Nos consideramos agnósticos en materia de teosofía, hipnotismo, ocultismo, espiritismo y todos los ismos imaginables existentes en la Cábala y en sus ciencias ocultas.
No sé nada de alquimia, del libro de Thot del Antiguo Egipto, tampoco del juego de naipes, y aún menos de la evolución oculta de la humanidad desde Pitágoras a los Hermetistas, hasta llegar al mundo de los Rosacruces y los Masones.
De todo ello, como de la muerte y el más allá, cerca de lo absoluto, creo conocer solamente lo que he podido ir leyendo, y aunque jamás miro un horóscopo ni he participado en juegos de manos y mente - tan es así, que ignoro completamente el significado y la pasión del ajedrez - coloco mi esperanza en el Cosmos en pos de la razón de mi insignificante existencia.
Carl Sagan, el desaparecido profesor de Astronomía, solía decir con raciocinio: “La vida busca a la vida, y eso no podemos evitarlo”. Y en eso está mi persona, como un pardillo asustado al borde de los misterios del Universo.
Las imperecederas preguntas de nuestra existencia en la vida, siguen clavadas en nuestra entelequia esperando la gran respuesta siempre esperada:
¿De dónde venimos? ¿Qué somos? ¿Por qué estamos aquí? ¿Adónde vamos? Profundo silencio.
Existirá sin duda suficiente atino para explicar parte de la gran cosmología universal, pero la mayoría de nosotros seguimos en tinieblas. Algunas mentes se enganchan a la fe y caminan menos tambaleantes.
En medio de esa inmensa disyuntiva hay algo incuestionable: de los enormes espacios galácticos hemos venido y hacia allí vamos, siendo un retorno anunciado, al no poseer otra aventura más colosal que andar esa ruta.
En el hipogeo de un faraón egipcio se pueden leer estas palabras escritas para la eternidad:
“La escalera del cielo ha sido desplegada para él, y con ella puede ascender hasta el edén. Oh dioses, colocad vuestros brazos bajo el rey: levantadle, izadle hacia el cielo. ¡Hacia el cielo! ¡Hacia el cielo!”.
Y esas señales estimulan a todo hombre o mujer a mirar hacia el firmamento, esa proyectada esperanza que invita a reposar en el memorable descanso de las anheladas bienaventuranzas.
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