Por Gabriel Flores.econonuestra.-En apenas una semana, la ciudadanía francesa decidirá si Sarkozy continúa como Presidente de la República o es sustituido por Hollande. La elección tiene una innegable trascendencia que sobrepasa los límites y el horizonte del país vecino. La pugna entre Hollande y Sarkozy no sólo ocupa un lugar central en la vida política francesa, parece destinada también a influir significativamente en el devenir de la UE, las economías de la eurozona y el propio euro.
La opinión pública europea percibe que el resultado electoral del próximo 6 de mayo en Francia será un factor clave que contribuirá a decidir si continúa la hegemonía conservadora en la definición de la salida a la crisis económica. En sentido contrario, los electores franceses podrían dar a la socialdemocracia una oportunidad para defender y aplicar un programa de superación de la crisis que coloque en primer plano la defensa de los intereses de la mayoría, resista las presiones del todopoderoso capital financiero, pula excesos y extremismos en las políticas de austeridad impuestas y revierta las reformas estructurales de carácter antipopular y antidemocrático que han impuesto los mercados y las instituciones comunitarias a los países del sur de la eurozona.
Esas expectativas pueden ser exageradas, pero dan cuenta de un sentir mayoritario en la ciudadanía europea que no es una mera ilusión. El triunfo de Hollande puede convertirse en un punto de inflexión que marque el inicio de un nuevo escenario de confrontación política e ideológica en el que las opciones de política económica de la derecha europea se perciban como lo que son, opciones e intereses de una parte tan minoritaria como poderosa de la sociedad, y no como nos las quieren vender, únicas opciones existentes y únicas medidas racionales.
Las esperanzas provocadas por la victoria de Hollande en la primera vuelta no descansan en simples ilusiones, pero hay demasiadas ilusiones puestas en esa victoria y, en su caso, en lo que pueda hacer Hollande desde una posición, la de Jefe de Estado, que en Francia goza de prerrogativas y poderes particularmente importantes. No está de más acompañar con un poco de realismo esas esperanzas.
En primer lugar, por la posibilidad cierta de que Sarkozy se alce finalmente con la victoria. La ventaja tan ajustada del candidato socialista en la primera vuelta hace que el reñido resultado definitivo pueda decantarse a favor de cualquiera de los dos. La victoria de Sarkozy sería evidentemente una pésima noticia, pero la victoria de Hollande no garantizan suficiente fuerza electoral (hay que ganar también las legislativas de mediados de junio) ni, menos aún, fuerza social bastante para hacer otra política económica.
En segundo lugar, la mínima victoria de Hollande sobre Sarkozy en la primera vuelta (un 28,6% del total de votos frente al 27,2%) se ha visto acompañada del fuerte alza de la derecha xenófoba, ultranacionalista y antieuropea (un 17,9%) y de unos resultados de otras opciones de izquierda y progresistas que, pese al notable avance del Frente de Izquierdas (cuatro millones de votos, un 11,1% del total), se han situado lejos de las expectativas que señalaban los sondeos. El paso de una relativamente larga fase de bonanza económica a la actual situación de crisis prolongada no ha supuesto un avance sustancial del conjunto de opciones transformadoras situadas a la izquierda del Partido Socialista. La concentración del voto de la izquierda alternativa en respaldo de Mélenchon, el líder del Frente de Izquierdas, ha coincidido con una reducción muy significativa de más de 1,5 millones de votos en otras opciones que han perdido algo más de la mitad del los apoyos logrados en las anteriores presidenciales de abril de 2007. Esos datos muestran la enorme dificultad que tienen las opciones situadas a la izquierda de los socialistas para conectar electoralmente con la mayoría social y lograr más respaldos para programas con una mayor carga ideológica anticapitalista y medidas que supongan una regulación más estricta que ampare el control político y social de instituciones claves del mercado.
En tercer lugar, lo que han hecho o dejado de hacer desde el comienzo de la crisis los partidos socialdemócratas que han ocupado posiciones relevantes de poder político en algunos de los Estados miembros de la UE no permite hacerse demasiadas ilusiones sobre lo que serán capaces de hacer en el futuro. Sin olvidar lo poco que se notan las diferencias con la derecha en lo que hacen y lo que dicen algunos destacados socialdemócratas europeos que ocupan o han ocupado en los últimos años puestos relevantes en las instituciones comunitarias.
Y en cuarto lugar, las propuestas de Hollande para lograr que la UE sea percibida por la ciudadanía europea como una institución protectora de los derechos y el bienestar de la mayoría en lugar de como una amenaza no entran en excesivas concreciones sobre aspectos cruciales que interesan especialmente a los países del sur de la eurozona que afrontan mayores desequilibrios macroeconómicos, precariedades en sus especializaciones productivas y dificultades para superar la recesión.
Algo más que pequeñas semejanzas
En algunos temas del programa defendido por Hollande, las diferencias con el de Sarkozy son meramente cuantitativas y no ofrecen objetivos ni argumentos muy distintos. Así, la ortodoxia del equilibrio presupuestario impregna el programa de ambos candidatos. Ambos candidatos comparten el objetivo de un rápido equilibrio de las cuentas públicas. Sarkozy pretende conseguirlo en 2016 y Hollande un año después, en 2017, sin que ninguno de los dos se pare un minuto en explicar la dificultad de lograr tal objetivo y los potenciales impactos negativos y restricciones que supondría alcanzarlo.
Respecto al curso de los gastos públicos, si Sarkozy pretende que en términos reales (descontado el alza de los precios) no aumenten más del 0,4% al año, Hollande admite un poco más de margen en ese incremento hasta el 1% anual. Un rigor que si bien no es fácil de encajar por la ciudadanía francesa se sitúa a años luz de los drásticos recortes del gasto público emprendidos por Zapatero en mayo de 2010 y que sólo han permitido obtener mediocres resultados en la reducción del déficit público. Y no digamos, respecto al desenfrenado ritmo de recortes a troche y moche ejecutados por Rajoy en los últimos meses a costa de profundizar la recesión y provocar una degradación suplementaria de la educación, la sanidad y la protección social.
Tanto Hollande como Sarkozy parecen cómodos al reducir la política presupuestaria a un problema contable; ninguno de los dos entra en problemas o interrogantes económicos y políticos que son cruciales para la economía francesa y, más aún, para los otros países del sur de la eurozona: ¿qué estrategia presupuestaria es más adecuada para preservar los empleos e impedir una reducción generalizada de la actividad económica?, ¿qué papel debe jugar el presupuesto público para favorecer la justicia social e impedir que los costes se repartan de forma tan desigual como injusta en contra de las rentas del trabajo y de los sectores sociales más perjudicados por la crisis o más vulnerables?, ¿qué nivel de inversión pública es necesario para alentar la modernización productiva y un cambio en las especializaciones?, ¿cómo puede el sector público animar modos de producción y consumo más sostenibles o menos intensivos en el consumo de materiales y energía y cuál es el coste de esa intervención pública? Interrogantes que si en el caso de Francia son relevantes, en el caso de la economía española son decisivos para salir de la espiral austeridad-recesión y promover una reactivación económica desvinculada de las unilaterales y dañinas políticas de austeridad presupuestaria y salarial imperantes.
Otro terreno en el que ha coincidido la posición de ambos candidatos ha sido su escaso interés por las cuestiones relativas a la imprescindible y deseable reconversión ecológica de la economía y a la planificación de la transición energética que están obligados a llevar a cabo los países comunitarios en las próximas dos décadas. Quizás, esta despreocupación por elementos esenciales del porvenir energético haya facilitado la escasa relevancia alcanzada por el debate nuclear y los riesgos puestos en evidencia por la catástrofe de Fukushima. La posición de Sarkozy se ha limitado a respaldar la posición que ocupa la energía nuclear en Francia y ha permitido que Hollande haya podido compatibilizar la defensa de la industria nuclear francesa con el compromiso de reducir al 50% en el año 2025 la producción de energía eléctrica de origen nuclear, desde su actual porcentaje del 75%.
Y algo más que meras diferencias puntuales
Pese a las semejanzas o pequeñas diferencias en los puntos señalados antes y en otros de menor importancia, los proyectos que defienden los candidatos y los programas en los que se sostienen esos proyectos conforman perspectivas y opciones políticas claramente diferenciadas que se concretan en objetivos, propuestas y prioridades que definen futuros y políticas económicas divergentes que dejan muy poco espacio para el acuerdo y, menos aún, para el pasteleo. Los electores franceses tienen así la posibilidad de elegir democrática y colectivamente entre dos proyectos que compiten entre sí a la luz del día y sin grandes engaños para obtener el apoyo de la mayoría.
Afortunadamente no caben en esta pugna electoral llamamientos tan ingeniosos como vacíos de contenido que apelen a la consecución de grandes acuerdos nacionales entre las dos grandes formaciones políticas. La ciudadanía francesa podrá apoyar que se sigan aplicando medidas de austeridad extrema, reducción de costes laborales y relaciones entre Estados miembros marcadas por la insolidaridad y las sanciones o, en sentido contrario, apostar por el abandono de esas políticas e impulsar soluciones federales, de mutualización de los riesgos, que permitan compatibilizar políticas inteligentes de austeridad con medidas encaminadas a generar empleos, reactivar la economía, mantener los bienes públicos, modernizar las estructuras y especializaciones productivas y planificar la transición energética.
Las diferencias entre los proyectos que defienden Hollande y Sarkozy son sustantivas y afectan a múltiples terrenos, tanto en el ámbito de las instituciones y políticas europeas como en el de las reformas que inciden exclusivamente en el terreno doméstico. Los franceses se han ahorrado hasta ahora las pamplinas que empezamos a sufrir aquí a cuento de propuestas imposibles de reedición de unos nuevos Pactos de la Moncloa destinados a unir a derechas e izquierdas, patronales y sindicatos en no se sabe qué objetivos y políticas económicas comunes. Pactos de unidad nacional que tienen como único fin rellenar el vacío político que implica la inconsistencia de las propuestas que se ofrecen, la fragilidad de las propias fuerzas y convicciones y la dificultad de argumentar abiertamente a favor de una estrategia de superación de la crisis capaz de confrontarse con la que defienden la derecha y los mercados.
Las divergencias esenciales entre los proyectos de Hollande y Sarkozy y entre los horizontes que definen sus respectivos programas reposan en, al menos, cuatro asuntos económicos de enorme trascendencia:
Primero, apoyar una austeridad permanente y generalizada o ayudar a que todos los Estados miembros tengan márgenes y posibilidades de aplicar políticas favorables al empleo y la actividad económica; mantener las costosas y arriesgadas intervenciones que viene realizando el BCE para impedir en el último segundo la implosión del euro o comprometer al BCE en una propuesta de financiación permanente, barata y eficiente de los Estados miembros con mayores dificultades.
Segundo, animar la reindustrialización por la vía de reducir los costes laborales y proteger los mercados europeos para los grandes grupos empresariales frente al peligro que representan los países emergentes o favorecer que las pequeñas y medianas empresas que generen empleos, inviertan e innoven reciban ayudas públicas y créditos por parte de una banca pública de inversión que permita a las instituciones de poder locales y regionales participar en sus decisiones y gestión.
Tercero, maquillar las ayudas fiscales a los grandes grupos empresariales que apenas pagan en términos efectivos un 8% de sus beneficios (muy lejos del tipo impositivo oficial del 33%) y mantener los privilegios fiscales de las personas físicas situadas en la cúspide de la pirámide social o alinear la fiscalidad de las rentas del capital con la que afecta a las rentas del trabajo e incrementar la progresividad del sistema. Entre otros compromisos, Hollande propone ampliar el abanico de tipos impositivos entre un 15 y un 35% en el impuesto de sociedades y un tipo marginal del 75% para las rentas superiores al millón de euros anuales en el caso de la renta de las personas físicas.
Y cuarto, incentivar a los que tienen empleo para que trabajen más y ganen más, con el riesgo evidente de contribuir a consolidar los altos niveles de desempleo y la exclusión de las personas en paro o comprometer al Estado en la generación de empleos decentes y actividades económicas sostenibles y la extensión de una renta básica.
Las cartas están echadas. Ojalá gané Hollande el próximo 6 de mayo y ojalá que esa victoria aliente un cambio de rumbo y contribuya al surgimiento de un movimiento de la ciudadanía europea consciente de sus derechos y de los intereses en juego. Debilitar al capital financiero, a los grandes grupos empresariales y a las fuerzas políticas que les dan soporte y les sirven de altavoces no va a ser una tarea fácil. Resistir y revertir las políticas de austeridad presupuestaria y salarial, recorte de los bienes públicos e imperio de la competencia y la insolidaridad en las relaciones entre los socios comunitarios y entre la ciudadanía europea va a requerir más que un Hollande, pero convendría tener el apoyo de este Hollande para facilitar la tarea.
FOTO: parti-socialiste.fr