El resumen oficioso de las cifras de visitantes en Asturias durante la Semana Santa hace prever un éxito potente, en claro desatino con las trompetas de crisis que ensordecen cualquier intento de ensoñación con el ocio, con más disfrute de la vida. Asturias, que siempre ha sido el destino, lo ha sido más abundante en estos días.
El ‘efecto Niemeyer’, la Laboral, el Prerrománico, el turismo rural, la riqueza rupestre… Todo ese abanico de realidades que imprimen un carácter de riqueza cultural y de belleza estructural son objetivos golosos para los ojos y para las cámaras.
En un hipotético y más que probable falso cálculo, si cada turista ha tirado una media de 50 fotografías, podríamos concluir que Asturias será revelada o volcada en más de cuatro millones de instantáneas durante las próximas horas en los estudios o los ordenadores de los más diversos lugares. Desde Cuenca hasta Dublín.
En el tópico de un escenario similar nos hacía gracia, o nos provocaba curiosidad, no hace tanto tiempo el hecho de que miles y miles de japoneses ‘fusilasen’ la Sagrada Familia, aun en obras, con andamios y minigrúas. El impresionante paisaje, tan evidente como misterioso, que tenemos la fortuna de habitar se ha ido convirtiendo en los últimos años en una referencia internacional por diversos motivos, por determinadas iniciativas que incluso superan, paulatinamente, el recurso eterno de culpar a los hombres y las mujeres del tiempo.
La explotación diáfana de los grandes recursos naturales y culturales va penetrando en un entramado fundamental para paliar tiempos difíciles. Quizás ésta sea la fotografía más difícil, la más escondida.