Un verano en Baden Baden

Transitaba el año de 1867,  cuando Fiódor Dostoievski y su joven esposa Ana Grigorievna, realizaron un viaje de cuatro años   por diferentes  ciudades europeas, saturados de enfermedades, pobreza, juego de cartas, y lucha contra sus propios fantasmas.

El otro momento recoge el éxodo del propio autor de la obra – Leonid Tsypkin – desde Moscú hacia un Leningrado aún herido por los horrores de la II Guerra Mundial, reconstruyendo sobre ello las huellas de “Crimen y Castigo”.

Un prólogo de la desaparecida Susan Sontag, envuelto en esa maestría extraordinaria con la que ella sabía ondular las ideas y matizar las palabras, hace de “Un verano en Baden Baden” una joya literaria.

Leer ese introito es viajar con el ensayista, padecer sus propios sufrimientos y a la vez sentir las penurias, celos, remordimientos y soledades de Dostoievski.

Aunque la verdad de esta crónica de hoy es para decir que desconocía totalmente la pequeña obra literaria, pero excepcional, de Leonid Tsypkin. Lo mismo nos ha sucedido con el nuevo Premio Nobel de Literatura, el cual ha sido una sorpresa para medio mundo menos para los que en verdad -la mayoría franceses - lo han leído.

El escribidor, ratón enfermizo de bibliotecas, no había escuchado nunca su nombre. Lamentable, pero muy cierto. Uno quisiera leer todo, absorber el tiempo de las páginas manuscritas, pero para ello se necesitarían un centenar de vidas pretéritas de entusiasmo literario. Jean-Marie Gustave Le Clézio es un iluminado desconocido, aunque no tanto. Según la opinión de la Academia Sueca, es un “escritor de la ruptura, de la aventura poética y de la sensibilidad extasiada; explorador de la humanidad, dentro y fuera de la civilización dominante”.

Cronista militante, humanista, crítico de la modernidad, admirador de esos grandes viajeros que han sido  Joseph Conrad y  Robert L. Stevenson, igualmente apasionado por los mitos antiguos, entre ellos los de Latinoamérica. Jean-Marie se siente ciudadano del mundo, y esa cualidad es esencia vital ante la narración. Partimos de Dostoievski, y en esta andadura sorprendente nos encontramos con Le Clézio, con lo cual se demuestra la pujanza telúrica de la palabra escrita.   rnaranco@hotmail.com  



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