Los que quieren enriquecerse caen en trampas y tentaciones, y se dejan dominar por muchos deseos insensatos y funestos... Porque el amor al dinero es la raíz de todos los males... A los ricos de este mundo recomiéndales que no sean orgullosos.
Carta 1.ª de San Pablo a Timoteo.
Comencemos con una introducción o prefacio, pues, al escribir de dineros, todo ha de ser cristalino y «ab initio» (desde ya). Este escritor, por tener sus raíces empapadas en lo cristiano, se acerca al tema del dinero («les perres») con dudas de desconfiado, con prevención de prudente y con un despreciativo desdén -ve mucha más excelencia y elegancia en las letras que en los números-. Es muy interesante el tema del dinero en la Biblia judía y en la Biblia cristiana, que, aunque parecidas, son diferentes; en cualquier caso, de las lecturas de ambas resultan los muchos prejuicios hacia lo pecuniario. Para muestra un botín: lo que escribió San Pablo en la Epístola a Timoteo presbítero, en la que le advierte de los ricos; en esa epístola, amorosamente, Paulo también se preocupa de la salud de Timoteo aconsejando: «No bebas agua sola, toma un poco de vino, debido a tu estómago y a tus frecuentes indisposiciones».
Cuando rezo el Padre Nuestro me estremezco cada vez que afirmo: «Así como nosotros perdonamos a nuestros deudores». Lo de perdonar a los deudores, que es muy santo, es a la vez muy extraño desde la ortodoxia capitalista; desde luego, es lo contrario de lo que se ha de hacer para llegar a rico, que exige cobrar todas las deudas, todas. Lo de las deudas con Dios y con los hombres es asunto teológico complejo, como es complejo determinar quién cobra esas deudas, las de dinero y de lo otro, del mismo Dios aquí en la Tierra. Fue de sabiduría que la Iglesia católica, para los llamados «Institutos de Perfección», haya determinado que la pobreza, por ser don divino, sea uno de los consejos evangélicos, a imitación de Cristo (no confundir pobreza con miseria). Y concluyo este prologuillo con una exclamación: ¡Qué casualidad, habiendo dormido tanto en mis años infantiles abrazado al muñeco Pluto de Walt Disney, ahora, ya mayor, ocurre que los «plutos» y la plutocracia me quitan hasta los sueños!
Ya lo escribimos la misma Nochebuena última en LA NUEVA ESPAÑA («A vueltas con las élites revueltas»: este escritor ni es apocalíptico ni le gusta escribir sermones; por ser escritor realista, ha de continuar del siguiente modo: es un hecho («the fact is») que el neo y/o anarco-liberalismo no llegó a sobrevivir solo, victorioso, veinte años desde la muerte de su opuesto, el comunismo (o mal llamado «socialismo real»). El derribo del muro de Berlín, a finales de 1989, fue el símbolo de la caída del socialismo, del mismo modo que la caída de Lehman Brothers, en septiembre de 2008, fue el símbolo de la caída del neo y/o anarco-liberalismo. Caídas ambas que no se produjeron por generación espontánea -muy poco, al parecer y según Darwin, se produce por tal generación, sino por procesos de larga duración (la llegada al poder de Gorbachev en 1985, que quiso hacer del comunismo una socialdemocracia, y la llegada al poder del texano Bush J., que hizo lo mismo de Reagan y un poco lo de Clinton, a su manera bruta, habiendo sido «elegido» presidente en el año 2000, con muchas dudas de pucherazos y de puterazos, para hacer lo que luego hizo.
¡Qué curioso! Resulta que lo que no consiguió Bin Laden con el ataque de septiembre de 2001 a las Torres Gemelas, o sea, destruir Wall Street, lo consiguieron las élites mismas de Wall Street, solitas y desde muy dentro, siete años luego. Por eso y por esos mismos estamos ahora en crisis global, con calvarios por doquier y en recesión económica. Si en 2008 las élites bancarias, en USA y en Europa, causaron la crisis -la insolvencia de los bancos- arruinando a millones de familias con lo de las «subprimes» y con lo de las mangancias y ganancias con los Madoff, en 2011 la insolvencia bancaria, la real -no la contable-, que continúa, arrastra a los mismos estados a la quiebra, al no poder devolver a los acreedores lo que destinaron para salvar a los bancos.
Eso de que la banca española recupere la solvencia con el dinero de los contribuyentes es muy discutible y admisible con dificultad, subiendo y subiendo impuestos, yendo así derechos y directos, revolucionados, tal vez a lo que falta de la crisis: el estampido final o «Big Bang» (y a partir de ello, lo excepcional). El tropo de la pescadilla que se muerde la cola ya no sirve, pues ni distinguimos la cabeza y la cola, de la pescadilla naturalmente. Tantos disparates no se hubiesen podido ejecutar sin la colaboración de las otras élites, las políticas, muy mal reclutadas, con primacía de los peores respecto de los mejores, y la elección de la clase política es asunto esencial de Política y de su Ciencia. La sustitución de políticos por tecnócratas, a la griega o a la italiana, en la cabecera misma de los gobiernos, no en los escalones siguientes, que es donde han de estar los técnicos, cuestiona al propio Estado democrático.
¡Siga la farsa y viva la bagatela! Así gritó un clásico. Eso ahora no se debe gritar, ya que la crisis provocada por unos, banqueros, está matando a los otros, a muchas personas; a unas físicamente y a otras moralmente. Y en estos momentos hay sospechas fundadas de que los que robaron antes lo siguen haciendo ahora -sabemos que los financieros son débiles de memoria-. Asociando ideas, viene al recuerdo un dibujo chistoso de Mingote de finales de los últimos años sesenta en el que se dibujaba al fondo las torres de una iglesia de pueblo y en primer plano dos beatas, vestidas de negro, con rosario, peineta y mantilla, diciendo una a la otra: «No te angusties, que el Concilio dirá lo que quiera, pero al Cielo, lo que es al Cielo, seguiremos yendo las de siempre». Eso deja manifiesto que, tal como está desordenada la sociedad, una igualdad básica y mínima es utopía, lo cual plantea muchas dudas políticas, empezando por la primera y que formulamos en la Nochebuena: ¿Quién realmente manda aquí?
Es de actualidad la vieja canción o cantata: «Todos queremos más, más y más, y muuucho más». Cuestión diferente es quererlo todo y en solitario, que es delirio de omnipotencia, palabra esta imponente, compuesta de un adjetivo totalitario, «todo», y de un sustantivo explosivo, «potencia». Si únicamente Dios es omnipotente, los pretendidos omnipotentes tienen que acabar mal, fatal, por pecar de desmedido amor a sí, que es una manera de idolatría; ello tanto si son ideologías terminadas en «ismo» como comunismo o «mercadismo» (apoteosis del mercadeo), como si son individuos, cuyo destino final es ser los «pollancos» del corral. Y es que allí, donde quiere haber omnipotencia, lo que realmente hay es una voluntad de poder loca o enfermiza, irracionalidad y destrucción (sobre esto algo escribimos en el artículo «Viva la Banca aunque rota» de 12 de octubre de 2008).
Esa enfermedad la padecieron las élites financieras en USA y aquí, que no pararon en destruir cualquier límite, freno, ley, «checks and balances». El goce solitario u onanismo, unido a la hartura y empacho, provocaron la gran eclosión, intestinal, también denominada sistémica. Por el arte de Hollywood sabemos mucho: a finales de los ochenta, Oliver Stone, en la película «Walt Street», hace decir a dos zascandiles «traders»: «Greed is good», o sea, la rapacidad es buena. Ahora en el documental «Inside Job» de Charles Ferguson se dice que bastantes élites financieras, además de bribonas, son cocainómanas. Yo eso no lo sé, aunque no me extrañaría, pues, para ser omnipotente, hay que aprovisionarse de mucha potencia. Sólo sé que a un banquero francés le dio por el sadomasoquismo: a Edouard Stern, al que su amante le pegó un tiro mientras hacía barrabasadas enfundado en un traje de látex. Sé también que a otros les da por cazar unos bichos enormes, mastodontes, utilizando rifles como cañones. En el último libro sobre «La Estupidez» (Ed. Paidós), de Lucien Jerphagnon, está la siguiente cita en la página 104: «Para que surja un pensamiento en la cabeza de un capullo deben ocurrirle muchas cosas muy crueles» (Céline). Pudiera ser verdad que al capitalista de raza lo que en verdad le apasiona no es el dividendo sino el juego, las tragaperras.
La ausencia de límites, la desregulación, el más y más de los ultraliberales salieron del ámbito mercantil e hicieron metástasis en lo social y en lo político. Ejemplo: que un hombre quiere tener un útero, pues nada, como tiene derecho, se le coloca, y a funcionar el varón con el útero; que una mujer quiere tener una próstata, pues nada, como tiene derecho, se coloca, y a funcionar la hembra con la próstata. Cualquier límite es represión, pensaron los profesionales de la progresía, pensamiento basado en su profunda ignorancia, pues creyendo hacer socialdemocracia y ampliar derechos «cívicos», lo que en realidad estaban haciendo, sin saberlo, era ultraliberalismo en su modalidad más extrema y explotadora.
Y aquél «Greed es good» (la rapacidad es buena) de la película de Stone es parecido a la sandez de Bernard de Mandeville en su «Fábula de las abejas» (s. XVIII): «los vicios privados hacen la virtud pública». Por eso, por ser Mandeville, Hume y Adam Smith (el de la «mano invisible»), todos de la Ilustración escocesa y padres ideológicos de la tragedia presente, me declaro de la Ilustración alemana (del imperativo moral de Kant), de San Pablo, de Timoteo y de Platón; este último fue el primero en advertir que la avidez o la codicia son grandes desestabilizadores de la Ciudad.