La obsolescencia de los líderes y de las ilusiones

En un discurso electoral efectuado el 4 de junio de 1945, Winston Churchill proclamaba el derecho del «hombre corriente» a derribar el gobierno «si cree que con ello va a mejorar su humor o va mejorar su casa o su país». El concepto entraña una visión de la sociedad semejante a aquella que expresa Guicciardini: «Tal es la naturaleza de los pueblos, inclinada siempre a esperar más de lo que se debe, a soportar menos de lo que es necesario y a estar siempre enojado con las cosas del presente».

               En esa idea de que el ciudadano vota muchas veces por «mejorar su humor», porque está «enojado con las cosas del presente», se halla el secreto de una gran parte de los cambios de gobierno en cualquier país democrático. Y es que, efectivamente, el atractivo de los líderes o de los tópicos de discurso, la prevalencia de los partidos suelen tener el tiempo tasado en la opinión pública, por meras razones de cansancio o hastío. En el ámbito de la política estatal (por el contrario, en el autonómico y, sobre todo, municipal, los dirigentes tienden a eternizarse como elegidos por sufragio), ese tiempo suele ser el de los ocho años, las dos legislaturas. Los mandatos por tres legislaturas entran, más bien, en lo excepcional.

               Aunque en estos momentos tendemos a pensar que muchos de los cambios a que estamos asistiendo o vamos a asistir en la gobernación de los países se deben a lo extraordinario de la coyuntura, debemos pensar que esa tendencia a la «limitación natural de los mandatos» opera como norma general en los países de opinión. La gente se aburre de ver las mismas caras, de oír los mismos discursos, y busca el cambio y la novedad, que, sobre ser excitantes de por sí, conllevan la esperanza de mejoría. Cuando, además, las cosas andan mal, el votante descarga las malas pulgas de su responsabilidad sobre la propicia cabeza del político, ese chivo expiatorio del malhumor colectivo. Si Popper estimaba que la esencia de la democracia no consiste tanto en el hecho de conferir el poder al pueblo sino, sobre todo, en que dota a la sociedad de un método para cambiar de gobierno sin derramamiento de sangre, a esa virtud debemos añadirle la de proporcionar un método de catarsis generalizado a precios escandalosamente baratos en sus costos directos para los beneficiarios.

               Ahora bien, si ese es el punto de vista del «hombre corriente», para quienes se ven expulsados del poder la perspectiva es, sin duda, otra. Especialmente, si consideran —como así es en general— que han actuado lo mejor que sabían y podían, y que han entregado una parte importante de su vida en pro del bienestar de sus conciudadanos. Sobre el sentimiento de estupefacción e incomprensión, sus emociones no deben ser en nada lejanas a aquellas que Odiseo expresa en las palabras que a Anfínomo dirige en el canto XVIII: «Nada cría la tierra más endeble que el hombre, de todos los seres que respiran y caminan por ella. Mientras los dioses le conceden suerte y sus rodillas son ágiles, piensa que jamás en el futuro van a caer sobre él desgracias; pero cuando los dioses felices le envían miserias, incluso estas las tiene que soportar con ánimo valiente, contra su voluntad». O, tal vez, en más castizo, evoque el romance de la derrota de don Rodrigo: «Ayer era rey de España, / hoy no lo soy de una villa»

               De ese modo se sentirá ahora Zapatero. Así Berlusconi y Papandreu. Tales Suárez, González, Aznar o, entre los nuestros, Silva, Vigil, Trevín, Marqués, Areces (y, cuando vivo, Fernández).

PS. Al principio de la campaña afirmé que la previsión de Foro de obtener cinco escaños era «manifiestamente exagerada». Pensaba yo entonces que, en estas elecciones, para esa formación un escaño sería un buen resultado; dos, para tirar voladores. Y creía, además, que era prácticamente segura la obtención de un acta. Las encuestas del pasado fin de semana me producen alguna duda. Le atribuyen un escaño, como saben, los estudios de El Mundo y de LA NUEVA ESPAÑA. No se lo dan ni El País ni ABC. Pero los datos del sondeo de este periódico introducen serias dudas sobre esa previsión. Pues, en efecto, mientras que la estimación de voto final sobre el declarado oscila para los demás partidos entre el 0’5% (para el PP) y el 6,5% (para el PSOE), el de Foro sube de un 6,3% a un 17%, esto es, se calcula que la formación casquista va a tener un apoyo tres veces superior al expresado por los encuestados.

Mi opinión es que los redactores del estudio son víctima de su «error» en las elecciones autonómicas de mayo. Habiendo estimado a la baja en estas el voto de Foro, no quieren volver a equivocarse en el mismo sentido y, por ello, han sobreestimado ahora el número de electores. De ser correcta mi interpretación, los datos del sondeo de La Nueva España conducirían más bien a un pronóstico como el de El País o ABC.

Hoy, por la noche, la respuesta a esa incógnita y a todas las demás.



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