El año se nos escurre de las manos lentamente y nada podemos hacer para detenerlo. Tiene vida propia y nada más morir con la medianoche del último día del calendario, nace otro, que nos trae nuevas esperanzas.

 

Los años, son como los ciclos vitales de nuestra propia existencia. En enero nos abrimos al mundo y llenos de vigor nos iniciamos  en la larga travesía que nos espera.

 

La primavera, se asemeja a la infancia -todo es nuevo- fluye y la inocencia impera. Esos primeros pasos nos marcaran para siempre y las vivencias de esos días, quedarán adosados en el desván de nuestra memoria.

 

Con la llegada del estío, nos adentramos en al ardor de la juventud, aquí debemos dibujar nuestro futuro y llenar nuestra despensa para cuando decaiga nuestro vigor. Suele coincidir esta estación con la elección y selección de pareja, si queremos ser "singles" de por vida o por el contrario formar un equipo propio.

 

Cuando los árboles se desnudan, entramos en otra etapa de asentamiento y serenidad que nos da el tener media vida edificada. La calma nos dicta y la prudencia nos dice: disfruta del momento. Es la conjunción perfecta de nuestra vida.

 

Inevitablemente, el último mes nos trae el fin de etapa. Los días menguan en todos los sentidos, somos conscientes de que el viaje que iniciamos el uno de enero...llega a su final. No hay mas estaciones, ni andenes.

 

Pero, queridos amigos/lectores, las campanadas no son el adiós a nada, es el jubilo y la alegría del nuevo año que nos trae más ganas de vivir. Hay que tener la ilusión del niño que llevamos dentro...solo nos hacemos mayores, cuando "ese" niño deja de tener ganas "jugar/vivir" y cada día hay un motivo nuevo para dar otro paso hacia adelante.

 

El cuerpo me pide "caña", ya esta bien de tanta burbuja, la espuma dorada -mi fiel y leal compañera- la tengo un poco olvidada. Me visto... ahora, nos vemos, espero que estés tan fría como siempre.