Tuve ocasión de conocerle personalmente, de entrevistarme con él en varias ocasiones y de recibirle después en mi casa de París cuando desempeñaba el cargo de Director General Adjunto de la UNESCO. Comentamos puntos muy importantes de la actualidad española de aquel momento, cuyo enfoque constituía un reto de acción resuelta, equilibrio e imaginación, cualidades que distinguían a aquel gran ciudadano español universal, que supo, como miembro distinguido de la Iglesia Católica, aplicar el Evangelio, dialogar, conciliar… y tender la mano (que tantos, indebidamente, alzaban).
Aplicó magistralmente las pautas del Concilio II y, con la ilustre, inspiradora y docta compañía del Padre José María Martín Patino, puso, para bien de su país y de la Iglesia, muchos puntos sobre las íes en momentos cruciales de la transición democrática, en la que tanto influyó.
Por todo eso, me parece lamentable que en el “Alfa-Omega” del ABC del 5 de enero de 2012, titulado “Tarancón, el octavo mandamiento”, en lugar de mostrar satisfacción por el efecto favorable que en la comunidad cristiana ha tenido la información facilitada en varios medios y en televisión sobre la vida y actuación de D. Vicente, se critique –¡apuntando, además, al octavo mandamiento!- a quien ocupó en momentos cruciales la Presidencia de la Conferencia Episcopal, lo que implica contar con el apoyo mayoritario de la jerarquía eclesiástica. Se ponen “peros”, opacidades e incuso graves sombras sobre uno de los personajes más apreciados por muchos españoles y, especialmente, por numerosos cristianos.
Pienso en aquel sabio adagio que dice: “Explicación no pedida, acusación manifiesta”…
Gracias, D. Vicente. Gracias, Padre José María Martín Patino. La memoria –por eso es imprescindible la Memoria Histórica- les situará de forma indeleble en el altísimo lugar que les corresponde.