qué nos cuesta tanto admitir la posibilidad simple del arte por el arte, una manifestación tan fiera, radicalmente humana?

Hay razones para no conformarse con esta alternativa. La distribución de las figuras entre sí, la elección de los lugares donde se realizaron, todos estos factores y otros muchos nos invitan a buscar una explicación trascendente. De hecho, en función de las investigaciones parece que la caverna de La Peña no se utilizaba como refugio, sino que tenía un uso esporádico: sería, por decirlo de algún modo, un templo natural reservado para las prácticas rituales.

 

Sostengo algo que no es muy académico, pero sí fácil de entender: es la propia belleza del arte paleolítico la que nos impele a buscarle una cierta trascendencia. Si las pinturas, los trazos y los dibujos de los abrigos y cavernas carecieran del valor artístico que le reconocemos, el afán indagatorio sería menor. Porque cuando contemplamos el arte rupestre no sólo nos encontramos con los vestigios de los primeros pasos de nuestra especie, con todo lo que ello conlleva, sino también con realizaciones que, por su propia dimensión artística, estimulan nuestros sentidos.

 

 

Desde luego, no sé si todas estas cosas pasaban hace cien años por la cabeza de Eduardo Hernández-Pacheco cuando recorrió y estudió, minucioso, la caverna de La Peña. A él debemos la espléndida guía cuya reproducción en facsímil ha realizado la Consejería de Educación, Cultura y Deportes. Aprovecho este acto para agradecer a sus herederos que nos hayan concedido la autorización correspondiente.

Decía que no sé qué pasaba por la cabeza de Hernández-Pacheco ni por la del conde de la Vega del Sella cuando se detuvieron en el estudio de la caverna, pero intuyo que, en efecto, tuvieron que sentir esa mezcla de fascinación e interés científico a la que es imposible resistirse. Fíjense en el párrafo final de la guía:

“La caverna de La Peña de Candamo sería muy probablemente el recinto misterioso y sagrado de la horda salvaje y cazadora que habitó la situada junto a la misma caverna y en la cercana de ‘La Paloma’, y que campeaba por las comarcas de Las Regueras y Candamo. En este hipogeo tenebroso se harían los ritos misteriosos para domeñar a los espíritus y hacerles propicios a la caza abundante, mediante las imprecaciones y conjuros que los magos de la tribu harían en el seno de la Tierra, madre de todos”.


La exposición El arte de la frontera que inauguramos conmemora el centenario del descubrimiento científico de la caverna. El título de la muestra es de por sí muy sugestivo: nos encontramos, junto al Nalón, río arterial de Asturias, ante la muestra más occidental de arte paleolítico de Europa. Estamos hoy, pues, reasentados en la frontera, junto a los márgenes de un cauce de siglos.

Cuando se pide a los gobernantes que levantemos la vista del suelo, que tengamos altura de miras –se dice, gráficamente, que pongamos las luces largas—, siempre se piensa en el horizonte, en el porvenir. Nada que objetar. El enredo a corto plazo, el gambeteo diario –ahora que estamos en pleno mundial de fútbol viene bien el verbo argentino— no puede ser la única virtud.

 

Pero ese compromiso con el futuro no es incompatible con la atención a nuestro pasado. Al contrario, uno y otro se entrelazan: no hay sociedad avanzada que repudie su historia ni el cuidado de su memoria. Ésa es una de las tareas en las que también trabaja la consejería de Educación, Cultura y Deportes. De hecho, no habrá área más decisiva para asegurar el porvenir que la educación, ascensor social por antonomasia, ni tampoco consejería más relevante para la protección de nuestro patrimonio cultural. A lo largo de la legislatura, la inversión en este objetivo asciende ya a 19,5 millones. El buen uso de esa cantidad ha permitido atender tres grandes frentes:

 

a)      La protección jurídica –se está tramitando un reglamento de desarrollo de la ley de Patrimonio Cultural y muy pronto, por citar otro ejemplo, se declararán bienes de interés cultural inmaterial la cultura de la sidra y la misa asturiana de gaita.

b)      La conservación y restauración, con actuaciones en ese magnífico patrimonio que es el prerrománico, sin olvidar los castros, edificios de relevancia patrimonial y el camino de Santiago;

c)      Y, por último, la difusión y la divulgación.

Entendamos que esos esfuerzos combinados para la protección de nuestro patrimonio suponen, también, una apuesta de futuro.

Proteger, estudiar y divulgar nuestro patrimonio tiene el rango de obligación moral. Es un objetivo en el que debe comprometerse cada generación. De hecho hoy, nosotros mismos no hacemos sino seguir el camino de fascinación, trabajo y estudio que inició Eduardo Hernández-Pacheco en la caverna de La Peña hace ya cien años. Un siglo después, prosigamos esa tarea.

 


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