Uno tal vez concluya sabiendo ahora - tras muchos años de subsistencia humana - que únicamente una obra de arte puede alcanzar a expresar lo que es el propio arte en sí, pero, ¿es eso en si mismo una verdad?
En uno de los ensayos escritos por George Steiner, el llamado “Muerte de reyes”, se lee lo subsiguiente: “Existen tres campos intelectuales; y por lo que sé, solamente tres donde los hombres realizaron importante hazañas antes de la pubertad. Estos son: música, matemáticas y ajedrez”.
Relataba el “Premio Príncipe de Asturias en Comunicación y Humanidades 2001”, cómo Mozart compuso música de calidad antes de los ocho años; Kart Friedrich Gauss hacía cálculos complejos y apenas tenía diez años, mientras a los 12, allá en Nueva Orleáns, Paul Morphy vencía a los mejores contrincantes en ajedrez. Ninguno de esos chavales dotados, sabía con claridad lo que hacía, era simple energía mental unida con fines determinados.Algunos la siguen conservando en la pubertad, pero con el paso del tiempo la técnica, el estudio y la sensibilidad, los van envolviendo de creatividad; con todo, la música, las matemáticas y el ajedrez, son trances dinámicos y localizables. Computadoras con sangre propia.
La pintura es otra entidad, un arrebato donde la creación humana converge en un mismo punto, igual al Aleph de Jorge Luis Borges, o los castillos y metamorfosis de Kafka. Pintar, como vivir, es un ramalazo del espíritu.
Hay existencias - la mayoría - correveidiles locos, vientos huracanados y en medio, como rayo que no cesa, nace, brota o explota la luz más cegadora vuelta pincelada.
El admirado Fernando Botero – hay algunas de sus obras están en Oviedo – era fulgor de luz, un meteorito prodigioso, cuya miasma creadora, la iba repartiendo por palacios, galerías y museos, pero ante todo al aire libre, donde la Naturaleza se hace oficio y ésta regresa cada cierto tiempo más embellecida.
Sentir a Degas, Lautrec, Moore, Bacon, Picasso, Miró, Tamayo, Chagall, Eduardo Ùrculo o Vicente Menéndez-Satarúa, entre otros seres elevados, es palpar la fibra sensitiva del alma humana.Permisiblemente - como deseó manifestar Mario Vargas Llosa en su novela “El paraíso en la otra esquina” - que ciertas facetas humanas sean utopías, no significa que toda quimera, fantasía o ensoñación, es ir haciendo camino para hallar el Edén añorado.
Indudablemente, uno no puedo en media cuartilla hacer un ensayo de vida y arte, pero uno - disculpen - lo experimento con fantasioso interés.Esto manifiesta, que la escritura es un dislate asombroso. Es decir, la vida humana misma, garabateándola sobre palabras encorvadas siempre recónditas.