Uno – el escribidor - que a manera del estevado don Francisco de Quevedo, “es más pobre que una rata”, y sobre las teorías del señor barón de Montesquieu sólo sabe que el dinero es una fuerza centrífuga, hoy va a garrapatear de economía.
Una Bolsa, por ejemplo, es un mercado público instaurado y especializado, en el que se efectúan las operaciones de compraventa de valores mobiliarios: acciones, obligaciones, fondos y todo el etcétera que se quiera, pero para el francés Voltaire, era un lugar “ donde el judío, el musulmán y el cristiano tratan los unos con los otros como si fueran de la misma religión, y sólo dan el nombre de infieles a aquellos que caen en la bancarrota.”
Sapiente definición, ya que desvelar las intrigas de sus correveidiles es emprender un trabajo de Hércules, en el mejor sentido de la expresión.
En “La bolsa o la vida”, Alfred Capus, periodista y dramaturgo francés, expresaba con gracejo tono, y aun así con palabras serias, que a uno “lo roban en la Bolsa como lo matan en la guerra, por gente que no se ve”, y es curioso, como el plasticismo de esa cita refleja a cabalidad las batallas diarias en los mercados de valores; pero existe algo más: todos, de una forma u otra, tengamos o no dinero, dependemos fuertemente, a modo de los hilos de Ariana, del fatalismo y de los humores de Wall Street.
Ahora bien, como viene aconteciendo en los últimos años con las crisis económicas siempre a galope, los desplomes en bolsa suelen ser, aunque nadie lo expone, juego de intereses, movimientos de multinacionales, donde los molleras que las presiden, juegan al tiovivo o la “ruleta rusa” con la economía global.
Y esa caterva de personajes, son los auténticos brujos de la partida monetaria, cuya alquimia ya no va solamente en busca del oro, sino de cada uno de nuestras quimeras, y ante esto, no es aconsejable ser demasiado curioso ante las causas que provocan los movimientos de los precios.
Un tal Jasse Livermore, especialista en movimientos de Bolsa, aconsejaba no ser demasiados curiosos antes las causas que provocan los movimientos de los precios, ya que es sabido que nos arriesgamos a cubrir la cabeza de revestimientos irrelevantes, pero sobre todo, no discutir con la tendencia, y menos luchar contra ella.
Esperpéntico: es curioso escribir hoy de los precios, ya que uno, solamente adquiere un libro cuando le sobra algún euro.
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