En el ritual de todas las mañanas, que nos impone el deber de padre y abuelo, llego al Colegio Amador con mi hija Ashely, de 11 años, y mi nieta Yassel, de cinco. En esa tarea de todos los días, me encuentro con las caritas de los niños que estudian en el centro educativo: pequeñines, pre adolescentes, caras que no conocemos, y que pasan como láminas que se van sucediendo rápidamente por nuestra vista, registrándose algunas en una especie de galería de imágenes.
Buena parte de ellas son caras alegres, otras no tan alegres (posiblemente porque lo tiran de la cama muy temprano), y los menos, presentan rostros usualmente tristes, que nunca cambian. En ese avatar matinal, uno se siente ungido de esa energía que emana de ellos por el solo hecho de ser joven, lo que permite entrar al mundo mágico-infantil.
Esa observación detallada de las actitudes y conversaciones de aquellos “locos bajitos”, como le llama Joan Manuel Serrat, esta manía- reitero- de disfrutar lo que hacen no me asegura, sin embargo, que algunos rostros escapen a mi atención, sin intención.
Una de esas caras que habría pasado fugaz fue la de Humberto Anderson Castillo, de 15 años de edad, querido y conocido como Tito, del segundo de bachillerato, a cuyos padres, Andrés y Kircys, tampoco conocía.
El domingo 18 del pasado mes de septiembre era uno más en el calendario cuando llegué en la noche a mi casa. Por las redes sociales de los estudiantes del Colegio Amador, se había esparcido la desafortunada noticia de un incidente con un arma de guerra con la que un joven de 17 años, quien después de manipularla, le produjo heridas graves a Tito mientras jugaba en la residencia de Jhonny, otro estudiante y amigo suyo, en circunstancias que solo los presentes saben, y tendrán que explicar ante el juez competente.
Todo coincidió para que Tito recibiese esa noche las atenciones inmediatas de parte del personal médico de la Clínica Corazones Unidos, ubicada en el ensanche Naco, próximo a donde vive su familia (Jiménez Castillo) y de los propietarios del apartamento en el que ocurrió el hecho. Los propios amiguitos de Tito y un vecino, padre de otro de los estudiantes, le socorrieron para que los facultativos del centro de salud le detuvieran la hemorragia por la rotura de la carótida y los daños a la médula, que lo desconectó cerebralmente, causándole complicaciones neurológicas irreversibles.
Los médicos de Corazones Unidos, todos, hicieron el mejor esfuerzo para estabilizar los signos vitales de Tito. El infectólogo-micólogo clínico, doctor Miguel Ureña, tuvo que ingresar al equipo de profesionales que atendieron a Tito por un mes y dos días debido a la complicación de bacterias en los pulmones, detectadas en medio de un cuadro delicado que obligaba a los médicos a mantener al paciente en cuidados intensivos.
Sus padres, familiares, amigos de la familia y del colegio, nos mantuvimos en vilo durante un mes y dos días, pendientes de cada detalle acerca de la salud de Tito. Cadenas de oraciones amplias y sinceras entraron en contacto en todos los rincones del país, a los fines de que el Todopoderoso, Dios, y su hijo, Jesús, hicieran un milagro para que Tito saliera por sus pies de aquella clínica.
Y no era para menos: Humberto Anderson Castillo, Tito, era un muchacho ejemplar. Buen estudiante, un deportista que practicaba natación, tenis y era portero de un equipo de fútbol del Colegio Amador, orientado por el dilecto amigo Geo Ripley. No le conocía, pero las versiones que he recogido de aquel jovencito, lo señalan como un muchacho de buena formación familiar.
Fue notorio el involucramiento de los directivos del Colegio Amador, de los dueños de la vivienda donde se produjo el lamentable incidente, quienes abrieron las puertas de su casa a Tito como a su propio hijo, como lo es Jhonny; fue notoria la especial solidaridad de Lisset para que Kircys, la madre de Tito, pudiera pasar lo mejor posible aquel amargo momento. Personas como Luis Manuel Aguiló, el conductor de televisión amigo de la familia; Bautista Rojas Gómez, Ministro de Salud Pública, quien estuvo disponible con una pronta respuesta cuando fue necesaria; el sub jefe de la Policía, general Víctor Campusano Jiménez, cuya hija fue compañera de aula de Tito en el colegio, el soporte que significó Fior Mateo Castillo; en fin, todo aquel que fue tocado por la noticia, se puso a disposición para servir de apoyo en lo que fuera posible.
El pasado domingo 30 de octubre, en horas de la tarde, cuando se cumplía un mes y dos días de aquel incidente, y mientras trabajaba en el despacho del Presidente Leonel Fernández en la grabación de una entrevista con un equipo de CDN, las esperanzas se desvanecieron cuando recibí la infausta noticia de que Tito había fallecido. De pronto, los estudiantes y compañeros de aula supieron de aquella información a la que todos nos resistíamos creer.
El pasado lunes, la familia de Tito, sus allegados y la comunidad educativa del Colegio Amador despedimos el cuerpo de Tito, una vida joven, con sueños y esperanzas forjadas alrededor de los deportes que practicaba. Para quienes nos involucramos en salvar la vida de Tito, solo nos queda aprender que físicamente el jovencito se fue, que su rostro no estará ausente, que la muerte solo está en el olvido. Ahí radica la verdadera muerte, como reflexionó el psicólogo Héctor Manuel Rodríguez, que sirve de soporte emocional a los compañeros de aula de Tito.
Mientras guardamos el duelo de Tito, seguiremos aferrados a otras esperanzas
*Director OIP Presidencia R.Dominicana