La fiebre de los bitcoins

La fiebre de los bitcoins

¡Bitcoins! ¡Bitcoins! No hacemos más que leer sobre la nueva moneda digital. Seguro que ha intentado entender en qué se basa, y se ha dado por vencido. No se rinda, porque la idea es estupenda. Es un ejemplo de libro de cómo se puede hacer una moneda para intercambios económicos sin respaldo en oro, sin Bancos Centrales y sin Ministros de Economía metiendo la mano en el cazo de los dineros. Lo mejor de todo es que se basa en criptografía, y como eso es algo que me gusta, casi les perdono a los chicos de la lista de Naukas que sacasen esta tarde el tema, haciéndome perder un tiempo que necesito para otras menudencias. Oh, a quién voy a engañar, me lo he pasado pipa aprendiendo, y espero que vosotros también disfrutéis.

Para empezar, ¿cómo podemos inventar una moneda digital? Bien, digamos que alguien (el análogo del banco central) crea una serie de números, cada uno de los cuales representa un billete digital, algo sin soporte físico tangible. En lugar de darle al panadero un billete de papel a cambio de su sabrosa mercancía, yo le doy el número de serie de mi billete digital. Él, a su vez, podrá entregarlo a cambio de harina, y así sucesivamente.

Por supuesto, tenemos que resolver dos problemas en este esquema: la duplicación y la creación de moneda. Comencemos por el primer problema. Si yo le he dado mi número al panadero hoy, ¿qué me impide dárselo al lechero mañana? Debemos inventar un procedimiento para invalidar mi número, permitiendo que el receptor de la transacción (el panadero) lo use en mi lugar.

 

 

Para resolver ese problema, las entidades comerciales de pago digital suelen echar mano de protocolos centralizados. Digamos que Paypal inventa una moneda digital. Yo tengo el “billete” electrónico número 123456, por valor de 5 paypálidos. Al dar la orden de pago, Paypal tacha ese billete de mi cuenta y lo añade a la cuenta del panadero, registrando toda transacción al respecto. De ese modo, si intento gastar el mismo billete mañana, el servidor Paypal comprobará la propiedad del billete 123456, y al ver que es de otro me dirá “no cuela, chavalote.” Si, por su parte, el dueño legítimo intenta usarlo para pagar, se le aceptará, pero que no se le ocurra repetir la jugada al siguiente día.

El problema con este sistema es que exige una entidad central de confianza, sea privada o pública, y si lo que quieres es discreción, anonimato, o sencillamente que nadie esté fisgando en tus cosas, es mejor pensar en otra solución. ¿Es eso posible? Yo digo que sí. Quizá me resulte difícil convencerle, ya que estamos tan acostumbrados a bancos centrales y reservas de oro que un sistema de pago descentralizado parece algo inviable. ¿Cómo va a valer el dinero, si no hay alguien que lo respalde?

Bien, voy a revelarles un gran secreto financiero: para que una moneda valga, no es necesaria una autoridad central. Las monedas romanas de oro siguieron usándose siglos después de que el Imperio desapareciese y pasase a los libros de historia. Cuando era pequeño, yo usé billetes de esos que tenían impreso “el Banco de España pagará al portador cien pesetas,” lo que significa que había cien pesetas en oro por las que podía cambiar mi billete. Ahora no hay nada de eso en nuestros billetes, no hay una autoridad central que diga “venga aquí, y le cambiaré su billete por oro, plata o cualquier cosa que valga la pena.” Y aun así, sirven para comprar cosas.

 

 

Los billetes no tienen valor porque tengan respaldo de bancos centrales. Tienen valor porque la gente quiere que lo tenga. Para que algo sirva como pago, lo único que hace falta es que una persona lo acepte como pago. Si puedes entrar al Mercadona y pagar con bolígrafos, pues vale. Una autoridad central lo que hace no es otorgar respaldo, sino confianza. Antes, la confianza venía dada por el oro y plata que guardaba el Banco Central; ahora, viene dada por la capacidad del Estado de pagar sus deudas, que a su vez proviene del cobro de impuestos y un balance saneado. Como no se fían de España por ahí fuera, esos señores llamados Los Mercados nos exigen intereses más altos para prestarnos dinero; a los alemanes, cuya economía sí inspira confianza, prácticamente les sale gratis financiarse.

Si consiguiésemos un sistema descentralizado en el que la gente se fíe, podremos  en principio establecer una moneda para hacer pagos. Recuerde, lo único que necesitamos es confianza. Eso es lo que pensó Satoshi Nakamoto cuando inventó el sistema Bitcoin. Bueno, en realidad ese señor no existe; es un pseudónimo que representa a un grupo de gente. Quienesquiera que fuesen, nos han dado lo que parece imposible: una moneda aceptable, fiable y sin respaldo central. Veamos cómo funciona.

Para empezar, supongo que estará usted al tanto del concepto de criptografía de clave pública. Bueno, vale, se lo explico en un momento. En criptografía de clave pública, el usuario tiene dos claves. La llamada clave pública es conocida por todos, y puede usarse para cifrar mensajes y verificar firmas. Por contra, la clave privada sólo puede ser usada por su propietario, y él es el único que puede descifrar un mensaje o realizar una firma digital.

 

En teoría, se puede calcular la clave privada a partir de la pública, pero es un proceso inviable en la práctica.

De acuerdo, digamos que tenemos un comprador, al que llamaremos Arturo, y una vendedora, que será Belén. Cada uno de nosotros tiene una pareja de claves pública/privada. En el sistema Bitcoin, a cada par de claves se la denomina “dirección” (address), y se guarda en un programa llamado cartera digital. Para cada dirección hay asignada una cierta cantidad de Bitcoins, que pueden comprarse (con euros o dólares, por ejemplo). Una persona puede tener tantas direcciones como desee. Incluso puede hacerlo de forma anónima, ya que no hay que dar datos personales a nadie, lo que resulta especialmente útil para transacciones anónimas.

Para comenzar el proceso, Arturo da instrucciones a su programa cartera para que firme digitalmente una transferencia, algo así como “a partir de ahora, estos cinco bitcoins que me pertenecían son propiedad de Belén, firmado Arturo.” Cualquiera que la vea puede comprobar la firma y verificar que, en efecto, fue firmada por Arturo. Y cuando Belén quiera usar sus flamantes bitcoins, no tiene más que repetir el proceso con el nuevo dueño.

A continuación, resolvamos el problema de la duplicación. Para evitar que Arturo pueda volver a usar esos bitcoins, lo mejor es coger la transferencia y hacerla pública. Ahora toda la red Bitcoin sabe que esa cantidad fue transferida a Belén, y cualquier intento de Arturo por intentar usar esos mismos bitcoins recibirá la respuesta de “no cuela, chavalote.” En lugar de tener que echar mano de una autoridad central, cualquiera puede hacer eso mismo en su negocio o en su casa.

 

 

Ahora bien, ¿quién decide cuántos bitcoins hay en circulación? O dicho de otra forma, ¿quién le da a la máquina de los billetes digitales?  Espinosa cuestión. Si cualquiera puede crearlos, ya tenemos la hiperinflación en marcha: “yo tengo un trillón de bitcoins,” “pues yo infinito,” “yo, infinito más uno.” Parece que al final habrá que echar mano de una autoridad centralizada, alguien que controle el flujo de bitcoins.

¡Pues no! Los propios usuarios crean los bitcoins, pero no de forma alocada. Recordemos los tiempos en que se usaban monedas de oro. Para conseguir una moneda, una de dos: o la compras (a cambio de una vaca, por ejemplo), o te vas a la montaña con tu equipo de minero. Obtenerlo así es una labor dura y pesada, pero a cambio obtienes algo que vale la pena.

Esa es la forma en que se crean bitcoins: mediante la llamada minería. La idea es hacer algo que supone cierto esfuerzo, y después demostrar que lo has hecho tú. Ese “algo” es una operación matemática difícil, calculada en un ordenador. En principio, basta con que pongas tu portátil a calcular, y tarde o temprano encontrarás el oro. En el caso particular de Bitcoin, se toman todas las transacciones de los últimos diez minutos y se enpaquetan en un bloque. Cada bloque tiene un valor asignado de bitcoins: en este momento son 25 bitcoins por bloque, pero esa cantidad se irá reduciendo en años venideros (imagino que para contrarrestar la ley de Moore).

¿Qué hay que hacer para ganar los 25 bitcoins del bloque? En principio, suena fácil: basta con aplicarle una función matemática resumen (hash) al bloque. Se usa para ello la función hash SHA256, que tiene muchas aplicaciones criptográficas. Es decir, si la función es H y el bloque es B, solamente hay que calcular H(B). Pero esa función es fácil de calcular, así que hay que complicar el problema. En este punto, hay dos propiedades de la función hash que nos resultan de interés. Una: si B cambia siquiera en un bit, el resultado H(B)=h es totalmente distinto (al menos la mitad de los bits de h cambian). Dos: conocido h, no podemos extraer información sobre B.

 

 

Aprovechando esas propiedades, lo que se hace es añadir al bloque B un paquete de datos aleatorio N, de forma que realmente hay que calcular h=H(B+N). Cada minero probará con valores distintos de N, y el que gana es el que obtenga un valor de h que tenga una cierta forma. Concretamente, el ganador de los bitcoins será el primero que consiga un valor de h que comience con un número determinado de ceros, es decir, H(B+N)=00000000…. El número de ceros determina la dificultad de la tarea, y la idea es ir ajustando la dificultad para que el suministro total de bitcoins no supere la cantidad de 21.000.000. Literalmente, crear moneda está al alcance de sus dedos, dentro de ese pequeño CPU que hay en su ordenador.

Pero antes de que se lance usted a la aventura minera, es mejor que recuerde que se encuentra antes una tarea ardua. Como en la fiebre del oro, hay mineros con grandes recursos, y las pepitas son escasas. Hay particulares con acceso a grandes recursos informáticos, e incluso el equivalente a empresas mineras donde los particulares pueden inscribirse, y perciben su parte de beneficios en forma proporcional al esfuerzo computacional aportado por cada uno.

También puede descargarse un programa para convertir su propio ordenador en una máquina de minería. Incluso existe la posibilidad de hacerlo online. En www.bitcoinplus.com, por ejemplo, el navegador usa Java para hacer los cálculos. Como ejemplo para que se haga una idea, yo hice una prueba y tras dos horas de cálculos obtuve 3,6 millonésimas de bitcoin, que al cambio actual es algo así como 0,03 céntimos de euros. No parece que compense, a no ser que usted tenga un suministro de electricidad gratuita, pero hay gente que piensa que sí y ha montado máquinas con mucha potencia de cómputo para esta tarea. Resultan especialmente útil los chips GPU (los que manejan las tarjetas gráficas), ya que tienen una capacidad de cálculo descomunal.

¿Funciona esto de los bitcoins en la práctica? Bueno, si encuentra usted quien los acepte, podríamos decir que sí. Hay webs que las admiten como pago, como WordPress, Reddit o Wikileaks. En este último caso, el carácter anónimo del sistema Bitcoin lo hace especialmente valioso para ONGs que luchan por los derechos humanos, o entidades que tienen que habérselas con la furia de algún gobierno.

O, por ejemplo, para un ciudadano europeo que tema un corralito a estilo chipriota. No hay duda de que los últimos movimientos financieros en Europa está poniendo nerviosa a mucha gente. Sea cual sea el motivo, el caso es que hay movida, y está afectando muy fuertemente a la cotización entre el bitcoin y las monedas tradicionales. A finales de 2012, un bitcoin se cotizaba a unos diez euros, pero este año ha subido como la espuma, y en la actualidad cotiza a unos 76 euros. En apenas dos meses, ha duplicado su precio.

Esto hace temer a muchos que se aproxima una burbuja. La verdad es que no se entiende una subida tan exagerada, sobre todo teniendo en cuenta que el número de servicios que se puede comprar con bitcoins es limitado. Por el momento, los bitcoins en circulación superan los mil millones de dólares en valor. Ya ha habido acusaciones de que las usan los narcotraficantes y los blanqueadores de dinero. En efecto, algo de eso ha habido, pero aunque hay muchas transacciones legítimas eso ha sido la excusa perfecta para meter por medio a los chicos de Hacienda.

Y es que cuando los hackers y los amantes del criptonomicon vuelven al mundo real, se encuentran con naciones ávidas de fiscalizar. ¿O pensaban que los gobiernos se iban a quedar quietecitos mientras una moneda que no controlan gana en éxito y popularidad? Es una lástima, pero siempre sucede así. Cuando los mineros se quitan el polvo de la montaña, descubren que papá gobierno ha tomado el mando, decide cómo y cuánto se acuña, determina las normas y vuelta a lo de siempre.

Pero incluso en el peor de los casos, Bitcoin ha demostrado que se puede crear un medio de pago fiable, eficaz, y lo más extraordinario del mundo, sin necesidad de Papá Banco Central o Mamá Autoridad Financiera. Como se entere doña Angela, nos cruje vivos, así que no se lo digan.

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