Llevo una vida perpetrando un sacrilegio, y encierra una acción impía: ninguna vez me he parado a escuchar una canción de los Beatles, es decir, no me he sentado expresamente a oír una de sus melodías y, de ellas, solamente recuerdo de pasada “Submarino amarillo”, al estar entrelazada al primer paseo por la luna.
¿Arcaico? No, solamente circunstancias, siendo éstas las causantes de los parámetros de la existencia. En la vida hay razones no fáciles de explicar, y ésa, la del famoso grupo de Liverpool, es una de ellas.
Esos cuatro muchachos marcaron con fuerza unos años en que el mundo tenía ensoñación y cadencia.
Se salía de los últimos vapores de la posguerra, aún bajo la sombra alargada del Muro de Berlín, y era necesario sobrevivir por encima de las adversidades, y se hacía.
El Mayo Francés del 68 colgaba de una esquina, garrapateadas con crayón grueso, dos palabras que fueron como el grito desgarrado de Edward Munch: “Prohibido prohibir”.
Y en panfletos se repartía la “Carta a la juventud de Europa” unida a “Sexo y libertad” del toscano Curzio Malaparte.
El “Che” comenzaba a ser una luz de candil alimentada por el aleteo de las palmeras caribeñas, mientras Albert Camus se paseaba con una inclemente realidad bajo el brazo, su “Peste”, obra ni realista ni fantasiosa, sino un desarraigo cosido en la piel bajo el calor sofocante de los arenales y callejuelas de Argel.
Hoy todo ha quedado varado en un recuerdo furtivo. No escuché la música – ahora reconozco que era hermosa - de aquellos jovenzuelos y muy posiblemente es ya demasiado tarde para hacerlo; los gustos son otros y la esencia de mis desilusiones también, y éstas pasan como si viera una vieja película en blanco y negro y contemplara la lenta muerte de Andreas Papandreu, el hombre que poseía ciertamente - y lo admiraba - el gusto por la grandeza griega.
¿Y qué pueden tener estas nostalgias en común con el conjunto musical inglés? Posiblemente nada o todo, al ser el reflejo, en cierta forma, de los vicios y virtudes de una generación.
De alguna manera, en aquel espacio diluido en la memoria, nos dedicábamos a hacer política de barriada, entuertos recubiertos de consignas, la dura fogosidad de un hombre despojado de su juventud. Pedíamos a gritos - la mayoría se esas voces interiormente -, libertad, pero el régimen del yugo y las flechas imperiales, ofrecía palos, talego y carreras en desbandada.
Hoy – gracias al cielo protector – pocos lo recordamos.
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