A Jose Manuel Buján, ad perpetuam memoriam

Magistrado del Tribunal Superior de Justicia, jurista de reconocido prestigio, abogado laboralista de CCOO durante muchos años, empezando en los difíciles tiempos de la  clandestinidad, defensor de los derechos y libertades, fuertemente implicado en la conquista y defensa de la democracia, Buján fue, como paisano y como juez, un hombre honesto, íntegro e intachable. Y, sobre todo, un querido amigo.

Le encantaban las citas en latín, seguramente debido a su formación de seminarista, que tanto juego nos daba. Me llamaba cariñosamente Pilarina Navigandum, por esa afición compartida que yo reflejaba en el Navigandum litteris blogis semanale y, aunque procuraba mantenerme a su altura cuando nos encontrábamos, era difícil seguirlo, pues el caudal de sus conocimientos en ese y otros tantos ámbitos era inagotable. Persona servicial donde las hubiere, hablar con Buján de cualquier tema significaba aprender algo nuevo, pero jamás pecaba de docto ni sapiente, pese a serlo como pocas personas he conocido. Al contrario. Sus ojos al mirarte manifestaban curiosidad, una curiosidad intelectual reflejo de su inteligencia que abría las puertas de la tuya, e, igualmente, desbordaban alegría por el encuentro, pues siempre gozó de un irrefrenable amor a la vida, a la amistad. Polemista nato,  le encantaban las comidas con debate y tertulia prolongada que le permitían confrontar ideas, consensuar opiniones. Nada más lejos de Buján que el enfrentamiento, la rivalidad, el ataque; al contrario, por eso fue siempre una persona querida y respetada que se granjeó la admiración de amigos y enemigos. Pese al avance de la enfermedad, al visible deterioro y a veces sufrimiento que podía adivinarse, jamás se le escuchó una queja. Sobre todo por ese humor, ese gran sentido del humor en todos sus registros, natural en él, del que hacía gala como otros la hacen de blasones.

Gracias, camarada, compañero, maestro, amigo, por los buenos momentos vividos, por compartir humildemente tu sabiduría y tu ingenio con nosotros, por ese afecto incondicional que transmitías, ese aprecio mutuo que yo tanto estimaba.

Un culín de sidra, del palu buenu que tanto te gustaba, fresquina y bien echada, a tu memoria. Como diría Plinio, uno de nuestros favoritos: Impensa monumento supervacua est; memoria nostri durabit, si vita meruimus. O lo que es lo  mismo: El gasto en monumentos es inútil, nuestro recuerdo perdurará si lo hemos merecido por nuestra vida. Es el caso.



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