“De Bashar Assad depende que Siria se convierta en el próximo Irak”

“De Bashar Assad depende que Siria se convierta en el próximo Irak”

Por Mónica G. Prieto

 

OUQAYA (Frontera sirio-libanesa).- Umm Khaled se lleva un cigarillo barato a los labios resecos con parsimonia. El tiempo se ha congelado en Wadi Khaled, la región libanesa fronteriza con Siria que recoge a miles de refugiados, y la mujer dispone de todo el día para reflexionar cada una de sus respuestas. Encogida sobre una alfombra, con la timidez de todo invitado en casa -y en país- extraño, se demora en expeler una bocanada de humo blanco antes de pronunciarse. “Antes nosotros no éramos sectarios”, comienza con suavidad. “Nos hemos pasado la vida conviviendo con nuestros vecinos alauíes. No hacíamos distinciones, eran tan sirios como nosotros. Pero ahora todo ha cambiado. Si ellos vienen a por nosotros, nosotros iremos a por ellos“.

Umm Khaled, 30 años que asemejan 50, es suní y vivía en Tal al Kallah hasta que la represión del régimen sirio se cebó en sus ciudadanos. Hace seis meses y medio desde que se refugió con sus hijas adolescentes en Líbano: su marido fue arrestado y encarcelado y temió por la suerte de las niñas. “A las niñas las violan”, musita despacio con sus negros ojos fijos en su interlocutora. “Ha habido 14 o 15 ataques contra crías desde el principio de la revolución. Todos lo dicen: ‘tener cuidado con las niñas cuando entren en vuestras casas el Ejército o los shabiha’”, asevera en referencia a la milicia civil del régimen. “Si no encuentran al padre o al hemano, cogen a las niñas y las devuelven en la morgue“, concluye agitando un índice huesudo.

 

El plural al que alude Umm Khaled incluye a las fuerzas del régimen, pero en muchos fragmentos de la conversación confunde a los leales a Bashar al Assad con la comunidad alauí a la que representa. Una parte ya representa al todo absoluto, como terminó ocurriendo en Irak, cuando ciudadanos que habían convivido durante décadas se despertaron en plena pesadilla de la ocupación militar y no se reconocieron los unos a los otros. Sólo vieron enemigos. Así comenzó una encarnizada guerra civil que desangró a la antigua Mesopotamia, y en ese espejo se quisieron mirar los sirios durante los primeros meses de la revolución para evitar seguir su destino. Demasiados muertos, demasiado horror. No contaban con que la estrategia del régimen era precisamente esa: o la dictadura, o el caos. Y a fuerza de muertos van cayendo en la trampa.

Cuentan los refugiados que en Tall Kallah se ha ganado una consigna en las manifestaciones: Tall Kallah será nuestra o será vuestra. “Los alauíes son muy malos. Viven en un barrio sólo para ellos, donde el Ejército no actúa. Y tienen armas. Nosotros no tenemos ni siquiera para comer, ¿cómo vamos a comprar armas?”, prosigue Umm Khaled. “Los alauíes recibieron durante décadas poder y protección de Assad, y ahora se protegen de nosotros. Si esto sigue así, será la guerra civil. De Bashar Assad depende que Siria se convierta en el nuevo Irak”.

 

La estrategia del régimen sirio parece destinada precisamente a promover la iraquización de Siria a fuerza de represión masiva y posiblemente de crímenes con tintes sectarios como estrategia para disuadir a los ciudadanos de una revolución que ya es imparable, dado que abortarla en este momento condenaría a decenas de miles de ciudadanos, sino a centenares, a la detención y las torturas.

“Esto es imparable, no tenemos otro remedio”, teclea mediante un servidor de chat Khaled, nombre ficticio de un suní residente en Homs, durante la jornada de huelga general celebrada el miércoles. “Hacemos lo que podemos y no vamos a retroceder. Y la gente tiene fe en que podremos derrocar la dictadura. Pero ya veremos…” Khaled interrumpe la conversación de vez en cuando para informar de un nuevo disparo de artillería pesada. Reside en un barrio próximo a Baba Amro, el más afectado por la represión, y en este miércoles llevan “disparando desde las 5 de la mañana”

 

“Esta vez los alauíes se han sumado a la huelga general”, reseña el joven. ¿Quiere decir eso que hay cooperación? “No, en absoluto: los alauíes apoyan completamente al régimen”. Otra vez la parte por el todo. Khaled también opina que la ola de crímenes sectarios estuvo teledirigida desde Damasco. “Están intentando dividirnos al 100%. Están matando alauíes para convertir el sectarismo en algo real, quieren convertir la revolución en algo negativo”.

Existe un sentimiento sectario y eso hay que admitirlo. Al principio no existía, cuando intentabas ayudar la gente te pedía móviles: ahora nos piden armas“, reflexiona Wissam Tarif ante una taza de café árabe en un céntrico pero modesto hotel de Beirut. Tarif es presidente de la ONG Insan, uno de los responsables de la plataforma de activismo online Avaaz, y uno de los más destacados activistas sirios en el exilio. Y es terriblemente pesimista sobre lo que espera a Siria. “Si no hay voluntad internacional, el país se va a la guerra civil. Incluso los intelectuales suníes están comenzando a usar el argumento de que los alauíes les están matando. Y los alauíes, que son muy liberales y no tienen la estructura religiosa de la que gozan los suníes, se ven amenazados y también comienzan a decir que los suníes les están matando”.

 

Una de las estrategias para promover el odio sectario, explica Tarif, es atacar a las chicas. “Sólo violan a chicas con velo”, explica lacónico, en referencia a las suníes. Su ONG ha constatado 25 secuestros de adolescentes en todo el país: 13 fueron violadas. “Y esa degeneración lleva a una reacción“, añade. Los ataques son llevados a cabo por los shabiha, la milicia pro Assad compuesta por alauíes probablemente con escasos medios de subsistencia -ser alauí en Siria no es sinónimo de ser rico- y convencidos de que les va la vida en la defensa del régimen. “Los shabiha matan, secuestran, violan y roban de todas las religiones y sectas para aterrorizar a la gente y a la oposición y para minar el apoyo a la revolución mediante el miedo”, añade por su parte el también disidente sirio Ayman Abdel Nur en conversación telefónica desde Dubai.

Abdel Nur fue miembro del régimen -sigue siendo oficialmente miembro del Comité Ejecutivo del Baaz- y compañero de estudios de Bashar Assad, de quien llegó a ser consejero político y amigo íntimo. Cayó en desgracia en 2007 tras lanzar una página web de información donde exigía reformas. Se exilió en Emiratos Árabes Unidos, desde donde sigue de cerca lo que acontece en su país de origen y mantiene su web, una referencia sobre Siria. Desde el principio de la revolución, intuía que el régimen se serviría de los fantasmas sectarios. “El régimen está jugando la carta sectaria: asusta a los cristianos diciéndoles que deben temer a los Hermanos Musulmanes, luego dice a los alauíes que van a ser asesinados por los suníes, a los suníes que deben temer a los alauíes… Es terrible”, se lamentaba en otra conversación mantenida hace cinco meses con esta corresponsal.

 

Es un hecho que hay armas entre ambos bandos, si bien con una enorme desproporción y escaso futuro. “Están desertando soldados en grandes números que terminan en Turquía, Libano o Jordania, pero cada deserción pone en riesgo a centenares de civiles”, argumenta Tarif. “Fallan a la hora de proteger al ciudadano y de protegerse a sí mismos. No están organizados, y la mayoría se vuelve a sus casas o se esconde en zonas civiles, lo que implica que el régimen ataca esas zonas civiles para encontrarles y castigarles”. Además existe el problema del equipamiento. “Son reclutas que apenas tienen para comprarse zapatos. Nada que ver con la XVII y la IV División del Ejército sirio [comandadas por familiares de Assad] que están equipadas por Irán. Luego está el problema del armamento: huyen con lo que tienen y cuando se les acaba la munición no tienen con qué seguir disparando. Si hubiera un equilibrio en el número de armas, las cosas no serían igual”.

A juicio del presidente de Insan, el Ejército de Oficiales Libres de Siria, una formación de desertores que  clama tener 10.000 hombres y combate contra Assad, no es lo suficientemente fuerte para plantar cara al régimen. Las acciones de los desertores contra las fuerzas de Seguridad sirias se van incrementando -”antes eran un invento del régimen, ahora son un hecho”, subraya Tarif- pero aún no constituye una fuente de problemas para el régimen. Todo puede ser una estrategia del régimen de Assad. “Al principio, en ciudades com Homs, Lattakia, Banyas y Daraa fueron abandonadas comisarías de policía e instalaciones militares con sus arsenales dentro. Era una invitación para que los manifestantes las recogieran y emplearan, y así poder justificar la represión: el mensaje era que Siria no es Egipto sino Irak.

 

Coincide en este juicio Peter Harling, analista del International Crisis Group destinado en Damasco. “La respuesta del régimen a las protestas mediante represión, detenciones masivas, asesinatos frecuentes y tácticas de miedo cada vez más pavorosas borran las concesiones políticas menores”, explica mediante correo electrónico. “Este desequilibrio está teniendo un enorme coste en la escena internacional, y el régimen puede estar tentado de atravesar las líneas escalando a una dinámica de guerra civil en el centro de Siria con la esperanza de poder contenerla y justificar así que la represión es sólo una respuesta a la violencia de los manifestantes”.

Hablo con un buen amigo iraquí, que pasó años padeciendo la guerra civil en Irak y otros dos refugiado en Siria, sobre los males de sus vecinos. Ambos recordamos Samarra, la ciudad suní que alberga la Mezquita chií de Al Askari, donde yacen los restos del décimo y el undécimo imam de la doctrina chií. En febrero de 2006 una explosión masiva y sorprendentemente profesional voló por los aires el templo desatando una guerra civil que había comenzado el año anterior, avivada por ataques y asesinatos sectarios y alimentada por el gran número de armas. Mi amigo, experto conocedor de la región, me recuerda que Homs podría convertirse en la Samarra de Siria, ya que la ciudad alberga la Mezquita plateada de Jalid bin al Walid, uno de los más respetados compañeros del profeta Mahora ya que fue el único que no fue vencido por éste en las batallas de Meca, pero terminaría convirtiéndose al Islam alos después. Al Walid yace allí enterrado junto a otro de los compañeros del Profeta, Abu Ubaida.

 

Por el momento las mezquitas -salvo la de Daraa- no han sido atacadas, pero sí han comenzado a producirse crímenes que recuerdan enormemente a los escuadrones de la muerte sectarios que actuaban en Irak en 2005 y que promovieron el conflicto fraticida. Entre septiembre y octubre, varios profesionales fueron asesinados en Homs por hombres armados que actuaban siguiendo el estilo de aquellos sicarios. El decano adjunto de la Universidad de Arquitectura -un chií-, el director de la Escuela Petroquímica -un cristiano-, el jefe de la unidad de Cirugía del Hospital Nacional -un alauí-, un informante suní… Tres profesores alauíes fueron abatidos en su escuela, situada en el barrio de Baba Amro, uno de los más destacados focos de resistencia contra el régimen.

“El régimen cree que una solución para mantenerse en el poder es provocar una guerra civil porque eso le aportaría el apoyo de las comunidades alauí, cristiana y drusa y también ganaría el apoyo de los suníes que no quieren tener un país inseguro y posiblemente fracturado y que prefieren vivir en dictadura antes que asistir a la fragmentación de la nación”, estima Abdel Nur, quien en su página web publicó una investigación sobre los sucesos de Homs realizada desde la ciudad -un microcosmos de todo Siria dada su variada composición sectaria- y que apuntaba a una mano negra tras los sucesos.

Días más tarde de los sucesos en Homs, otro extraño crimen sacudía Siria: esta vez el asesinado por una banda armada era uno de los más prominentes líderes kurdos del país, Mashal Tamo, quien encontró la muerte en su casa de Qashmili, corazón kurdo de Siria. Tamo era el principal líder kurdo del Consejo Nacional Sirio, suerte de Gobierno opositor en el exilio: los habitantes del norte kurdo sirio se echaron a las calles para denunciar el asesinato y clamar contra el régimen. Una docena de estatuas de Hazef Assad, padre del actual presidente, fueron derrocadas.

Jugar con el sectarismo es jugar con fuego. Una explosión sectaria podría incendiar todo Oriente Próximo, especialmente tras esta primavera árabe que ha radicalizado a chiíes y suníes gracias a la redistribución de poder a nivel regional. Hizbulá e Irán, socios de Assad, se desgañitan acusando al mundo de doble rasero por no denunciar la represión en Bahréin mientras protegen al régimen sirio alauí -una escisión del chiísmo- y acusan a la “conspiración extranjera” de promover las manifestaciones. Eso por no hablar de la represión iraní contra sus jóvenes disidentes, donde se tortura y detiene a quienes sostienen que les robaron las últimas elecciones presidenciales.

 

Mientras, Arabia Saudí, Qatar y Turquía -principales potencias suníes- se radicalizan contra Damasco, como recuerda Peter Harling. “A diferencia de antes, ahora hay un número de actores externos -Qatar, Arabia Saudí, Turquía y Estados Unidos- que parecen querer un cambio de régimen. Han adoptado algunas medidas, que van de las sanciones económicas a la presión mediátic,a pero no hay indicativos de que su apoyo a las fuerzas sobre el terreno juegue un papel importante en la dinámica del conflicto sirio”, estima el analista.

En Wadi Khaled, frontera entre Líbano y Siria, se constata que hay escaso apoyo saudí o qatarí en forma de armas, si bien es cierto que están entrando envíos de suministro bélico de escasa relevancia. Incapaz, al menos, de mantener el pulso contra el Ejército sirio, uno de los mejores dotados y más temibles de toda la región. Es posible que todos sean conscientes de las consecuencias de una guerra sectaria regional y prefieran mantener al dictador antes que asistir a la sangría en Oriente Próximo.

¿Cómo terminará entonces la revolución de Siria? ¿Dejaremos que gane el régimen represor? “La comunidad internacional no quiere defender los derechos humanos sino proteger su seguridad regional. Siempre pueden convertirlo en Corea del Norte“, sostiene Wissam Tarif. Una vez más, el doble rasero que tanto denuncian los árabes. “Todos fueron muy rápidos en condenar a Gaddafi, pero nadie habla de Assad”, continúa. Las sanciones económicas que, según algunos analistas, podrían servir para afectar a las finanzas del régimen hasta el punto de no poder pagar a sus fuerzas no funcionarán, a juicio de Tarif. “Con dejarles saquear las casas, no hace falta que les paguen”, dice mientras se encoge de hombros. Además siempre seguirán llegando fondos de Rusia e Irán, tanto que las autoridades sirias se han planteado convertir el rublo en la divisa que sustituya al dólar.

Umm Khaled recuerda cómo quedó la casa de su vecino, tras una operación de registro y el consecuente saqueo de los shabiha. “Dejaron todo arrasado, sólo dejaron en su sitio la foto de Bashar Assad”. Una inquietante metáfora de lo que podría quedar de Siria.

 

 


 

 

 

 

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