Román Suárez Blanco, asturiano sabio y prudente

Román Suárez Blanco, asturiano sabio y prudente

Por Francisco Álvarez-Cascos


La pluma siempre es un remedio infalible para combatir la tristeza que nos empuja al abatimiento. Además de un excepcional orador, Román Suárez Blanco fue un maestro de la pluma, como testimonian sus ensayos, sus poemas o sus artículos costumbristas. Y tengo para mí que la virtud de la escritura era su arma secreta para irradiar el empuje, el encanto, el optimismo y la tenacidad que hacían de Román un personaje deslumbrante. Por eso me refugio en estas líneas que intentan  condensar el recuerdo de un amigo querido, que fue también un admirado gran hombre, y encontrar el consuelo a la triste noticia de su muerte en Luarca.

 

Tenerlo cerca, además, como consejero, compañero de aventuras políticas y como ejemplo de “vida la del que huye el mundanal ruido” es un privilegio que Luarca nos brindó a todos quienes tuvimos la fortuna de conocerlo y de honrarnos con su amistad. Pero no fue la suya una vida “descansada” ni “retirada” de la que nos habla la Oda de Fray Luis de León, sino una vida esforzada porque Román Suárez Blanco fue un luchador excepcional, en su profesión, en sus múltiples actividades políticas o asistenciales o culturales, y en sus treinta y cinco años dedicados a otra de sus grandes obras: la Caja Rural de Asturias.

 

Aquí me importa subrayar con admiración la trascendencia de sus convicciones y la coherencia de sus ideas. Una de ellas, la fuerza telúrica de las raíces personales y sociales que le vinculaban con su querida villa blanca de Luarca y con la Asturias irredenta del lejano Oeste. La otra, su tenaz coherencia que le permitió demostrar que desde su casa en la calle llamada de La Esperanza -tal vez para que su hogar simbolizara la dirección de su entusiasmo- y desde una sede en Oviedo -cien kilómetros de ida y cien de vuelta cada viaje- se puede mantener un gran bufete, se pueden realizar obras sociales, se puede escribir con maestría y también dirigir una sólida empresa, con sacrificio, con perseverancia y con prudencia, sin embarcar en ninguna crisis a la entidad de crédito, ni sentirse tentado a despreciar su pequeñez o a despojarla de su naturaleza asturiana.

 

El ejemplo de su grandeza me demostró hace ya muchos años que Román Suárez Blanco formaba parte selecta de los “que siguen la escondida senda de los pocos sabios que en el mundo han sido”. Luarca y Asturias fueron para Román Suárez Blanco la atalaya desde la que escudriñaba el mundo, analizaba sus vaivenes, adivinaba los riesgos y dirigía con acierto el rumbo que necesitaba su pueblo, su país, su despacho y sus empresas. La herencia que nos deja es colosal y su obra es inimitable. Descanse en paz Román Suárez Blanco “que aunque la vida perdió, dexónos harto consuelo su memoria” como rezan los versos famosos de Jorge Manrique.

 

 

 

Artículo publicado en la edición de hoy del diario El Comercio

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