Tres deberían ser las líneas principales en el 38º congreso que el PSOE celebrará el primer fin de semana de febrero: la dirección y la hegemonía interna; las medidas para volver a ilusionar a sus votantes decepcionados; la definición de lo que va a ser la política socialista en el futuro, tanto en su discurso como en relación con el mundo real.
Nueva dirección y hegemonía internas son cuestiones que van de la mano: qué grupos tendrán más capacidad para orientar las futuras decisiones y para prevalecer en el Comité Federal y en qué territorios se asentará esa prevalencia son cuestiones que van ligadas a las afinidades que consigan articular una mayoría para formar el nuevo equipo. En cuanto a las personas, parece que, en general, los militantes de más edad y los territorios más «conservadores» (esto es, los más apegados al discurso clásico del PSOE) votarán por Rubalcaba; los de menos edad, así como las federaciones con mayor predominio del discurso zapateresco de los nuevos usos sociales, por Carme(n) Chacón, la indeterminación de cuyo nombre, por otro lado, guarda cierta homología con lo proteico del discurso de la modernidad socialista. En otro orden de cosas, cabe pensar que, de celebrarse unas primarias al estilo de las francesas, esto es, con intervención de gentes ajenas a la militancia, el triunfo de doña Carme(n) estaría asegurado: por su juventud y por haber conseguido fingir el hábito de la renovación y el cambio dentro del partido, palabras esas, «renovación», «juventud», «cambio», que suscitan con su magia asociativa el entusiasmo de los votantes. En cuanto al discurso, es más capaz que don Alfredo —y los dos lo son— de construir un mensaje evanescente y melifluo que parezca decir lo que las bases quieren oír. Por lo tanto, a largo plazo, es ella más capaz de volver a emitir los sirénidos cantos que atraigan a los votantes hacia las costas socialistas o los hagan regresar a ellas.
Pese a las sucesivas derrotas electorales de los últimos tiempos, hacer volver en el futuro a los votantes que se fueron al PP (poco más de 700.000) o a los millones que quedaron en casa o se fueron a otras fuerzas de izquierda no debería ser difícil. La desafección y el cansancio que el tiempo irá trayendo con respecto al PP, la mala conciencia de los fieles de la iglesia socialista por haber permitido que gobernase la derecha y un discurso que les haga creer que escuchan lo que quieren oír en cuanto parezca atisbarse la posibilidad de volver al poder concitarán otra vez en torno a sus filas a los suyos.
Pero el PSOE se enfrenta a una importantísima cuestión que no sólo afecta a su condición de empresa y a las posibilidades de recuperar el poder: la definición de lo que va a ser la política socialista en el futuro, tanto en su discurso como en relación con el mundo real, como decíamos arriba. En una entrevista publicada el sábado 21 en La Nueva España, Félix de Azúa manifestaba que «El PSOE, a menos que se produzca un cambio brutal y podamos volver a votarlo, nunca más va a regresar al poder». Y señalaba que el PSOE ha abandonado todos los principios —éticos, políticos, estéticos y morales— que lo caracterizaban como un partido de izquierdas y serio, es más «los había traicionado».
Pero el problema va más allá todavía. Como la mayoría de los partidos —no todos— de la izquierda democrática europea, el discurso del PSOE sobre la realidad del mundo y las soluciones que para corregirla daba se basaba sobre una análisis que nunca había sido cierto y, por lo tanto, proponía unas recetas que nunca habrían sido certeras. En las últimas décadas las realidades de que se hablaba se habían evaporado por completo y lo que se decía sobre el mundo era como el eco de un eco, una apariencia tan incorpórea y ficticia como las sombras que los prisioneros platónicos tomaban por la sólida realidad. Ahora bien, esa evanescencia daba la impresión de que funcionaba por dos razones: la primera porque existía un numeroso grupo de seres humanos a los que se había instruido desde su juventud en que esa era la única sólida realidad, y, de ese modo, las palabras que convocaban ese constructo ficto suscitaban la adhesión (capitalismo, mercados, bancos, empresarios, explotación…) incondicional hacia quienes las pronunciaban. La segunda, y principal, porque la existencia de un potente capitalismo de estado (propiciado, por cierto, por las dos sucesivas dictaduras españolas: ENSIDESA, CAMPSA, HUNOSA, INI, TABACALERA…), una moneda propia y un ámbito económico nacionales, posibilitaban manipular los precios, trasladar costos al futuro, empobrecer ocasionalmente a todos sin gran dolor, entregar parte de la riqueza del conjunto de los españoles a los favorecidos con el trabajo en las empresas públicas o en la administración, etc. Pero es evidente que nuestro marco económico —globalización mercantil y financiera, moneda europea, transferencia de soberanía a ámbitos supranacionales— ya no permite todo eso.
De modo que los ciudadanos, y no únicamente los fieles, estamos esperando oír lo que hasta ahora no hemos oído: un análisis del mundo actual y un programa que nos diga cómo se va a afrontar el mantenimiento de lo esencial de las políticas clásicas socialistas de acuerdo con esa realidad: si se va a seguir en el euro o no (con lo que ello entraña en una u otra dirección), si se van a mantener todas las políticas asistenciales o no (y, entonces, con qué subida de impuestos o con qué recortes), cómo se va a cohonestar la reducción del paro y el aumento de la competitividad con el aumento de los salarios, si se va a nacionalizar o no la banca u otros sectores (y el arrostramiento de sus consecuencias), etc.
Pero me temo que de esto no oiremos nada. Si acaso, se renovarán aquellos gritos cavernícolas (de la caverna platónica) que fingen describir la realidad y corregirla, pero que —bien saben sus emisores— no tienen otra virtud que la de activar la adrenalina y el hipotálamo a fin de provocar ilusiones, suscitar enemigas, convocar adhesiones.