En la clausura del Bicentenario de Jovellanos

Me siento muy honrado de asistir al Acto de Clausura de la semana de actividades que, con motivo de la conmemoración del bicentenario del fallecimiento de Gaspar Melchor de Jovellanos,  celebramos en este día, en el Instituto más antiguo de España y que, además, lleva el nombre de nuestro paisano. Permítanme que, en las postreras horas de la conmemoración del bicentenario de su fallecimiento, el 28 de Noviembre de 1811 en Puerto de Vega, subraye la trascendencia de todos los actos de reconocimiento que desde España entera, desde Asturias y, sobre todo, desde su Gijón natal, “amada cuna mía y objeto de mis continuos desvelos”(1), le estamos dedicando.

 

En nombre propio y del Principado, les estoy muy agradecido porque me da también la oportunidad  de participar en un nuevo acto de acercamiento al propio Real Instituto Jovellanos, tras la entrega de la   Corbata de Alfonso X El Sabio, máxima distinción educativa y cultural nacional, que tuve el honor de entregar, siendo Vicepresidente del Gobierno de España, a su Director entonces, en Agosto de 1998, haciendo justicia a la trayectoria y a la labor desarrollada por el “Instituto”.

 

En aquella ocasión, en mi discurso de entrega del galardón, expliqué que el “Instituto” es la llama viva de Jovellanos en Gijón, una llama que se mantiene iluminada al conocer la calidad y profundidad del ciclo de conferencias, actividades de diferente índole y montaje de  exposiciones de maquetas, instrumentos musicales del siglo XVIII así como de dibujos, que habéis desarrollado en las dependencias del Instituto, a través de la decidida e ilusionada participación de los alumnos, acercando a la postre la figura de tan ilustre gijonés y asturiano a cuantos formáis esta prestigiosa comunidad académica, y a cuantos gijoneses se hayan asomado a la misma.

 

El “Instituto” es el heredero de la luz de su generoso celo, celo que él mismo quiso que perdurara, como rezan las palabras finales de su Oración inaugural hace doscientos diecisiete años, para  que, al despertar en nosotros su recuerdo, “entonces mis yertas cenizas, que no reposarán lejos de vosotros, recibiendo el único premio que pudo anhelar mi corazón, os predicarán todavía desde el sepulcro que estudiéis continuamente la naturaleza, que solo busquéis en ella las verdades útiles, y que consagréis toda vuestra aplicación, toda vuestra sabiduría, todo vuestro celo al bien de vuestra patria y al consuelo del género humano”.

 

 

Como recordé en el acto que estoy mencionando, no voy a decir que los gijoneses nos sentimos orgullosos de nuestro “Instituto”, porque, siendo verdad, faltaríamos a la memoria de su fundador, que en la misma Oración nos recomendaba: “y vosotros, gijoneses míos, privilegiados en la vecindad de este instituto, guardaos de alimentar con él vuestro orgullo”. Pero sí creo que puedo decir como español, como uno más de los convocados por Jovellanos entonces a seguir sus enseñanzas, cuando añadía “Españoles, cualesquiera que seáis, ved aquí vuestra vocación; seguidla, y buscad la felicidad en el conocimiento de la naturaleza”.  

 

La grandeza de Jovellanos reside, sin duda, en sus cualidades intelectuales, morales, literarias y políticas, reflejadas a través de su vida y de su obra. Pero se acrecienta con el paso del tiempo al comprobar la validez permanente de la triple dimensión universal, patriótica y local de sus desvelos ilustrados como servidor público. Su insigne figura y sus pensamientos siguen vigentes entre nosotros dos siglos después, y releyendo sus palabras, siempre parece que acabara de pronunciarlas en la actualidad, porque sus pensamientos y sus obras, las teóricas y las prácticas, no tienen parangón en los últimos doscientos años en España. Ningún español desde entonces hasta aquí fue capaz de hacer y proyectar tanto y, a la vez, de escribir y pensar tanto por el bien de su país y de su patria como nuestro inmortal Jovino, del que su primer gran biógrafo, Julio Somoza, dijera, con razón, que fue el hombre “más prestigioso y respetado de España(2 ). Esa triple dimensión también permitió que de él se dijera que “en España, y acaso en Europa, desde el Renacimiento, me parece que no hay otro más completo que Jovellanos; porque no se ha de medir la grandeza de un hombre por la extensión de su inteligencia, ni por la magnanimidad o resultado de su misión, sino por la armonía de sus facultades y por la dirección que supo dar a su vida”(3)

 

Por eso, en el día de hoy, a cuantos formáis parte de esta extensa familia jovellanista, desde el corazón de su querido “Instituto”, os animo a trabajar de forma constante y decidida por el futuro de Gijón, de Asturias y de España, que es el nuestro, y al que Jovellanos supo ofrecerle siempre un camino de progreso y esperanza. 

 

*Presidente del Principado de Asturias

 



Dejar un comentario

captcha