El señor alcalde mayor de mi pueblo, que el buen padre Dios guarde a ambos, ha decretado que los niños se vayan a hacer puñetas y jueguen en casa con sus pleisteision y sus uís, o que se vayan a la explanada de la Llera, donde antes corrían los vientos para secar las redes y ahora anclan los ominopresentes automóviles. El señor alcalde mayor ha remitido a los niños a ver la televisión con tres dimensiones y gafas de ver la tercera. Ha implantado, arraigado, una carpa inmensa, gigantesca, que ocupa todo el parque que hace de plaza mayor, ante el Ayuntamiento de la Villa y dice, implícitamente, que los niños se vayan a dar un paseo o se queden en casa, al lado del árbol, unos, otros ayudando a papanoel a trepar por la fachada, otros junto al belén somero del zaguán, en cualquier caso, cantando villancicos más o menos ortodoxos, nuevos y viejos, tradicionales y raperos, que de todo ha de haber en la viña y en las boticas, agobiadas, según los boticarios, porque no hay pasta para que la administración pague los gastos de la la seguridad social pague puntualmente y se van a echar, hay quien dice, a la calle, entre una morena y una rubia, hijas del pueblo de Madrid, la Casta y la Susana, para consolarse de las muchas penas que vienen en el regazo hostil del 2012, bisiesto y malandrín, escaso de hot money, desvergonzado, enjuto.
Al señor alcalde mayor le han salido tres plagas, asumido que ha la convicción de que no le quede ni para mixtos: una es la de los niños, que fuera, a casa, a no estorbar el bailongo con botellón prohibido de la macrocarpa de la plaza mayor; otra es la de los coches, que con esos no puede, se le suben a lo amarillo, le pisan las cebras, se le amontonan –“es un momentín, comprenda”- en las aceras mientras cojo dinero del cajero, oiga, mientras bajo o cargo las maletas del hotelito, escuche, entre que me saca la muela el dentista, o compro unos fiambres en el hiper o pregunto en los chinos si venden cordones para zapatos, y la otra, las mascotas, que ¡a ver si recogéis la mierda!, como si la mierda de perro estorbase más que los cajones de colorines, de recogida de desechos humanos, oliese mejor o molestara menos, o sea más lógico que les tiren mendrugos a los patos envejecidos y a las tres ocas airadas, alimentando así a las certeras gaviotas, que apuntan, estoy seguro, y te cagan encima, y a las palomas, que con acierto bautizó un ingenioso motejador de ratas con alas.
Por el aire, nos acosan los tres bandos de gaviotas, palomas y estorninos.
Echo de menos en cambio a los gorriones, los gatos callejeros, las marigarcías y las anguilas del río, por cuyo cauce arriba suben ahora como nunca los muíles y los cormoranes.
La hermosa gente cada vez somos menos, bueno, la hermosa y los que deberíamos salir de noche, cuando todos los gatos eran pardos.
¡Aquellos maullidos de febrerillo el loco, por los tejados! Con las gatas en celo y los gatos heridos en las mil batallas que por sus favores libraban, encelados como tigres de bengala, “la tigre de bangala, con su preciosa piel manchada a rayas …”
2 comentarios
# Marisa Responder
19/04/2014 23:56Que cantida de supersticiones yo creo que venidas de la de la ignorancia debida a la poca cultura que había en aquellos tiempos.Se mataba por tener el pelo roxo o tener los gueyos verdes.
# Suárez Responder
24/04/2014 15:59Hola María: Ye un tiempu de oscuridá, de miseries superlatives. En que les vides de los probes nunca valíen un rival. En to eso escudabense los poderosos pa tener a la xente controlá. El mieu ye un usu de control