El escritor Gilbert Chesterton, por mediación de su afamada creación literaria - el padre Brown - nos introduce en las fístulas abiertas de nuestras ideas siempre complejas. Escarba allí, y nos enfrenta a la razón, el amor y la justicia, dentro del contexto de los Diez Mandamientos: No mates, no robes, no mientas y… el resto de los preceptos, siendo todos tan válidos ahora mismo, como en el principio de los tiempos bíblicos.
Ellos no dependen de las circunstancias, ni se les puede dejar de lado por consideraciones personales. Son claros, inconfundibles y justos.
Para el sacerdote que aparece en el relato Chesterton, no son sugerencias, ni siquiera diez “retos”. Son exactamente lo que afirman ser, y no hay forma de eludirlos.
Thomas Cahill, el teólogo autor de “Cómo los islandeses salvaron a la civilización”, libro imprescindible a la hora de conocer ese extraño suceso, en que una tribu de nómadas en el desierto de Ur cambió la forma de pensar y sentir de cada uno de nosotros, y llamado “Los dones de los judíos”, nos explica con una pasión rayada en la poesía, lo imposible de quitarnos de encima, los diez mensajes más trascendentales de nuestra subsistencia humana.
Según su relato - y es certero - millones de humanos han recibido ese decálogo de mandamientos – Ley de dios -, considerándolos razonables, necesarios “y hasta inquebrantables”, al estar escritos sobre el propio corazón humano a partir del mismo instante en que empezó a latir.
“Siempre – añade Chesterton - han estado ahí, en el centro interior de la persona, en el profundo silencio que todos llevamos dentro. Solamente necesitaban ser dicho en voz alta, con un eco penetrante para hacer temblar las montañas y los corazones más yertos”.
Debe excusarme el lector si esas palabras no son las pronunciadas textualmente en ese altozano, pero el espíritu de las mismas son idénticas, reflejando el legado imperecedero y portentoso, que Jehová prodigó en el Monte Sinaí a Moisés, y con él, a los judíos y sus descendientes.
Nuestra fe cristiana, campechana, tosca algunas veces, desgarradas otras, llegan de esos fuegos del monte de Sinaí, y de cuya altura, un hebreo bajó para racionalizáramos nuestra existencia, y cuyo resultado ha sido la civilización que nos sostiene bajo el amparo de los Derechos Humanos.