Al alba de las propias palabras

Era el primer bramido del día, el intervalo en que el alba abría,   la vega olía a hiedras húmeda, cuando se desmembró en pedazos el último hombre de peregrinar solitario, y así, el  poeta, doblando la Curva de Ballesta sobre el bajo Duero –  Tierra de Campos los que son campos sin tierra - , pronunció con sequedad:

 “Si digo voz, quiero decir verso”.

En la mirada había un largo pasaje de rastrojos ásperos  en donde al final, inquebrantablemente, habitaba la espesura de su abatida existencia.  

En él, hasta la casta se convertía en  dicciones de quejumbrosas  penas. Un día, entre las primeras luces,  lo afirmó para que no acaecieran duda:

 “En toda mi obra hay un solo personaje. Uno solo de principio a fin. Este personaje es la pena, que  no tiene nada que ver con la tristeza, ni con el dolor ni con la desesperación.”

 ¡Ay pena de los gitanos, siempre grande y siempre sola!

El escribidor bajo despacio, partiendo de Sierra Nevada, hasta la misma orilla del río Darro en la ciudad de  Granada moriscas y enrejada. En sus aguas el Generalife  

Lo juramos sobre las sombras de nuestros hierros calcinados en fraguas de mil amores yertos, ahora moribundos y secos: Jamás un poeta llegó tan directamente al pueblo, nunca tantos versos fueron expresados de tal forma, pues parecen estar formando parte, desde siempre, de nuestra vivencia, la escondida en la comisura del alma. Y ahí, no en otro lugar, se encierra su grandeza.  

Esta mañana de un otoño primaveral  las celosías miraba la vega y las lejanas nieves, Bohadil, el último rey de Granada,   con ello abría un nuevo un periplo de sombra y recuerdo por los andurriales de mi infancia. Otra vez a comenzar por el principio: geranios y sangre, viento, soledad, angustia y honda pena.

Un camposanto humedecido por la brisa preñada de salitre, y en el doblez, tras un recodo de añejos castaños, el  abrupto acantilado y el mar. Mi mar, la mar, una inmensidad azulina abierta a  todos mis ensortijados caminos. El andariego en que nos hemos convertido, igual a heredad terrosa, comenzaba a esperar su propia sembradura.  

rnaranco@hotmail.com



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