La pretensión de trascender por encima de las tumbas, es la verdadera causa de nuestra evolución y la razón filosófica y moral del hombre. Y así – o acaso a cognición de ello – el explorador del océano Pacífico, el capitán James Cook, escribió en el siglo XVIII, que su ambición por ir más lejos cada vez, no era partir a donde nadie hubiera llegado antes, “sino ir tan lejos como le fuera posible a un hombre”.
El mismo Juan Jacobo Rousseau, el ginebrino del “Contrato social”, poco amante de la tecnología y sus aplicaciones prácticas, decía – era un gran observador – lo siguiente:
“Las estrellas se encuentran muy por encima de nosotros; necesitamos un saber preliminar, instrumentos y máquinas, que son como tantas inmensas escaleras que nos permiten acercarnos a ellas y ponerlas al alcance de nuestra comprensión.”
En el libro “Corazones solitarios en el Cosmos”, escrito por unos de los directores del proyecto “Discovery”, Denmis Overbye, y en donde se trata la gran aventura científica que aspira a descubrir los secretos del Universo, se nos abre como en pocas obras la grandeza de la investigación cosmológica, ese pequeño gran paso para que la raza humana pueda comenzar a viajar más allá de las estrellas, ya que el cielo no puede esperar.
Esos pequeños universos con sus correspondientes “agujeros negros” tan manoseados por el tullido y genial Stephen Hawking, nos acercaron con más dualidad a los sueños de Einstein y a su conocida expresión “Dios no juega a los dados”, luego es ahí donde intentamos abrirnos hacia el infinito y comenzar a reconocer que somos una parte de un todo: la Creación.
Y así llegamos la inquietante pregunta que perpetuamente se hace la raza humana desde el día que hemos pisado esta esfera azul:
¿Estamos solos en un Cosmos aparentemente infinito? Es muy duro admitirlo si así fuera. Nuestro sistema solar no es único en su especie dentro del Firmamento. Existen miles, millones de mundos con características semejantes al nuestro, siendo por esa cognición que la vida y la inteligencia no son fenómeno exclusivo de la raza humana. ¿O tal vez sí?
Espantosa o admirada circunstancia.
Ya numerosos científicos han aclarado con sólidos argumentos las probabilidades que existen para entrar en contacto con otros seres inteligentes; posiblemente no sea ahora ni dentro de los próximos mil años, pero ese es un tiempo muy pequeño, casi insignificante, en el gran reloj del espacio.
El admirado Stephen Hawking nos dejó dicho con su sapiencia admirable:
“Mientras más examinamos el universo, descubrimos que de ninguna manera es arbitrario, sino que obedece ciertas leyes bien definidas que funcionan en diferentes campos. Parece muy razonable suponer que haya principios unificadores, de modo que todas las leyes sean parte de alguna ley mayor.”
Razonamiento esclarecedor sin la menor duda.
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