Cuando escucho a tantos líderes "in pectore" comentando la magnitud de "lo que se encuentran"... pienso en el cuento ruso de "Los tres sobres", que publiqué hace años (El País, 13 de noviembre de 1982) y que es adecuado resumir ahora cuando, siguiendo una inveterada costumbre, quienes van a asumir responsabilidad se curan en salud exagerando de entrada la situación, a pesar, en el caso concreto que ahora comento, de que en muchos casos ya conocían la extensión y profundidad de las heridas por su propia experiencia "casera" en las Comunidades Autónomas en las que gobernaban desde hace tiempo.
No son pocos los previsibles curanderos que hablan de la imperiosa necesidad de "reformas estructurales", así, en genérico... como en el cuento ruso:
"¿El nuevo Rector todavía habla bien de usted?". Asentí vigorosamente, haciendo con los labios y la cabeza gesto de convicción plena, que quizá logró ocultar mi sorpresa. "Pues dejará de hacerlo, ya lo verá", me comentó un conocido científico ruso de visita en la Universidad de Granada. Su respuesta, considerando inexorable que mi sucesor hiciera recaer sobre mí buena parte de sus infortunios me había causado gran perplejidad. Al advertirlo continuó: "¿Conoce la historia de los tres sobres? Es un viejo cuento ruso que se aplica a todas las transmisiones de responsabilidad. En el momento del relevo, el que se va entrega discretamente al que llega tres sobres, numerados 1, 2 y 3, y le dice que los guarde en el cajón central de su despacho y que cuando esté muy apurado los abra en el mismo orden.
Pasados los primeros días, a veces las primeras semanas, se desvanecen las favorables perspectivas iniciales; todo está muy difícil, los problemas son muchos y muy acuciantes... y, en la soledad de su oficina, el nuevo en el cargo decide abrir el primer sobre que le dejara su antecesor. La carta que contiene dice escuetamente: "Hable mal de mí. La culpa la tengo yo"... Incluso a pesar suyo, la aplicación de esta fórmula se revela positiva y, en efecto, transcurren varios meses en los que la referencia a los errores anteriores, al "lamentable estado en que me han dejado todo esto" o "la falta total de visión de mi predecesor", etc., permite ir trampeando la situación.
Pero, claro está, llega un momento en que la toma de posesión queda ya demasiado lejos para escudarse en ella. Y las cosas no van muy bien, para qué negarlo, porque es difícil, muy difícil, que las cosas, cada vez más complicadas, puedan mejorarse de forma patente, y se llega otra vez a una situación en la que sólo y acosado abre el cajón central de la mesa y extrae el segundo sobre. Su contenido reza así: "Con las presentes estructuras nada puede hacerse. Cámbielas". La reforma estructural proporciona a nuestro hombre grandes satisfacciones personales y origina brillantes expectativas. Durante algún tiempo, las modificaciones introducidas -algunas de ellas tan irrelevantes, hay que reconocerlo, como pasar los negociados de la planta segunda a la sexta y los archivos de la sexta a la segunda- confieren buena imagen y se reciben plácemes de los superiores.
Pero, aunque sólo sea por la propia erosión que produce el ejercicio de cualquier cargo, cuando no por la más frecuente razón de ineficiencia o incompetencia en su desempeño -y aquí mi colega ha adoptado una expresión sombría y fatalista- se llega a un punto, más o menos tarde, en que tampoco las estructuras son ya remedio para los graves problemas que por doquier rodean al protagonista de este relato.
Las circunstancias son tales que, aún sabiendo que se trata de su último recurso, abre nerviosamente el tercer sobre: "Vaya escribiendo a prisa otros tres sobres para su sucesor. Su cese es inminente".
Con frecuencia, desde entonces, he recordado esta espléndida historieta rusa. Hoy lo hago de nuevo, con la profunda complacencia con la que el fundamental cambio operado en nuestro país permite recontarla... Y, como entonces, pero en mayor grado todavía, podemos matizar el cuento porque no se trata de ceses fulminantes en el relevo de la Administración del Estado, sino de una ordenada transferencia de funciones de acuerdo con los resultados de las urnas. Además, porque -con independencia de que en ocasiones las del primer sobre puedan ser merecidas y las del segundo razonables- la alternancia del poder, propia de un país democrático, ahuyenta el mandato imperativo del tercer sobre y, sobre todo, porque los que ocupan cualquier cargo en países realmente libres se saben observados por el gran protagonista de la democracia: el pueblo.
Y el pueblo sabe bien el significado del cuento ruso de los tres sobres...
No son pocos los previsibles curanderos que hablan de la imperiosa necesidad de "reformas estructurales", así, en genérico... como en el cuento ruso:
"¿El nuevo Rector todavía habla bien de usted?". Asentí vigorosamente, haciendo con los labios y la cabeza gesto de convicción plena, que quizá logró ocultar mi sorpresa. "Pues dejará de hacerlo, ya lo verá", me comentó un conocido científico ruso de visita en la Universidad de Granada. Su respuesta, considerando inexorable que mi sucesor hiciera recaer sobre mí buena parte de sus infortunios me había causado gran perplejidad. Al advertirlo continuó: "¿Conoce la historia de los tres sobres? Es un viejo cuento ruso que se aplica a todas las transmisiones de responsabilidad. En el momento del relevo, el que se va entrega discretamente al que llega tres sobres, numerados 1, 2 y 3, y le dice que los guarde en el cajón central de su despacho y que cuando esté muy apurado los abra en el mismo orden.
Pasados los primeros días, a veces las primeras semanas, se desvanecen las favorables perspectivas iniciales; todo está muy difícil, los problemas son muchos y muy acuciantes... y, en la soledad de su oficina, el nuevo en el cargo decide abrir el primer sobre que le dejara su antecesor. La carta que contiene dice escuetamente: "Hable mal de mí. La culpa la tengo yo"... Incluso a pesar suyo, la aplicación de esta fórmula se revela positiva y, en efecto, transcurren varios meses en los que la referencia a los errores anteriores, al "lamentable estado en que me han dejado todo esto" o "la falta total de visión de mi predecesor", etc., permite ir trampeando la situación.
Pero, claro está, llega un momento en que la toma de posesión queda ya demasiado lejos para escudarse en ella. Y las cosas no van muy bien, para qué negarlo, porque es difícil, muy difícil, que las cosas, cada vez más complicadas, puedan mejorarse de forma patente, y se llega otra vez a una situación en la que sólo y acosado abre el cajón central de la mesa y extrae el segundo sobre. Su contenido reza así: "Con las presentes estructuras nada puede hacerse. Cámbielas". La reforma estructural proporciona a nuestro hombre grandes satisfacciones personales y origina brillantes expectativas. Durante algún tiempo, las modificaciones introducidas -algunas de ellas tan irrelevantes, hay que reconocerlo, como pasar los negociados de la planta segunda a la sexta y los archivos de la sexta a la segunda- confieren buena imagen y se reciben plácemes de los superiores.
Pero, aunque sólo sea por la propia erosión que produce el ejercicio de cualquier cargo, cuando no por la más frecuente razón de ineficiencia o incompetencia en su desempeño -y aquí mi colega ha adoptado una expresión sombría y fatalista- se llega a un punto, más o menos tarde, en que tampoco las estructuras son ya remedio para los graves problemas que por doquier rodean al protagonista de este relato.
Las circunstancias son tales que, aún sabiendo que se trata de su último recurso, abre nerviosamente el tercer sobre: "Vaya escribiendo a prisa otros tres sobres para su sucesor. Su cese es inminente".
Con frecuencia, desde entonces, he recordado esta espléndida historieta rusa. Hoy lo hago de nuevo, con la profunda complacencia con la que el fundamental cambio operado en nuestro país permite recontarla... Y, como entonces, pero en mayor grado todavía, podemos matizar el cuento porque no se trata de ceses fulminantes en el relevo de la Administración del Estado, sino de una ordenada transferencia de funciones de acuerdo con los resultados de las urnas. Además, porque -con independencia de que en ocasiones las del primer sobre puedan ser merecidas y las del segundo razonables- la alternancia del poder, propia de un país democrático, ahuyenta el mandato imperativo del tercer sobre y, sobre todo, porque los que ocupan cualquier cargo en países realmente libres se saben observados por el gran protagonista de la democracia: el pueblo.
Y el pueblo sabe bien el significado del cuento ruso de los tres sobres...