Carta a la izquierda árabe y mundial

Carta a la izquierda árabe y mundial
Apenas unos días antes del segundo aniversario de la revolución siria, Salamah Kayleh escribió una carta dirigida a la izquierda desde el marxismo para invitar a la reflexión. La traducción completa puede encontrarse aquí.
Ofrecemos a continuación algunos extractos, dada la extensión de la carta, para quien tenga interés. Puesto que el original fue enviado directamente por Salama, no existe un link original o al menos no lo conocemos.

 
"[...] Comenzar por la realidad palpable exige que comencemos por Siria cuando discutimos la situación de la revolución en el país, y que comencemos por el análisis de la estructura económica y de clases antes de acercarnos a la situación política, las diferencias políticas y las luchas políticas. Debemos buscar las diferencias y las luchas en la realidad económica y de clases, para ser materialistas en el análisis. En este punto, observaremos que todos los que rechazan la revolución parten de diferencias y luchas políticas sin acercarse a la realidad económica y de clases o extraer dicha realidad a partir de esas diferencias y luchas. Esa es una comprensión idealista, lo opuesto diametralmente al marxismo. Por ello deja de ser un análisis marxista [...].
El liberalismo venció en Siria bajo el mando de Bashar al-Asad, cuando se liberó la economía, se marginó el “sector público”, se vendieron algunas empresas con ganancias y la importación pasó a ser la base de las operaciones económicas. Ello provocó el desplome de la industria y la agricultura, y la economía pasó a ser una economía rentista gobernada por una reducida minoría de la familia gobernante y sus seguidores. En consecuencia, la mayoría pasó a vivir en una situación difícil, ya fueran trabajadores, agricultores o miembros de la clase media. El paro creció mucho (30-33%) y los sueldos no bastaban para vivir (el sueldo mínimo es un quinto de lo que se calcula como mínimamente necesario para vivir). Así, el poder pasó a estar en manos de los “nuevos hombres de negocios”, que sometieron a la burguesía comercial tradicional, pasando el modelo de dominio de ser un dominio por parte del Presidente como en tiempos de Hafez al-Asad a ser un dominio por parte de este sector, que comenzó a configurar una alianza financiero-securitaria. Los trabajadores y agricultores pobres y de clase media y las clases medias urbanas en su mayoría dejaron de poder sobrevivir, mientras que aquellos pasador a dominar un 70-80% de la economía nacional (suponiendo un escaso 2% de la población) [...].
¿Esta situación provoca una revolución? Por supuesto, porque es la coyuntura ideal de toda revolución y es una situación parecida en todo caso a la de los países que han sido testigos de una revolución, donde se había conformado un poder familiar, mafioso y policial. Esa es la situación revolucionaria que comenzamos a vivir en los países árabes y veremos cómo se extiende a otros muchos en el mundo. En consecuencia, ¿cuál es la postura marxista de cara a la revolución?[...] 
Desgraciadamente, como todos los países árabes (con excepciones parciales) todo el que se llamaba a sí mismo marxista, estaba lejos de comprender la situación de clases y no sintió la acumulación de la asfixia que iba en aumento entre las clases empobrecidas, especialmente los trabajadores y los agricultores pobres. La tendencia general era que esos habían pasado a hacer girar sus políticas en torno a la democracia y la resistencia a la dictadura, sin ser conscientes de la base de clase de la dictadura, y sin poner la democracia en el contexto del cambio global en la situación de las clases. Ello supuso su aislamiento del pueblo y provocó una brecha que ha quedado clara a lo largo de la revolución [...]
Así, la postura marxista verdadera la representa el ponerse del lado de la revolución, participar en ella y trabajar para desarrollarla si puede. Los marxistas no tienen otra opción cuando estalla la lucha entre el pueblo empobrecido y el capitalismo dominante y el eludirla es desvirtuar la comprensión marxista e inclinarse hacia la clase capitalista [...].
 
 
Los empobrecidos fueron los que se levantaron para lograr una vida mejor o para poder vivir simplemente, porque hay quien quiere trabajar en un país cuyo índice de paro llega al 30-33% de la población activa, y donde el nivel de los sueldos está en una situación deplorable como ya hemos visto. Si querían derrocar al régimen era para lograr el cambio que llevaría a fundar un sistema económico nuevo que pudiera absorber su situación y encontrar soluciones a sus problemas. Si las élites de las clases medias “urbanas” han incitado y participado para conseguir instaurar el “estado civil”, la libertad y el fin de la dictadura, ello no cambia el carácter social de la revolución, ni permite que su petición sea la base, porque la realidad de los empobrecidos empujará a que la revolución continúe hasta que se produzca una cambio radical (como observamos ahora en Túnez y Egipto). Ello se debe a que lo que mueve a la revolución es el paro, la pobreza y la marginación en primera instancia, unido a la instauración de un estado democrático, después de que estuviera unido al pillaje, el empobrecimiento y la dictadura[...].
La revolución espontánea es un movimiento del pueblo, con todo lo que en sí lleva de cultura, comportamiento, religión y rebeldía, pero lo que la domina es el sentimiento compartido de incapacidad de vivir y, después, el esfuerzo por lograr el cambio. La revolución son momentos de aumento de su “sentido común” (como decía el marxismo) que le hace saber a quién derrocará y qué quiere de quien venga como alternativa.  Sabe que el derrocamiento debe traer el cambio que le permita sentir que su situación ha cambiado y que ha salido de la situación de muerte a la que se veía abocado como resultado del paro, la pobreza y la marginación. Esa es la base sobre la que debe erigirse todo verdadero marxista. Todo marxista revolucionario que quiera un cambio radical[...]
En esta situación, los intereses de las fuerzas opositoras se contrapusieron y quedó patente que todas pretendían imponer su lógica y sus objetivos, y explotar la revolución para logar sus objetivos. Es algo natural, ya que todo sector o clase busca imponer su dominio para convertirse en la autoridad [...].
Según la lógica común, la revolución ha sido reducida a los partidos de la oposición, por lo que no hay un pueblo que lucha, sino una oposición que lucha contra la autoridad. Esta es la lógica más común, que expresa un marxismo superficial, que circunscribe el pueblo a la oposición y ve, así, la revolución a través del prisma de la oposición. En consecuencia, ignora su espontaneidad y comete un “crimen” teórico porque no distingue entre clase y partido (que se dice que representa a la primera), y entre pueblo y oposición (que se dice que representa al primero) [...].
 
 
Por ello, es necesaria una visión del pueblo como pueblo “despojado de política” y no a través de las materializaciones políticas que no necesariamente lo definen, y que en su mayoría no lo definen, sino que expresan las aspiraciones de las élites de ser la alternativa al poder. Todas ellas (prácticamente) son de orientación liberal y a pesar de que dicen que son democráticas, no lo son en absoluto [...].
Así, la revolución está enfrentándose no solo al poder, sino también a todas las fuerzas que pretenden aprovecharse de ella o trabajar para desvirtuarla. Aquí es donde el marxista debe estar con el pueblo contra el poder, pero debe entrar también en la lucha contra esa oposición con todas sus políticas, y contra esas fuerzas fundamentalistas que amenazan con convertir la lucha en una lucha sectaria que es lo que el poder quiere, y lo que ha intentado desde el inicio de la revolución [...].
No hay duda de que la espontaneidad de la revolución y la ausencia de la izquierda ha sido la base para el inicio de los problemas y la caída en errores, especialmente porque el pueblo actúa de manera experimental luchando con sus capacidades. Se manifestó y practicó todas las formas de protesta pacífica durante meses, pero pasó a la actividad armada bajo la violencia, el salvajismo y los crímenes de la autoridad. Todo ello no quita que sea una revolución, ni hace que el marxista se “desdiga” de su apoyo o de su participación en ella [...].
El problema no era el pasar a la acción armada, que fue resultado de la violencia salvaje, pues las revoluciones pueden adoptar formas diversas, el marxismo acepta eso y Lenin teorizó sobre el “levantamiento armado”. El problema fue que la espontaneidad de la revolución podía llevar la acción armada al caos (como vemos ahora), lo que indica nuestra incapacidad como izquierda y no un error en la revolución [...].
Toda teorización sobre la “no violencia” y las “revoluciones pacíficas” (aterciopeladas) ha quedado como una ilusión y parece un preludio del aborto provocado de las revoluciones. La violencia persigue a la revolución, como dice el marxismo. Si hay quien pensaba que la era de la revolución había pasado y se ha dado cuenta de que se había equivocado, todos los que dicen que la era de la acción armada (o las revoluciones armadas) está en su ocaso se sorprenderán de que no hay ninguna revolución social que no entre en el marco de la violencia en algún momento. Por ello, la crítica no es a la acción armada, sino que esta crítica puede extenderse a la forma de practicar la acción armada y la estrategia que la domina y si sirve a la movilización popular o la elimina.[...].
Nos compete lograr establecer una unión entre la acción armada y la actividad popular, porque vemos que es algo que fortalece la revolución y logra su éxito: no hay victoria militar sin acción popular y la misión de la acción militar es romper los centros de poder de la autoridad, no abrir “una guerra total” para facilitar la victoria popular [...].
El capitalismo que define a la clase dominante es un capitalismo rentista como demuestra el estudio de la conformación de la economía siria en la cual los sectores productivos fueron destruidos (la agricultura y la industria). Este modelo de capitalismo no puede ser más que dependiente, porque la naturaleza de la actividad económica que practica exige eso (la importación y la actividad financiera, los servicios…). Con la imposición del aperturismo económico y el desplome del sector productivo la importación se hizo una necesidad, una necesidad básica de este tipo de capitalismo. Así, la pregunta es: ¿Cómo puede este capitalismo estar en contra del imperialismo? La lucha estaba ahí, la lucha era sobre el modelo más favorable para dominar. Eso fue lo que empujó al imperialismo estadounidense a pensar en cambiar el poder en vez de entenderse con él, algo que el poder rogaba e intentaba. El “capricho” liberal exigía que se hiciera más sólida la relación con el centro imperialista, que es EEUU. Ese era el “capricho” de las élites que llegaron con Bashar al-Asad al poder y sobre cuya base se alejó a las élites que se desarrollaron en el tiempo de Hafez al-Asad (en su mayoría con la Unión Soviética) [...].
El poder ya no es un poder de “liberación nacional”, la economía ya no es una economía “desarrollista”, sino que el poder capitalista mafioso ha establecido redes con el capitalismo imperialista, aunque no sea necesariamente con el capitalismo estadounidense. Este es el análisis marxista de la naturaleza del poder y sus redes internacionales y es lo que lo hace parecerse mucho a los demás regímenes a pesar de sus diferencias con EEUU. Es un poder capitalista, rentista y mafioso que roba al país en red con el capitalismo imperialista, o un capitalismo que es parte dependiente del capitalismo imperialista. Esta situación es precisamente la que hizo que los “teóricos” del poder sirio le pusieran el calificativo de “régimen de rechazo” y no de “anti-imperialista” o “de resistencia”, porque determinaron con precisión lo que eran y se dieron cuenta de que se abstenían de aceptar algunas condiciones políticas estadounidenses, pero no todas. Por ello, dejaron la puerta abierta a la vuelta de la relación con EEUU e hicieron esfuerzos en este ámbito. Pero los cambios internacionales y el estallido de las revoluciones impuso nuevas alianzas perentorias, con un nuevo imperialismo, eso sí: el de Rusia. Quien estudia los acuerdos económicos firmados hace meses ve esto claramente, porque son pactos económicos muy parecidos a los de cualquier país imperialista [...].
Así, ya no estamos en la era del dominio estadounidense, aunque su sombra siga presente, y presenciamos una ampliación del papel ruso que intenta dominar los mercados, como todo imperialismo.
 
Partiendo de ello, ¿dónde está la “conspiración imperialista”? Lo que se ha visto sobre el terreno es que hay una verdadera conspiración, pero contra la revolución y no contra el poder, pues EEUU vende Siria a Rusia y Arabia Saudí tiembla ante las revoluciones árabes y hace esfuerzos para abortarla apoyando el fundamentalismo (los salafistas) y exportando “yihadistas” que se han convertido en un problema en la revolución. Turquía ha perdido a Siria y ve que EEUU vende el país a Rusia, por lo que apoya el fundamentalismo y los “yihadistas” para lograr llevarse algo. Catar quiere, como Turquía tal vez, y con apoyo francés, que los Hermanos Musulmanes lleguen al poder, por eso les ha dejado aprovechar el Canal Al-Jazeera y ha expandido su discurso fundamentalista, deformando las imágenes de la revolución para aumentar su fuerza (la de los Hermanos) [...].
El marxista sabe que todo hecho importante impondrá intervenciones de muchas fuerzas que tengan intereses y debe saber dónde se vierten esas intervenciones y cuáles son los intereses de dichas fuerzas en concreto y ahora, y no en un tiempo pasado. Desde esta perspectiva, la teoría de la conspiración, a pesar de las intervenciones de fuerzas, cae por su propio peso y se convierte en una “conspiración” contra la revolución, contra el pueblo y contra Siria, en la que el poder es un instrumento que hace lo mismo que EEUU en Iraq: destrucción, asesinato y detención salvaje. Solo porque defiende los intereses de la mafia gobernante" [...].

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