En este nuevo viaje a Oviedo dejando la Valencia mediterránea donde moramos, nos acompaña el libro “En esto creo” de Carlos Fuentes.
Sus páginas van de la letra A a la Z, y cada una de ellas nos ha ido dejando el poso de un vino añejo, puñados de reflexiones, algunas dudas y recuerdos placenteros.
Comienza su camino en la A de amistad y finaliza en la Z de Zurich, la ciudad suiza que le forjó en el conocimiento positivista sin volverlo como él dice, reloj de cucú, pero sí a comprender las convulsiones atormentadas de Calvino, y entender la pasión de su admirado Thomas Mann hacia el deseo de un cuerpo joven que encendió la pasión carnal de su espíritu.
Sucedió una noche de 1950, frente al lago Leman, convertido por unos instantes en la playa Lido de “Muerte en Venecia”, cuando el demacrado profesor Aachenbach, corriéndole el tinte del pelo sobre el rostro, observa con encendido deseo el cuerpo hermoso del joven Tadzio.
En ese recorrido nos paramos en la letra R, y allí estaba la palabra Revolución, una expresión y un contenido social muy lejano de nuestras propias afinidades humanas. Me asusta en demasía la pólvora y siento pavura por esos bruscos cambios con lo que han querido voltear el orbe, y siempre han dejado un interminable reguero de pesadumbre.
Solamente mirando la historia, conociéndola en sus partes más enrevesadas, uno aprende el camino a seguir aunque el pueblo llano corra a ciegas tras palabras encendidas y, cuando trasluce algo tétrico, ya es demasiado tarde para volverse atrás.
Según los partidarios de John Reed, el joven americano enterrado en las murallas del Kremlin de Moscú, los hechos sucedidos el 10 de octubre de 1920 en Rusia, forman parte de la mejor revolución que en el mundo ha ocurrido, pero se evaporó dejando millones de muertos y una nación devastada sobre los helados surcos de un inmenso gulag.
Si una revisa los folios de la historia, la palabra Revolución siempre ha sido distintivo de cambio, pero también ha traído, cual vendaval en desbandada, desmedido terror.
En la actualidad Europa se vislumbra sembrada de un galimatías ideológico sin sustento programático. Señal inequívoca de que se va hacia ninguna parte.
Tal vez por eso, leemos nuevamente a Carlos Fuentes.