Juan XXIII: un campesino con el traje de Papa

Juan XXIII: un campesino con el traje de Papa

Muy probablemente en la ceremonia de canonización, que realizará este domingo, se recordará mucho más la figura de Juan Pablo II, más cercana en el tiempo, que Juan XXIII. Por eso vale la pena detenerse en la figura del pontífice que le pueblo conoció como el Papa bueno.

 

De seguro para muchos fue sorpresivo, cuando el 28 de octubre de 1958 el cardenal Angelo Roncalli emergió desde el balcón del Vaticano como nuevo Obispo de Roma. Dicen que eligió el nombre Juan (Giovanni en italiano) porque le sonaba dulce. Esa bondad y dulzura estuvo impregnada durante todo su breve pontificado.

Probablemente, hasta ese momento pocos Papas hablaron con el cariño que él expresó en el llamado discurso de la Luna. Cuando el pueblo romano, iluminado con antorchas y la luz de la Luna llena, colmó la Plaza de San Pedro. “Regresando a casa, encontraréis a los niños; hacedles una caricia y decidles: ésta es la caricia del Papa. Tal vez encontréis alguna lágrima que enjugar. Tened una palabra de aliento para quien sufre. Sepan los afligidos que el Papa está con sus hijos, especialmente en la hora de la tristeza y de la amargura”, mencionó en su improvisado discurso.

Todo indicaba que con sus casi 77 años el antiguo Patriarca de Venecia sería un Pontífice de transición. En cierta medida lo fue, pero no entre un Pontificado y otro, sino que de una época a otra. La Iglesia contemporánea no se entendería sin el aporte de este sacerdote originario de Bérgamo. Fue el Papa Juan quien comenzó a quitarle al ministerio petrino su cariz monárquico, recuperando su esencia primigenia, como el primer servidor de Cristo en la Tierra. Fue el primer Papa que salió del Vaticano, tras un largo auto enclaustramiento, en un corto pero significativo viaje a Loreto y Asís. Fue el primer Papa que recibió a un Arzobispo de Canterbury, jefe de la Iglesia anglicana, profundizando los diálogos ecuménicos, que él llevó a cabo como Nuncio en Bulgaria, Grecia y Turquía. De la misma manera comenzó a descongelar las relaciones con el bloque comunista, en tiempos que la probabilidad de una nueva Guerra Mundial era un peligro latente.

Pero su principal legado fue la convocatoria al Concilio Vaticano II, la primera asamblea de obispos que directamente buscaba acercar la Iglesia al hombre del siglo XX. De ahí su famosa frase de abrir las ventanas de la Iglesia para que entre aire fresco. Gracias al Concilio Vaticano II las Misas ya no son en latín, y el pastor no está de espaldas a la comunidad. El catolicismo fue descubriendo la Biblia, hacia la cual existía un temor reverencial por el riesgo a caer en el protestantismo.

El destino quiso que el Papa Juan retorne a la Casa del Padre un año después de presidir la primera sesión del Concilio. Queda para la imaginación argüir que hubiese pasado si el Papa bueno hubiese vivido un tiempo más. Es indudable que muchos de los cambios que él soñó estuvieron reflejados en las constituciones del Concilio Vaticano II, pero tal vez existieron algunos ámbitos en los que se pudo haber avanzado más, como en el papel de los laicos, y la identificación con los pobres… Tal vez, cincuenta años más tarde sea el momento de continuar la obra inconclusa del Papa bueno.

Felipe Nesbet M.

Fuente: Departamento de Comunicaciones - Obispado de Valdivia

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