A última hora me llega la triste noticia del fallecimiento en Langreo de Aurelio Fernández Roque a quien todos conocíamos cariñosamente simplemente por Roque. A sus combativos 82 años de edad una rápida enfermedad detectada estas pasadas navidades dio paso al fatal desenlace. Roque, como otros muchos, formó parte de mi dilatada vida periodística y lo que allá por la década de los 70 comenzó como una relación profesional, siendo yo cronista laboral en La Voz de Asturias y él miembro del jurado de empresa de HUNOSA, una HUNOSA con 28.500 mineros directos en plantilla, terminó en una amistad que se prologó hasta el final de sus días.
Aurelio Fernández Roque, que nació en La Vega (San Martín del Rey Aurelio), fue minero en el tajo para terminar como graduado social al igual que lo hicieron otros compañeros espoleados por el impulso que el entonces director de la Escuela de dicha especialidad, Carlos Hidalgo Schuman, dio a muchos sindicalistas con la oportunidad de especializarse en Derecho del Trabajo lo que les sirvió, caso de Roque, no solo para mejor negociar las reivindicaciones sociales si no también para ascender en sus empresas. Roque tenía una curiosidad intelectual innata a su personalidad. De profundas convicciones de izquierdas limitó siempre en Comisiones Obreras con algún pinito en política a través del Partido Comunista. Su hijo Kike, quien me dio la mala nueva, economista y ya prejubilado también de HUNOSA, en cuyo departamento de patrimonio realizó una gran labor, fue concejal del ayuntamiento de Langreo por IU para gran satisfacción de su padre.
Roque en aquellos años convulsos del tardo franquismo y la transición democrática participó en las negociaciones, no exentas de conflictos, de varios convenios de la que entonces era principal empresa minera del país. Lector empedernido, y especialmente crítico hacia las informaciones que se publicaban sobre la minería asturiana, no solo me cogió afecto si no que también he de decir que siempre me jugó limpio con las informaciones que me filtraba tras las largas y tensas reuniones entre la dirección de la compañía y los representantes sindicales. Como ocurrió en los últimos años del régimen franquista un nuevo sindicato, por entonces de carácter asambleario, nacido en 1962 en el seno de mina de La Camocha, Comisiones Obreras, se había infiltrado en las filas del sindicato vertical, todo lo contrario que los también clandestinos miembros de la UGT que preferían esperar al cambio político que inevitablemente, como así fue, se venía venir en cuanto falleciera Franco. Eran los tiempos en los que en el seno de CCOO de la minería surgieron líderes como Manuel Nevado Madrid, ya fallecido, José Antonio García Casal “Piti”, Alonso Fueyo, Riaño, Aladino Venturo, Marino Artos, Francisco Fernández Corte, Cordero y tantos otros. Roque era un negociador incansable y con una personalidad que te captaba por su sed de ilustración además de profundo conocedor de la auténtica realidad social que en aquellos duros años se vivía en las cuencas. Recuerdo que pese a estar en las antípodas uno de otro Roque tuvo una muy buena relación con el abogado José María Guerra Zunzunegui, el segundo presidente en la historia de HUNOSA, amistad que perduró con el paso de los años, hasta el punto que cuando Guerra, creo que el único no ingeniero -bien de minas, bien industrial- que tuvo HUNOSA en su presidencia, visitaba Oviedo -tras la experiencia en la citada empresa pública se dedicó como empresario a la actividad privada- para acudir a la consulta de los oftalmólogos Fernández Vega siempre llamaba para saludarle saber su opinión de cómo iban las cosas por nuestra tierra.
En los últimos tiempos cada dos o tres meses me solía reunir con Roque y algunos amigos variopintos en edad y religión en Sama, en Casa Irunda, establecimiento irrepetible, lo mismo que la buena cocina de su propietaria Irundina, y que como el tiempo no perdona ya ha echado el cerrojo manteniendo, eso sí, su hijo un almacén de distribución de vinos, rodeados estos por los más curiosos objetos de años pasados que se puedan imaginar, desde un cartel de la última corrida de Manolete hasta antiguos candiles de mina. En estas comidas, en las que también participó su hijo Enrique y amigos como Avelino Suárez y Jesús, el bueno de Roque me interrogaba a fondo sobre la situación de la prensa, de colegas a los que también trató en sus tiempos de sindicalista en activo y, por supuesto, de la situación política que adelantándose a los actuales acontecimientos ya no le gustaba nada la actuación de nuestros dirigentes. Lo dicho, se nos ha ido Roque, un icono del sindicalismo minero, un graduado social de la vieja guardia que además de buena persona amaba mucho a su tierra comenzando por la familia. Descansa en paz, buen amigo. Nos volveremos a encontrar en su momento en las praderas de Manitú. Hasta siempre, un abrazo.