Por dos veces, he tachado, la última definitivamente, mi comentario del partido de ayer. No quiero ni molestar ni herir a algunos amigos que prefieren y admiran al otro equipo. Como es lógico, lo que sí repito es que me alegro y mucho de que hayan ganado los que yo prefiero.
Se ha retrasado la mimosa de la ladera del monte en brotar: Mi señal particular y por lo que recuerdo acertada, de que este año no habrá un buen verano o vendrá también, como ella, tarde.
Lleva, por ahora, poco retraso, ya que la fecha clave fue el domingo pasado, día quince, que es el que digamos el punto en que debe situarse, para indicar equilibrio, el fiel de la balanza, en este caso del tiempo. Y hoy es ya dieciocho. Tal vez si floreciese antes del domingo veintidós podríamos hablar de una relativa normalidad, un retraso razonable.
Contemplo en un vídeo cómo entierran en el mínimo cementerio de Perbes a Fraga, la voz airada del cambio político, tal vez uno más en la lista de los políticos cogidos de improviso con un pie en lo castizo y otro en las novedades, tratando de compaginar. Tuvo suerte, logró ser longevo, morir en su casa y atendido por sus hijos. Cuando, como él, se trata de servir de puente entre las dos épocas, las dos tendencias, las dos categorías, los dos personajes en que consiste, que estiran y encogen y acongojan a España, se suele acabar de peores maneras.
Hace falta mucha paciencia, cuando se es tan clarividente hombre de estado como era y con su vehemente temperamento, para someterse, como al fin y al cabo logró, a aceptar el paso y los errores a que se avanzaba y en los que se incurría a su alrededor en una época de la historia como la apasionante que nos ha tocado vivir.
A veces, recorro mis experiencias y sentimientos, que empiezan, con los siete años de entonces, en 1936, pasan por un ingreso en el bachillerato de 1939, inician una carrera en 1946, la terminan en 1951, pasan por la duda razonable de la tecnocracia de la década de los 60, asisten a la muerte de Franco en 1975 y sufren la convulsión siguiente, hasta la Constitución de 1978, todas fechas trascendentales sugerentes de interminables ristras de preguntas, casi ninguna de las cuales tiene que ver con las deformadas versiones que de un lado y de otro de los acontecimientos, las preferencias y las tendencias con que escucho, leo y me maravillo, atónito, de lo difícil que resulta equilibrar, escuchar, entender, en definitiva ejercer este privilegio de vivir que nadie sabe por qué nos ha sido concedido precisamente a nosotros