Obsolescencia programada: teléfonos, ordenadores, bombillas o televisores con los días contados

Obsolescencia programada: teléfonos, ordenadores, bombillas o televisores con los días contados

Por Alberto Lambea/Econonuestra.-Introducir en el mercado deliberadamente aparatos principalmente eléctricos y electrónicos con fallos de batería, en piezas, etc. fue una solución habitual en tiempos de crisis para que la gente comprara otros nuevos y generar crecimiento y puestos de trabajo.

  • La sobreproducción, lejos de beneficiar a la economía, escupe montones y montones de chatarra electrónica que se acumulan en basureros en el Tercer Mundo.
  • Otros productos han caído en la red de la obsolescencia programada: los ingenieros que fabricaban medias de nailon en los años 40 tuvieron que empezar desde cero para crear otras más frágiles, las actuales, viendo que su negocio acabaría pronto si no seguían vendiendo.

 

Adolphe Chaillet creó en 1985 en Shelby (Ohio) un filamento para que sus bombillas duraran el mayor tiempo posible. La única prueba de que hizo bien su trabajo es una de esas bombillas, que sigue luciendo en un parque de bomberos en Livermore (California) un siglo después de su fabricación. Con el rimbombante nombre de El Comité de la Bombilla, esta organización ha colocado una webcam para que cualquier visitante pueda verla a través de la página web www.centennialbulb.org. La duración de ésta alcanza ya los 111 años.

Casey Neistat se dio cuenta en 2003 de que la batería del reproductor de música iPod que se había comprado unos 8 meses antes no duraba más de una hora. Llamó al servicio técnico de Apple y ante la pregunta de si la empresa creada por Steve Jobs ofrecía un servicio de sustitución de la batería, la respuesta fue negativa. Le aconsejaron comprar un nuevo iPod.

 

La contextualización y el análisis de estos dos casos son el primer paso para comprender la implantación por parte de las empresas en la sociedad de consumo de la llamada obsolescencia programada.

En un sistema capitalista y una sociedad de consumo como la actual, el crecimiento económico lo es todo. Sin embargo, existen corrientes de pensamiento que no ven el crecimiento como la solución, sino como verdaderamente la raíz del problema. El economista francés Serge Latouche, defensor del decrecimiento, asegura que el crecimiento infinito no es compatible con un planeta finito y se lamenta de que si todos los ciudadanos del mundo consumieran como los norteamericanos o los europeos medios, los límites físicos del planeta se habrían sobrepasado ampliamente, no habría espacio para tantos deshechos. En su libro La apuesta por el decrecimiento ¿Cómo salir del imaginario dominante? destaca tres elementos cómplices de este sistema insostenible: la publicidad, el crédito y la obsolescencia programada.

 

El cártel Phoebus, origen de la obsolescencia programada

Si se puede afirmar que las bombillas fueron el primer producto víctima de la obsolescencia programada, la compañía Phoebus S.A fue el grupo de empresas pionero en aplicarla. En 1924, los principales fabricantes de bombillas, por aquel entonces Osram, Philips y General Electric entre otros, se sentaron a negociar en Ginebra para controlar la producción, intercambiar patentes y llegar a un acuerdo con el fin de acortar el tiempo de vida de las bombillas, que rondaba las 2.500 horas. 1.000 horas pareció un número razonable para garantizar su vida útil, de tal forma que se prohibió garantizar una duración por encima de ese periodo de tiempo. Incluso hoy se guardan documentos en los que aparecen las multas que las propias empresas se habían impuesto si la duración se superaba. Por supuesto, cuanto más duraran, más se penalizaba.

 

General Electric y otras empresas, fueron demandadas por el gobierno americano por competencia desleal, por fijar precios y por acortar la vida de sus productos, en una sentencia que no se dictó hasta 1953, casi 30 años después del inicio de sus malas prácticas. En la práctica, la sentencia tuvo poco éxito y las empresas siguieron fabricando las bombillas con duración garantizada de 1.000 horas.

A lo largo del siglo XX, los más radicales defensores de la obsolescencia programada, incluso plantearon obligar a los consumidores a renovar sus productos y comprar otros nuevos, como medida para volver a crecer económicamente tras el crack de 1929. Este fue el caso de Bernard London, un inversor del sector inmobiliario. En el artículo titulado Ending the Depression Through Planned Obsolescence así lo afirma y reconoce lo siguiente: “Por supuesto, la inauguración de tal sistema de obsolescencia programada tendrá detractores por el simple hecho de ser nueva, por eso yo apoyo con fuerza que abandonemos nuestras viejas nociones y nos ajustemos a una nueva forma de pensar”.

 

Cartel de anuncio de una bombilla de marca española, Z, en 1924. Aún se anunciaban 2.500 horas de vida útil.  / LÁMPARAS Z

 

Aunque esta idea nunca tuvo éxito, la obsolescencia programada sufrió una mutación manteniendo su idea original. En la América de los años 50, no se pretendía obligar a la sociedad a renovar sus productos, sino que se efectuaron cambios estéticos en éstos para que voluntariamente el consumidor quisiera seguir comprando. Naturalmente, esta estrategia de los fabricantes sigue vigente y se mencionó hace apenas tres años en la publicación británica The Economist: “Como la vida útil de los coches ha aumentado, los fabricantes se han concentrado en acortar su ‘vida estética’. Añadiendo cambios estéticos a los vehículos, han intentado sutilmente que los modelos parezcan anticuados, persuadiendo a los consumidores para que los sustituyan por otros nuevos”. Los coches y los relojes son un buen ejemplo de obsolescencia programada que se destaca en el artículo: “Por supuesto, esta estrategia no es adecuada para el mercado de coches de lujo. Marcas como Rolls-Royce promueven la idea de que algún día esos coches (como coches de época) costarán más de lo que se pagó por ellos inicialmente. Patek Philippe anuncia que sus relojes son algo que su dueño podrá conservar para la siguiente generación”. El artículo cierra anunciando que al mismo tiempo que la vida útil de los bienes se acorta, los consumidores anhelan bienes que duren más.

 

El nailon, Apple y los vertederos electrónicos

La empresa de químicos DuPont comercializó en 1940 unas medias con un nuevo material, el nailon. Tal y como recoge el documental ‘Comprar, Tirar, Comprar’, uno de los documentos audiovisuales más completos sobre la obsolescencia programada, se produjeron grandes colas para comprar las nuevas medias. Las mujeres estaban contentas porque no se hacían carreras pero los fabricantes se dieron cuenta de que venderían poco. De ahí que los ingenieros, por orden de sus superiores, tuvieran que fabricar nuevas medias menos resistentes, modificando los aditivos que protegían el nailon del sol y del oxígeno. Poco a poco, las medias comenzaron a ser más endebles.

 

En los últimos años, el ejemplo más sonado de obsolescencia programada saltó a los medios de comunicación en la mismísima Nueva York en 2003 y su responsable fue la empresa Apple del fallecido Steve Jobs, venerado hasta el extremo y cuyos productos dominan el mercado de los ordenadores, móviles y reproductores de música. El iPod, que logró en 2005 un 70% de cuota de mercado en reproductores y había alcanzado los 22 millones de unidades vendidas en todo el mundo, tenía errores de fábrica en buena parte de sus unidades. Los hermanos Neistat, artistas del mundo del cine que ahora realizan un show televisivo en el canal de pago HBO, grabaron un corto-denuncia cuando a los 8 meses de comprar un iPod su batería apenas duraba 60 minutos. A raíz de los millones de visitas que recibieron en su web, el caso se llevó a juicio. A Apple no debió gustarle la idea de que se anunciara que la batería estaba soldada físicamente al reproductor y no podía sustituirse, y finalmente la marca de la manzana ofreció un servicio postventa, una garantía de 2 años y la posibilidad de sustituir las baterías defectuosas. Aquí, en España, el Real Decreto 1/2007 establece en varios de sus artículos que el periodo de garantía de productos eléctricos y electrónicos no puede ser inferior a 2 años.

La multinacional americana es sólo una de las miles de empresas que contribuyen poco a poco a la destrucción del planeta y al agotamiento de sus recursos. En palabras del defensor del decrecimiento, Serge Latouche, “quien crea que el crecimiento infinito es compatible con un planeta finito, o es un loco o un economista”.

 

Evidentemente, el crecimiento exponencial de la electrónica y la sociedad de la información está provocando que los residuos aumenten a la misma velocidad que se desarrolla nueva tecnología. Como en muchos otros casos, quienes más sufren estas consecuencias son los países del Tercer Mundo, especialmente algunos como Costa de Marfil, Nigeria o Ghana. Allí van a parar ordenadores, teléfonos móviles y otros bienes electrónicos estropeados en un alto porcentaje y obsoletos en otro. Con la excusa de enviar productos de segunda mano, África se ha convertido en un auténtico vertedero de deshechos eléctricos y electrónicos. Aunque la Unión Europea, a través de la Directiva 2012/19/UE sobre residuos de aparatos eléctricos y electrónicos (RAEE), prohíba expresamente la llegada de deshechos a países en vías de desarrollo, el vertedero de Agbogbloshie (Ghana) demuestra que queda mucho por hacer. Allí los jóvenes recogen la chatarra y queman los deshechos para extraer el metal. Además, los pequeños comercios basan su negocio en arreglar muchos de los productos aún útiles para revenderlos.

 

‘Recibí amenazas de muerte por crear bombillas para toda la vida’

El español Benito Muros es dueño de OEP Electrics, una empresa que, bajo el denominado movimiento SOP (Sin Obsolescencia Programada) ha lanzado al mercado bombillas equivalentes a las de 60 vatios, que consumen sólo 6. Además de reducir un 90% el consumo, su duración puede alcanzar los 80 años. Con una garantía de 25 años y un precio de 37 euros en venta online, Muros quiere presionar a las grandes empresas para que fabriquen productos de mayor calidad y se ponga fin al límite de vida útil de 1.000 horas. Asegura, en una entrevista para El Economista, que, a día de hoy, el consumo se basa en productos con fecha de caducidad y se lamenta de las amenazas que supuestamente ha recibido: “Señor Muros, usted no puede poner en el mercado sus sistemas de iluminación. Usted y su familia serán aniquilados”.

Desde una perspectiva mundial, otras iniciativas han surgido para tomar consciencia de la necesidad de mantener un planeta sostenible y luchar contra las grandes multinacionales. Proyecto Venus o The Zeitgeist Movement son dos organizaciones en contra de políticas que no tienen en cuenta la racionalización de los recursos. Analizan los cambios demográficos, los avances tecnológicos o las condiciones medioambientales para efectuar una proyección de lo que podría suceder en el futuro.

 

 

¿Hasta cuándo y hasta dónde llegará la sociedad de consumo?

Una de las conclusiones a las que llega el documental ‘Comprar, Tirar, Comprar’ de Cosima Danoritzer anteriormente citado, y que, dicho sea de paso, cuenta con numerosos premios nacionales e internacionales, es que para detener la bola gigante que va creciendo alimentada por la sociedad de consumo habría que valorar el coste real de los productos. Si se tuviera en cuenta, por ejemplo, el transporte, las materias primeras, las emisiones de dióxido de carbono que generan los deshechos, etc. el coste de los bienes sería mucho mayor y dejaría de ser rentable para las empresas fabricar algo que no tuviera la máxima calidad, durabilidad y sostenibilidad posible para el medio ambiente.

 

David Trillo, profesor y Doctor en Economía en la Universidad Rey Juan Carlos, en Madrid, afirma que la sociedad de consumo no tiene por qué ser “el modelo último”, si bien ve poco probable en la actualidad un sistema distinto al capitalismo. En los 80, asegura, las entidades financieras estaban muy controladas y los productos que las empresas ponían en el mercado pasaban rigurosos controles de calidad, haciendo referencia a la obsolescencia programada. “Tanto la primera como la segunda característica no se cumplen ahora mismo”. Al ser preguntado por el nivel de complicidad que la obsolescencia programada provoca en los consumidores, contentos a veces de poder renovar sus productos por el mero hecho de consumir algo nuevo, asegura que en  el contexto actual de crisis, esto sucede escasamente. “Cómplices son aquellos que pueden permitírselo, pero en lugares como Cuba, por ejemplo, el efecto es inverso. Cuando algo se rompe, no importa el tiempo que tengan que invertir en arreglarlo, utilizan el ingenio para ello”.

 

FOTO: Wikipedia

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